EDITORIALA
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Ébola, ese pequeño virus letal por la gran necedad humana

Hace solo una semana, en estas mismas páginas Cristina Oria, médico de Urgencias del Hospital Donostia, lanzaba una voz de alerta frente al creciente interés oficial por restar gravedad a la epidemia. ``Un respeto al ébola'' era el título de la colaboración que resultaba casi profética 24 horas después, con el caso sobrevenido en Madrid. Seguramente, pese a su punto de vista marcadamente crítico, ni la propia autora hubiera imaginado toda la catarata de negligencias, dislates, injusticias y absurdos que han rodeado y siguen rodeando al contagio de Madrid. El pequeño virus del ébola va camino de convertirse en el crisol de todos los defectos de la humanidad actual, en toda su escala, desde la colectiva a la individual, desde la política a la social. Un compendio de necedad que convierte una enfermedad compleja pero perfectamente controlable en una epidemia que continúa creciendo y expandiéndose.

La ceguera occidental

La solución de cualquier problema obliga a acudir a su origen, a su raíz. En esta semana en que el ébola ha superado los 4.000 muertos en África, ha hecho falta empezar a contar cadáveres en Occidente para que los países ricos se sacudan la indolencia y empiecen a tomar algunas medidas reales. Alemania o el Reino Unido han mandado soldados (por cierto, un país pobre llamado Cuba había desplazado para entonces 500 profesionales sanitarios a la zona cero de la epidemia).

Resulta más que curioso comprobar que no falta lo difícil -es decir, personas dispuestas a acudir a la zona-, sino lo fácil -voluntad política y recursos económicos-. Quienes se juegan la vida para combatir la lacra son voluntarios, de miembros de Médicos sin Fronteras a misioneros, no funcionarios civiles o militares, lo que refleja la dejación brutal de gobiernos e instancias internacionales. Con el Estado español a la cabeza, porque también en el patetismo hay clases: su gasto para combatir el ébola en África es casi cien veces menor que el de otro antiguo imperio, el Reino Unido.

África sigue reducida a la función de estercolero planetario 70 años después de que se teorizara que todas las vidas humanas tienen la misma importancia. Pero a esta injusticia de fondo se le suma la ceguera más absoluta: ¿Pensaba acaso el mundo rico, pensábamos todos, que el virus se detendría y daría la vuelta ante la valla de Melilla, el cauce del Río Bravo, el Mediterráneo o el Atlántico? Incluso desde un esquema egoísta de mera autoprotección, ayudar a África en su lucha contra el ébola es una necesidad, como lo es mejorar las condiciones de vida allí si se quiere limitar la inmigración.

La inoperancia política

Saltando a la escena española, la esperpéntica gestión política del asunto de Alcorcón no ha descubierto nada nuevo, pero sí ha hecho aflorar la gravedad del asunto. La ciudadanía comienza a descubrir, ya ocurrió hace catorce meses con los 79 muertos del accidente ferroviario de Santiago, que la incapacidad total de sus gobernantes es un problema de salud pública, una amenaza personal. No parece creíble que los responsables del Gobierno español o la Comunidad de Madrid sean tan botarates como se han mostrado estos días. Es el sistema, la perversión en la forma de hacer política, la que los hace aún peores de lo que son. Porque fue esa corrección política mal entendida, el «qué dirá la oposición», la que impulsó al PP a repatriar a los dos misioneros enfermos (¿alguien duda de que muchos de los que ahora critican aquel traslado hubieran censurado al Gobierno que los dejara morir en África?). Y ha sido esa misma paralizante percepción la que llevó a retrasar el ingreso de la enfermera, a no aislar a las personas con las que contactó esos días, a no desinfectar con rapidez las zonas afectadas, a negar o minimizar el problema, a limitarse a cruzar los dedos, tocar madera o rezar el rosario para que el caso individual no se convirtiera en todo un brote. Esta es la era de los gobernantes que no gobiernan, no deciden, no actúan, y que en consecuencia solo acaban agravando los problemas; este o cualquier otro.

La confusión social

Pero esta crisis del ébola deja más enseñanzas. Solo en la comparación con sus dirigentes sale bien parada la sociedad de referencia. Sin necesidad de llegar a los capítulos mezcla de Valle Inclán y Almodóvar vistos en Alcorcón, llama la atención por ejemplo que gran parte de la crítica a la ministra de Sanidad se centre en que no ha sabido tranquilizar a la población (¿cómo iba a hacerlo sin mentir, sin mentir más?). También que siga faltando capacidad de exigir responsabilidades donde y a quien toca, de lograr movilizaciones sociales efectivas, de focalizar la atención en lo importante y no en lo accesorio, anecdótico, frívolo o directamente ridículo...

La semana ha dejado a la vista una ciudadanía demasiado inconsciente, tremendamente desorganizada, cada vez más infantilizada en su proyección en las redes sociales, superficial, poco informada... Una sociedad, en definitiva, autoconvertida en presa fácil para gobernantes así. Gobernantes con mayoría absoluta.

Posdata

No está de más preguntarse finalmente si en Euskal Herria las cosas hubieran sido diferentes. ¿Aportamos a solucionar la raíz del problema? ¿Tenemos gobernantes adecuados? ¿Somos una sociedad fuerte, madura, responsable? ¿Estamos sanos o también enfermos?