Iñaki Zaratiegi
gara-2021-04-09-Reportaje
Ilustración de Miguel Brieva para «Historia de la Comuna», de Lissagaray (Capitán Swing).

Siempre nos quedará París

En la revolución de 1789 la comuna de París fue la organización base para proclamar la república y el término pervive hoy como definición de lo municipal. En 1871, la clase trabajadora parisina convirtió en histórico y con mayúscula su significado social y político: la Comuna.

En primavera de hace 150 años, tras la derrota de Napoleón III ante los germanos y el armisticio franco-prusiano, el ejército vencedor de Otto von Bismarck ocupaba medio Estado francés. La derrotada Asamblea Nacional desconfiaba de su propio pueblo y sustituyó como capital a París por la elitista Versalles. Trató además de compensar el desgaste económico por la guerra decretando el pago de atrasos de alquileres y letras, lo que suponía la ruina de talleres, comercios y muchos trabajadores en general. Suprimió también el salario a la Guardia Nacional, milicias de unos 200.000 ciudadanos que habían parado los pies a los prusianos.

La capital había acumulado hasta una decena de insurrecciones populares y su gente más combativa se volvió a rebelar y no aceptó la rendición ante las tropas extranjeras, que se acantonaron fuera de la gran urbe. Las clases pudientes y la jerarquía eclesiástica se trasladaron a Versalles, pero intentaron retomar los cañones y armamento de la Guardia Nacional, comprados por suscripción popular contra la invasión germana.

La masa parisina más concienciada o más cabreada, con los comités de mujeres en primera fila, cerró el paso a los mandos militares ‘versalleses’ y empujó a los soldados a unirse a la revuelta. Tras años de lucha y sacrificio, la calle y el poder eran por fin del pueblo. La proclamación de la Comuna fue el primer gobierno de trabajadores del mundo y desarrolló en apenas 72 días un revolucionario programa de socialismo autogestionario.

Los soldados del ejército vencedor tras ocupar la barricada del Boulevard Voltaire en una fotografía de Roger-Viollet.

Rojo de banderas y sangre. Asediada por la guerra ocupacional-civil y en tan pocas semanas, la Comuna se esforzó por restablecer la gobernanza, administración, servicios y seguridad pública, el avituallamiento o la atención sanitaria. Pero vivió en permanente contradicción y tensión interna, dejó retirarse y reagruparse al ejército reaccionario y permitió a Versalles seguir disponiendo del Banco de Francia. Las experiencias hermanas de otras ciudades fueron fracasando y París confirmó finalmente la crueldad del poder cuando se ve suplantado: la romántica y obligadamente violenta revolución fue ahogada en sangre y París ardió por los obuses atacantes o los incendios provocados por la ira de los masacrados.

La burguesía local, bandera tricolor en mano, se alió con los invasores prusianos, que liberaron miles de soldados franceses prisioneros para ser enrolados contra París y cortaron la retirada de los comuneros. El enemigo de clase de los sublevados contaba con la oposición a los comuneros de la mayoría del mundo rural e incluso de sectores progresistas y mucha de la intelectualidad. Culminó su victoria el 28 de mayo y desató una cruenta operación de castigo.

El militante y periodista gascón Hippolyte Prosper-Olivier Lissagaray (Toulouse, 1838), que escapó a Londres, donde mantuvo una larga relación con la hija de Karl Marx, Eleanor, escribió el clásico ‘Historia de la Comuna de París’, que editó Txalaparta y reedita ahora Capitán Swing. Calculó en unas 20.000 las personas muertas en combate o asesinadas –con unos 17.000 fusilamientos indiscriminados, incluidos niños, aunque otros análisis las aumentan considerablemente–, 13.700 condenadas y 70.000 ancianos, niños y mujeres privados de cualquier sostén económico o expulsados del territorio francés. Otras cifras de la represión acumulan unas 45.000 personas detenidas (incluidos 660 menores), 7.500 deportadas (4.213 desterradas a la colonia Kanaky –Nueva Caledonia–, en el Pacífico), otras tantas condenadas a trabajos forzados y unas 3.000 exiliadas. Lissagaray habla de un total de 107.000 víctimas como ‘balance de la venganza de la alta burguesía por la revolución de dos meses’. El siniestro presidente Adolphe Thiers sentenció: «Se ha acabado el socialismo por mucho tiempo». La amnistía de 1880 alivió la represión y la gente exiliada pudo volver.

