Floren Aoiz
@elomendia
JO PUNTUA

Euskal Herria, un pueblo loco

El nuestro es un pueblo loco: se lo ha parecido a buena parte de quienes nos han visitado a lo largo de los siglos. Nuestra locura era nuestra cultura, nuestra lengua propia, nuestras costumbres y formas de organización, de vida, de fiesta

Hace falta estar un poco loco o loca para organizar en Urepele el inicio de la Korrika en un día festivo en parte del país, y para hacerse sardina y meterse en aquella lata, pero como somos un pueblo loco, funcionó.

De pura locura fue que aquel caos se autoorganizara para permitir que saliera la Korrika. Y solo gente loca a millares es capaz de componer la serpiente multicolor que recorrió el Valle de Aldude. La imagen de una oveja y un caballo juntos en un prado mirándonos alucinados lo decía todo: ¡qué locura!

El nuestro es un pueblo loco: se lo ha parecido a buena parte de quienes nos han visitado a lo largo de los siglos. Nuestra locura era nuestra cultura, lengua propia, costumbres y formas de organización, de vida, de fiesta. Locura fue derrotar al Ejército más fuerte de Europa en 778 y alzarse contra los conquistadores españoles en el siglo XVI, locura era empeñarse en hablar euskera frente a los esfuerzos de los «revolucionarios» franceses por «civilizar» nuestra tierra. Locura era para los jerifaltes carlistas ver cómo sus ejércitos se vaciaban en época de siembra, locura fue matxinarse contra las órdenes reales, en Bizkaia o al lado de Matalaz. Locura fue plantar cara al franquismo cuando algunos que todavía hoy pretenden darnos lecciones perpetraban aquella infamia de la «reconciliación nacional» y evitaban luchar de frente contra la dictadura. Locura fue decir no a la transición-transacción y reclamar y seguir reclamando una auténtica ruptura y una democracia radical. Y locura fue y es oponerse a despropósitos vendidos como paradigma del progreso, como la central nuclear de Lemoiz o el TAV, o defender la insumisión.

Locura ha sido resistir a la represión y a las ilegalizaciones, saltar una y otra vez las fronteras impuestas y empeñarse en hacer desde abajo un país contra todos los obstáculos, incluida la «cordura» de las élites.

Locura fue poner en marcha las ikastolas, enseñar euskera en bajeras y, con la Korrika, pasearse a las tres de la mañana por pueblos de la Ribera, las Encartaciones, el alto de Loiti, las calles de Ondarroa, de Maule o Azpeitia, de Falces u Hondarribia, de Sestao a Tutera. La recuerdo por primera vez llegando a Tafalla, con nieve: aquello era una locura y lo sigue siendo, pero es nuestra locura y gracias a ella Euskal Herria sigue viva.