Fede de los Ríos
JO PUNTUA

Los odiosos no quieren ser odiados

El Gobierno pide a la fiscalía que actúe contra el odio en Twitter» es un titular que se repite en los medios creadores de opinión por periodistas, políticos y tertulianos haciéndose eco de las palabras del Ministro del Interior, el converso Jorge Fernández al que se le manifestó Dios en Las Vegas. Y todo desde que dos militantes democráticas del PP y, por lo tanto ajenas al mundo de los violentos, al parecer tiroteasen a otra correligionaria demócrata y no violenta causándole la muerte ¿Por odio quizás?

Actuar contra el Odio, con mayúsculas, como si de un sujeto se tratara. Elaborar leyes contra el Odio al objeto de encarcelarlo. Tarea difícil hasta para un inquisidor sobrevenido que gusta de la espada y de la cruz a lo templario. Combatir una de las seis pasiones fundamentales o primitivas del ser humano, que diría Descartes, es una empresa abocada al fracaso aun para el sagaz y benemérito cuerpo de la Guardia Civil que lo da todo por la patria como lo demostró en el 36.

El odio (pasión), querido Jorge, generalmente es suscitado por el mal (acción) que se nos hace. Los odios siempre son, con razón o sin ella, provocados por algo o alguien. Así son vividos por el sujeto que odia. No existen sentimientos en el vacío. Prohibir e ilegalizar el odio es tan absurdo como imponer y decretar su pasión opuesta, el amor. La expresión de los sentimientos, señor ministro, la podrá criminalizar; los sentimientos, de momento, se le escapan. No dudo que usted sueña con una policía del pensamiento eficaz capaz de detener todo pensamiento desafecto al régimen al que sirve, pero todavía hay espacios que escapan a su control.

Las injusticias y los que las promueven en beneficio propio o de los suyos son los mayores desencadenantes del odio. Un odio concreto, apodado por algunos como odio de clase. Aunque no todo sentimiento de tristeza que experimente un sujeto desemboca necesariamente en un sentimiento de odio, sí podemos afirmar que a todo sentimiento de odio le precede un sentimiento de tristeza.

Y en eso, señor ministro de la porra, tanto usted como la gente de su ralea son maestros. Unos tristes de cojones. Malencarados, feos, siempre crispados, de un catolicismo ramplón y zafio hasta la nausea, autoritarios falócratas. En resumen, unos rancios cuya siempre histérica y extemporánea risa sólo es producida por chistes de gangosos y maricas.

Ustedes, fascistas de nuevo y no tan nuevo cuño, al igual que en los años treinta, con la inestimable ayuda de la socialdemocracia, son los mayores generadores de odio. Porque ustedes todo lo que tocan lo convierten en mercancía o, lo que es lo mismo, en mierda. Sus políticas económicas generan precariedad, pobreza y malestar en los más, en definitiva, tristeza. Es bien sabido que poco dura la alegría en la casa del pobre.

Incapaces para el amor, la alegría, propia de iguales y alejada de las relaciones de poder, desata su sospecha incomodándoles. Un día sí y otro también nos salpica el chapoteo de su bilis ¿Y quieren que no les odiemos?

Hoy depositaré un voto de amor y de odio.