Las bajas militares en el ejército monárquico fueron 877 y el historiador donostiarra Francisco Letamendia ‘Ortzi’ subraya que «no hubo comparación posible en materia de represión: los asesinados por la Comuna no pasaron del centenar». Y explica que «la Comuna fue víctima de su forzosa inmadurez ante unos enemigos que habían perdido parte de su fuerza, pero que conservaban la suficiente para aplastarla y ensañarse con una crueldad inédita hasta entonces». 

Pese a su implacable derrota, la revolución a orillas del Sena fue un ejemplo para el movimiento obrero internacional. Marx la definió como «el mayor acontecimiento del siglo XIX». Los símbolos de la bandera roja y las barricadas anti represivas se repetirían por el mundo y tuvieron su remake en el parisino mayo de 1968.

 

Sobre estas líneas, ilustración que muestra la barricada Blanche, defendida por mujeres.

Enseñanzas. ‘Ortzi’ señala que «las políticas de la Comuna, con grandes diferencias internas, tendían tanto hacia una democracia progresista como hacia la revolución social». Jaime Pastor, editor de ‘Viento Sur’, y coordinador con Miguel Urbán de la novedad colectiva ‘¡Viva la Comuna! 72 días que conmocionaron Europa’ (Bellaterra), opina que «fue la primera vez en la historia de una experiencia de democracia republicana ejercida por una población mayoritariamente trabajadora». Resalta también «el hecho insólito de que en tan pocos días se puso la cuestión social en el centro de las medidas que se promulgaron y adoptaron. Y hay que añadir el papel destacado de muchas mujeres, la participación de un elevado número de ‘extranjeros’ y el odio de clase y la brutal represión contra los communards».

La rápida asunción de un programa de acción significó, según Pastor, «un verdadero ‘laboratorio’ en el que las distintas corrientes del movimiento obrero, no sin tensiones, confluyeron en la puesta en práctica de otro tipo de Estado frente al liberal-imperial y de un proceso de auto emancipación social, simbolizado con la bandera roja en el ayuntamiento».

Se organizó la alimentación colectiva, se nacionalizó la industria, se decretó el derecho al trabajo remunerado, los trabajadores podían tomar en cooperativa los talleres abandonados por sus dueños y se prohibió multarlos como disciplina, se suprimió el trabajo nocturno de las panaderías, se dio pensiones a las familias de los muertos en la Comuna, se abolieron las deudas, se dictó que el salario de los funcionarios no fuera superior al obrero, se requisaron casas vacías para gente sin techo, se crearon guarderías...

Hubo un proceso asambleísta convirtiendo una decena de iglesias en clubs de debate, una efervescencia de periódicos, incluido el feminista ‘La Sociale’, se creó una Federación de Artistas y las medidas fueron radicales en cuestiones político-ideológicas. La Comuna organizó una gobernanza de delegados electos y revocables con un salario obrero, sustituyó al ejército por una milicia ciudadana, abolió la pena de muerte (se quemó la guillotina en público) y el reclutamiento militar, introdujo el derecho universal a la educación obligatoria, laica y gratuita para niños y niñas; instituyó la separación entre Iglesia y Estado, concedió la nacionalidad a inmigrantes, la asistencia letrada gratuita…

Pastor analiza que, «aunque no se pudieron desarrollar muchas de las medidas aprobadas en el plano social y no se cuestionó la propiedad privada, los programas posteriores del movimiento obrero se inspiraron en la Comuna tratando de ir más lejos. Es significativo que algunas de las medidas adoptadas entonces (la laicidad del Estado y de la enseñanza o el derecho a la vivienda) sigan hoy pendientes».

 

Cadáveres de comuneros fusilados en mayo de 1871, en una fotografía de Eugène Disderi.

Herencias. La influencia del levantamiento y la praxis autogestionaria se extendió a las grandes revueltas obreras del siglo XX. Para ‘Ortzi’, «la Comuna ha sido celebrada por anarquistas y marxistas hasta la actualidad porque hubo variedad de tendencias, alto grado de control por parte de los trabajadores y una notable cooperación entre los diferentes centros revolucionarios».

