Enric Vivanco Fontquerni
KOLABORAZIOA

El botellón desde mi amada Catalunya

Mi pregunta es ¿por qué en Catalunya se está incrementando desde hace semanas lo que hace años también sucedía, que son las concentraciones de población en distintos municipios, durante la noche y en los días de fiesta, para realizar lo que durante toda la vida se ha etiquetado de juergas multitudinarias, con enfrentamientos policiales, y carreras de coches y motos, para diversión , sobre todo, de energúmenos descatalogados por su estupidez estructural?

Todavía hay ingenuos que esperan que las masas revolucionarias avancen para derribar el sistema, igual que algunos nostálgicos con sus monaguillos correspondientes circulan por nuestras universidades y equiparan la juerga drogadicta a la revolución. Si tienen que ser éstos mejor quedarnos como estamos, ya que el fin será glorioso.

Lo más espectacular son los razonamientos que se dan como si esta juventud se tratara de la primera generación a lo largo de los millones de años de vida bípeda.

El argumento de la sociabilización es primoroso. Las anteriores generaciones no necesitaban semejantes horarios para realizar la sociabilidad, que parece ser que sólo se puede ejercer cuando los biorritmos humanos llaman a descanso. Por eso necesitan excitantes químicos y bebibles; es para neutralizar lo que la naturaleza humana dice que es necesario hacer, parar el cuerpo por unas horas cada día, en sintonía con el horario solar.

Pero la máquina productiva es alérgica a semejante acción, porque su objetivo es justo el contrario. Los políticos, también se posicionan junto con los mandarines científicos, que están haciendo el ridículo más espantoso con sus previsiones. Siguen en ello y cada botellón confirma que este segmento de población está entusiasmado con el régimen podrido y putrefacto en el que estamos.

Ada Colau, la alcaldesa de los dibujitos pintarrajeados por las calles de la ciudad, quiere que las discotecas se abran por las fiestas de la ciudad, reclamo turístico para que las hordas europeas vengan a reafirmar que estamos en el mejor mundo posible; un mundo que juran estar dispuestos a mantener a base de botellones.

Qué mejor que estén en las discotecas, dispensadores oficiales de excitantes químicos. Por su puesto, cada concentración de estos individuos es una confirmación de que semejantes personajes están dispuestos a olvidar la vida miserable que les espera. Y todos contentos. Todo sigue igual.