Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Madres paralelas»

Mujeres de fuego y nieve

Pedro Almodóvar se ha desligado por completo de todo tipo de artificio melodramático, ha renegado de cualquier elemento estridente que suscite comparativas con lo que habitualmente se considera como “almodovariano” y ha planteado un sólido retrato en el que sus protagonistas no requieren de ningún tipo de maquillaje para colocarse ante su propio espejo y captar el dolor legado por su reflejo.

Siguiendo la estela de películas recientes como “Dolor y gloria”, el manchego vuelve a otorgar protagonismo a unos personajes heridos en sus entrañas y sigue la estela emprendida no hace mucho por la joven Júlia de Paz en su excelente ópera prima, “Ama”, a la hora de recrear las vivencias paralelas de dos madres imperfectas. Una de ellas, Penélope Cruz, encarna a una mujer que emprendió la búsqueda de su abuelo, sepultado en una cuneta olvidada como tantos otros ejecutados por el franquismo, y que a raíz de una relación fugaz, aguarda en la sala de maternidad la llegada de su hija.

En dicho escenario coincide con otra mujer, más joven que ella pero en igual situación, que aguarda con mucha incertidumbre lo que le deparará el futuro con un hijo a cuestas. Solas y solteras, las dos protagonistas de “Madres paralelas” recapitulan con sus acciones ese imaginario de mujeres que siempre rodeó a Pedro Almodóvar siendo niño.

En los personajes muy bien entendidos e interpretados por Penélope Cruz y Milena Smit, el director rinde tributo a todas las esas mujeres de fuego y nieve a las que una vez cantó Silvio Rodríguez. Mujeres que son madres asustadas, madres coraje, madres tempestuosas y calmadas, frustradas y rebosantes de alegría. Mujeres irreductibles en su empeño por no hincar la rodilla bajo el peso que les ha sido delegado sobre sus curtidas espaldas. Madres reconocibles en un contexto de realidad tan doloroso como afable.