Rayco Sánchez, Opio errebeldea
Uno de los fondos del Estadio Communale Luigi Ferraris donde se ubica el Gruppo Andrea Verrina.
Uno de los fondos del Estadio Communale Luigi Ferraris donde se ubica el Gruppo Andrea Verrina.
R.S

Genoa, la auténtica

Genoa es una cinta romántica, interpretada por malhechores y buscavidas en su puerto, con casas y centros ocupados, vestidos con graffitis. A su vez, tiene el club de fútbol más antiguo de Italia –Genoa Cricket Football Club– que juega como local en el Estadio Communale Luigi Ferraris.

De Genoa dicen que es tierra de piratas, que su ciudad es tirando a fea, que está sucia y tiene bordados grises. De su gente, que son diferentes al resto de italianos e italianas, que son personas “raras”, introvertidas, secas y hasta con un punto borde.

A priori, antes de poder verificar o contradecir lo leído en los foros, lo que podemos afirmar es que el Genoa Cricket Football Club –la entidad que comenzó su existencia como un equipo de criquet–, es el club más antiguo de Italia y el único, junto al Empoli, que se ofreció a abrirnos las puertas de su estadio para colaborar con el proyecto Opio Errebeldea.

Así que el 16 de febrero de 2019, tras coger coche, avión, bus y tren, llegamos de noche a la capital de Liguria.

La ciudad

El casco viejo de la ciudad es un entramado de cantones y calles grises sostenidas por un empedrado romano y bendecido por los curiosos Santos que ocupan, literalmente, cada esquina de las mismas.

Y es que, aunque el despertar del esplendor genovés fuera anterior a la bombilla, sigue desbordando un encanto digno de las paredes grises de Lisboa. Cimientos llenos de vida y de mensajes antifascistas, contra el racismo, a favor de la cultura, el feminismo y la libertad. Las farolas y señales de tráfico también tienen mucho qué decir llenas de pegatinas y se convierten en un terreno improvisado para un derbi de obras de arte adhesivas, entre “Blucerchiato” y “Grifoni”.

Había escritos y creatividad por todas partes, hasta nos encontramos un sofá en mitad de la calle en lo que parecía una especie de barricada de Ikea, en la que se podía leer una inscripción que, gracias al traductor, nos enteramos de que invitaba a toda persona que lo leyera a ver un concierto abierto en el salón de una casa. Aventureros, intrigados por la veracidad o inocentada de aquello, tocamos el timbre, subimos las escaleras de caracol y descubrimos un laboratorio creativo, en el que había música acústica en directo y daban cerveza gratis. Mamma mia! Los domingos en la capital portuaria son otra cosa.

Allí nos recomendaron pasar por la Piazza Lavagna, a la que nos encaminamos para disfrutar de otro recital al aire libre y donde pudimos reposar la intensidad entre versiones de los Who, cervezas artesanales y el partido del Napoli en la televisión (equipo que está hermanado con los del Genoa). ¡Y nos pusieron pizza Margarita y patatas fritas como tapa! A esto es a lo que deben de llamar “Piacere della vita”.

Por si esto fuera poco, la gran capital italiana cuenta con otras curiosidades como que tiene uno de los mayores acuarios de Europa, el evento deportivo del año es el Derby della Lanterna (Genoa vs. Sampdoria), los ascensores sustituyen al transporte público por carretera, es una de las ciudades universitarias referentes en Italia y fue Capital Europea de la Cultura en 2004.

Por cierto, un grupo de marineros del mismísimo puerto genovés inventó el pantalón vaquero, ahí es nada.

Gastronomía

El pesto es originario de Liguria. Este manjar de color verde suele estar compuesto por albahaca genovesa, piñones, queso parmesano y ajo. No puedes irte de allí sin probar los típicos ñoquis al pesto, son una maravilla.

De la zona es conocida también la focaccia y es imprescindible llevarte a la boca la de queso; allí incluso desayunan este manjar. Tampoco puedes dejar de probar la Cima, una especie de embutido hecho de carne de ternera y relleno de queso, huevo y piñones.