Según Pastor, «la Comuna se convirtió en punto de partida de un nuevo imaginario social para las futuras revoluciones, como la rusa de 1917 o la alemana de 1919. Influyó también en el rápido crecimiento de la primera internacional obrera AIT (Asociación Internacional de Trabajadores), pese a que sufrió pronto la ruptura entre ‘marxistas’ y ‘bakuninistas’. En el Estado español tuvo ya su eco en el cantonalismo que se dio en 1873 y ese espíritu llegó incluso a las colonias de Cuba y Filipinas».

En el siglo XX «recobró su eco en las revoluciones de Asturies en octubre de 1934 o Catalunya y Aragón en julio de 1936, que fueron más lejos en el cuestionamiento del Estado y de la propiedad privada. También se rastrea su influencia en el mayo del 68 francés, la Comuna mexicana de Oaxaca en 2006 o ahora mismo en el confederalismo democrático de la Rojava kurda».

Quema pública de la guillotina en la plaza Voltaire, el 6 de abril de 1871, según el cómic «La virgen roja», de Mary M. y Bryan Talbot.

Letamendia reflexiona sobre «similitudes y sinergias entre la Comuna y la lógica y modo de actuar del movimiento obrero y muchas iniciativas y organizaciones de base en Euskal Herria. En un pueblo que ha venido actuando en los dos últimos siglos de espaldas, y frecuentemente de modo antagónico, a las estructuras y decisiones estatales, hay muchos paralelismos con aquel espíritu. Aunque los sucesos no sean muy conocidos por una sociedad poco amante de los libros de historia».

Y recuerda que el historiador Lissagaray «escribió en términos elogiosos de Zumalakarregi, no ciertamente por su ideología carlista sino por considerarlo el líder de las ansias de libertad y soberanía del pueblo vasco».

La teórica americana Kristin Ross, autora de ‘Lujo comunal. El imaginario político de la Comuna de París’, propone un análisis centrado no en la historiografía al uso, sino considerando a «los trabajadores como pensadores». Tras estudiar la actitud de sus protagonistas más directos concluye que «la Comuna ha sido un importante punto de referencia para la izquierda, pero el contexto político post 1989 y el colapso del socialismo de Estado se llevó a la tumba un imaginario político completo. En mi libro, la Comuna resurge liberada de esa historiografía y ofreciendo una clara alternativa al centralismo del Estado socialista».

Ross cree que la Comuna ha adquirido nueva visibilidad en los movimientos sociales que han ocupado en estos años los centros de muchas ciudades. «Volver públicos lugares que el Estado consideraba privados se convierte en la figura de una historia, y tal vez de un futuro, diferentes del curso que tomaron la modernización capitalista y el utilitarista socialismo de Estado. Un proyecto que comparte mucha gente del que el imaginario de la Comuna es clave. Una especie de apertura, en medio de nuestras luchas contemporáneas, hacia un campo de futuros posibles».

Cómics sobre la comunera Louise Michel, de Sergio Cena y el matrimonio Talbot.

«Petroleras». Las mujeres fueron activas en las luchas del período que desembocó en la Revolución de 1789 y durante las del siglo XIX. Contando con los Clubs femeninos, la sección femenina de la AIT, el Comité de Vigilancia de las Ciudadanas o la Unión de Mujeres para la Defensa de París y el Socorro a los Heridos, se calcula en más de 10.000 las que salieron a la calle en el estallido comunero.

Montserrat Galcerán, catedrática emérita de filosofía por la Universidad Complutense y exconcejala del Ayuntamiento madrileño, participa en el libro colectivo que coordina Jaime Pastor y recuerda que «se las llamó despectivamente pétroleuses o incendiarias, cuando sus tareas fueron más bien de ayuda y socorro». Fruto de su presencia combativa, la mujer consiguió el derecho al divorcio mediante simple declaración de voluntad y recibir apoyo material mientras el tribunal decidía. Se equiparó el sueldo entre maestras y maestros. Se indemnizó a las compañeras de guardias nacionales muertos con la misma asignación que a las casadas. La mujer no consiguió el derecho a voto, por el corto tiempo de la experiencia comunera, pero sí varió el nivel de representación en muchos niveles oficiales y sociales.

