Raimundo Fitero
DE REOJO

De turismo


En muchas instituciones el turismo está ligado a la cultura. O viceversa. Bueno, tendríamos que empezar por definir turismo y, sobre todo, cultura. Estamos viendo en nuestras pantallas campañas feroces sobre un tipo de turismo populista, de low cost, que se han empeñado en estigmatizar cuando es el que ha sustentado la industria turística estatal durante años. Pero en esas concomitancias entre turismo y cultura, se han empeñado en adjetivarlo, dándole rangos, y en la fusión ideal es cuando estamos ante un supuesto turismo cultural. ¡Toma ya! De los que hacen ciudad según la terminología al uso de los gestores.

Bilbo, en general ¿recibe turismo cultural o de barra de bar? El de Donostia, ¿es turismo de calidad o de aluvión, bandejas de pintxos y cervezas hasta reventar? En Gasteiz solo detectamos una estación de paso para llegar a la Rioja a ese turismo báquico y en Iruñea, una vez salvada la cima de los Sanfermines, ¿qué nos queda, turismo clínico, religioso? En Iparralde la mezcla es un poco más alambicada, porque es un turismo masivo de clases medias en busca de playa, pero con lugares de vieja raigambre aristocrática. No me dan más de sí mis vagos conocimientos turísticos.

Pero leo que crece en Suiza el turismo de suicidios. ¿Entienden el mensaje de la misma manera que un servidor? Hay gente que va a Suiza a suicidarse. Pero se trata de que personas con enfermedades degenerativas, en estado terminal, deciden abreviar su calvario y como las leyes suizas son propicias, van a emprender su último viaje voluntario en las mejores condiciones. Y a eso lo llaman turismo. ¿No habrá en Suiza más turismo económico, de evasión y sustracción que el señalado? En los partidos políticos con poder tienen agencias propias especializadas en viajes a Suiza. A veces, aprovechan para esquiar.

El turismo es una plaga. Una industria del ocio de consumo. De sol, playa, kokotxas o museos franquicia. De sangría y paella. Un movimiento de personas en busca de los tópicos y las fotos más vulgares para colgar en las redes. Una muestra de una cultura de catálogo de ventas que arrasa con lo autóctono. Que convierte a las ciudades en parques temáticos.