Fede de los Ríos
JO PUNTUA

El olvido como consenso

¿No fue el homenajeado gobernador civil con Franco? ¿Ni director de Radiotelevisión española donde censuraban hasta las películas de Disney? ¿No ostentó el cargo de ministro secretario general del Movimiento?

Imagino queridos y sufridos lectores que a lo largo de los pasados días habrán tenido noticia de la muerte de un tal Adolfo Suárez que fuera artífice de la llamada Transición española. La totalidad de las televisiones, tanto privadas como públicas, de ámbito estatal o autonómico, en su programación matinal, vespertina y nocturna de cualesquiera de sus programas ya sea de los llamados de información o bien de entretenimiento, sus presentadores, tertu- lianos y demás periquitos parlantes han calificado a Adolfo Suárez como el artífice del paso de la oscura Dictadura franquista a la radiante Democracia borbónica.

Mejor dejar a los muertos en paz. Pero no. La pasión española por la necrofilia es una pasión enraizada desde hace siglos. Hasta Rodrigo Díaz de Vivar, apodado el Cid y unos de los mitos de la llamada España, ganó batallas después de muerto. Por esa pasión la capilla ardiente con su cuerpo ha sido el peregrinar de casi tantos españoles como los que desfilaron ante el cadáver del Caudillo de España por la gracia de Dios.

Al primer presidente del gobierno español después de la muerte de Franco no le sonrió la fortuna. Después del dolor de sobrevivir a su compañera y a una de sus hijas, algo que imagino como terrible, una de las peores enfermedades para un humano se cebó en él, el Alzheimer hace ya casi dos décadas. Un drama.

Pero lo curioso es que dicho mal pareciera que ha contaminado las meninges de todos y el olvido haya forzado la creación de un relato acerca de un tiempo concreto y de los protagonistas de unos sucesos de la historia de lo que algunos llaman España.

Muere Franco y muerto el perro se acabó la rabia así de sencillo. Pero la camada era muy extensa y además, como diría el poeta, la perra que lo engendró seguía todavía en celo. Era un régimen del que formaba parte el difunto Suárez a pesar del tupido velo que se quiere echar sobre un pasado innombrable. Curioso este consenso para el olvido del panorama político español.

Acaso no fue el que nos ocupa un chico de los del SEU, el sindicato de estudiantes falangistas, tan disciplinados y servidores con sus jefes de yugo y flechas y siempre prestos al servicio a España y al Caudillo. Nada rígido, es cierto, pues combinó azul falange con opusdeísmo de misa y comunión diaria. Un camaleón.

¿No fue el homenajeado gobernador civil con Franco? ¿Ni director general durante cuatro años de una Radiotelevisión española donde se censuraban hasta las películas de Disney? ¿No ostentó el cargo de ministro secretario general del Movimiento? De aquél Movimiento Nacional iniciado por Franco que liberó España de la hydra marxista aún a costa de la mitad de su población.

Lo que amnésicos sobrevenidos llaman modélica Transición española ¿cuántos muertos ocasionó, aquel período donde él mandaba, entre los luchadores por las libertades?

Sin la más mínima depuración del aparato del régimen, los franquistas se volvieron demócratas con el mismo rey puesto por el gallego gracias al alquimista Adolfo Suárez y a un pusilánime apellidado Carrillo. Debieran descansar juntos.