Galcerán destaca lo pionero de aquellas leyes de igualdad. «En España el trato igualitario para los hijos fuera del matrimonio data de la transición». Y subraya «la importancia concedida a una educación laica, igualitaria y gratuita para niños/as. Diversas alcaldías distritales pusieron en marcha programas de educación con ese objetivo, muchos de ellos a cargo de mujeres. Contaron, por supuesto, con la enemiga de los curas que se ocupaban de la enseñanza».

Cientos fueron asesinadas y 1.051 juzgadas. Destacó como combatiente la docente y escritora anarquista Louise Michel, condenada a nueve años de deportación en el archipiélago oceánico y que relató los hechos en ‘Memorias de la Comuna’. La editora navarra Katakrak ha publicado ‘Erbesteko gutunak Victor Hugori’ y Michel ha protagonizado varios libros, algún cómic (‘La virgen roja’) y existen más de 160 escuelas con su nombre. Tiene una plaza en París, donde el popular anarquista Lucio Urtubia regentó el Espace Louise Michel y en Bilbo hay también una librería con su nombre.Portada de «El grito del pueblo» (Tardi-Vautran). El parisino Espace Louise Michel, del anarquista Lucio Urtubia, según el cómic de Belatz. Debajo de estas, portada y detalle del cómic «Los apaches de París», de Osés-Mina.

Comuneros en el siglo XXI. El monumental Sacré Coeur, erigido por los vencedores para expiar «los crímenes de los comuneros», domina París sin haber sido catalogado aún como monumento nacional por falta de consenso político. Físicamente, apenas queda de la Comuna la lápida ‘Muro de los Federados’, lugar de fusilamientos en el cementerio Père-Lachaise, y alguna calle con nombres de personas destacadas en aquellos días.

Pero el poso comunero sigue presente. La movilización Nuit Debout (2016) rebautizó la plaza de la Republique como de la Comuna. La contestación estudiantil de 2018 montó la ‘Comuna libre de Tolbiac’. Los ‘chalecos amarillos’ reivindicaron el lema ‘Commune de Paris 1871, Gilets Jaunes 2018’. Y en el redondo aniversario de este 2021 la capital gala, regida por la izquierda, ha organizado bastantes iniciativas, a pesar de la oposición conservadora, que defiende su particular relato de los hechos. 150 años no han cerrado heridas y hay quien compara el Sacré Coeur con la Cruz del Escorial.

Además de recuerdos y celebraciones, quedan sobre todo las historias escritas por sus protagonistas (Lissagaray, Jules Vallès, Louise Michel, Edmond de Goncourt…), los análisis posteriores de Marx, Engels, Lenin, Bakunin, Trotsky... y una abundante historiografía que ha vuelto a florecer durante esta celebración.

De aquella revuelta surgió el himno ‘La Internacional’, fue uno de los primeros grandes hechos sociales fotografiados y ha generado alguna filmación como el experimento en clave teatral de Peter Watkins. Hay también novelas o cómics de fondo comunero: ‘Bajo las llamas’ (Hervé Le Corre), ‘El grito del pueblo’ (Tardi-Vautrin), ‘La sangre de las cerezas’ (François Bourgeon), ‘Los apaches de París’ (Pedro Osés-Javier Mina)... El relato comunero abunda en consecuencia en formatos artísticos y hasta existió el exitoso grupo británico de pop The Communards, con su bandera roja.

‘Ortzi’ actualiza la memoria indicando que «en Euskal Herria han abundado la voluntad y capacidad de múltiples expresiones de organización de base, prescindiendo unas veces, y otras frontalmente en contra, de los poderosos. El auzolan pre industrial de ayuda mutua en las comunidades rurales. La fuerza en el posfranquismo de la auto organización y presencia activa de todo tipo de movimientos sociales (3M Gasteiz, antinuclear y ecologista, anti represión…). Una prensa de denuncia que se ha levantado de las cenizas en las que querían hundirla. Y ahora el empuje de sectores como los jubilados, feministas, de reivindicación de la diferencia sexual... Hay pues innumerables lazos entre este movimiento multifacético y auto organizado y la epopeya de la Comuna».

Como sentenció Victor Hugo: ‘El cadáver está por tierra y la idea de pie’.