Otro plato típico es el impresionante Pansoti, una pasta rellena de verduras con salsa de nueces.

Visto así, merece la pena visitar la capital, aunque sólo sea para comer.

Tras perdernos por los encantos y encantados rincones del casco viejo genovés, que a cada paso nos confirmaba que la gente de los foros desconoce las verdaderas maravillas de las ciudades menos populares pero más plurales de “la bota”, nos dirigimos hacia el núcleo deportivo de la ciudad, el corazón de los futboleros y las futboleras.

El partido

Recogimos las acreditaciones en la taquilla, nos compramos las bufandas con el lema “el club más antiguo de Italia” y nos adentramos en el Estadio Communale Luigi Ferraris, casa del Genoa CFC y del Sampdoria, éste creado en 1946.

La fachada marrón, discreta y casi fea del estadio contrastaba con el decorado interior, donde la afición genovesa tiene ubicado el salón de su casa. Cada una de las dos alturas de gradas, de forma rectangular, están construidas de tal manera que dan la sensación de ejercer presión sobre el césped. El anfiteatro estaba decorado con cientos de banderas rojas y azules, escenificando un orgulloso mosaico compuesto por mensajes, de amor infinito, de peñas del club, de Armenia, Nueva York, del Adriático...

Todo bien aderezado con la música que lanzaba el DJ oficial del equipo, con reggaetón, rap y electrónica. Llamaba la atención la versión de la mítica canción de los AC/DC “Highway to hell” adaptada al equipo de fútbol y cantada en italiano para dar la bienvenida a los jugadores “rosso blu”. El equipo saltaba al verde para afrontar la batalla contra una Lazio ubicada en puestos de Europa League, e intentar dar caza al Milán para arrebatarle el puesto de Champions League.

El partido comenzó sin mucho toque ni acierto de pase por ambos equipos. El conjunto local dispuso de unas cuantas ocasiones para adelantarse, pero ni el peleón Kouamé ni Sanabria acertaron con la red.

Mientras, el Gruppo Andrea Verrina, ubicado en la grada de animación, detrás de una de las porterías, se dedicaba a hacer su propio partido, animando, aplaudiendo, con coreografías ensayadas, al ritmo de los tambores y los petardos.

Iba consumiéndose el primer tiempo cuando, tras un desajuste defensivo o empanada de los de casa, se adelantaron los romanos con un gol de Badelj.

La segunda parte comenzaba peor que la primera, con un Genoa cansado, apático y desacertado, como si les hubieran robado la energía. «Algo no funciona», decían con gestos los compañeros y las compañeras de la prensa transalpina.

Ya en el minuto 70 de partido, bajo los pegadizos cánticos de “Lazio vaffanculo”, el orgulloso equipo local parecía despertar, empatando en el 74 con un gol oportunista (de rebote) de Sanabria (1-1).

Lo celebraba la grada del Ferraris, empujando al equipo, que no cesaba de enviar balones colgados al área, con Pandev en plan cañonero, a empujones en el área... Toda la emoción guardada para el tiempo de descuento.

¡4 minutos de añadido! señalaba el cuarto árbitro con el tablón fluorescente. Imprecisiones, balonazos, nervios, centros pasados, centros que no llegan. Se mascaba el empate en el Luigi Ferraris hasta que, tras el enésimo rechace, Criscito, el veterano capitán del Genoa, enganchaba el balón con su pierna zurda y, tras tocar en la madera, mandaba el balón a dormir en el fondo de la portería. ¡Vaya subidón! ¡Vaya final! ¡Incredibile!

Genoa 2, Lazio Vaffanculo 1. Remontada, gol en el último minuto. ¿Qué más se puede pedir? El resultado era un premio para la afición, que no dejó de creer en su equipo y de animar en todo momento. Tampoco parece que vaya a dejar de hacerlo en el futuro, por muy mal que les vaya, y eso es lo que realmente marca la diferencia.

Post partido

No os voy a engañar, de vuelta a casa, ya entrada la noche, Genoa daba “respeto”. En algunos caruggis (callejuelas) vimos miradas intimidatorias de los “vigilantes” de la noche, que se contradecían con las palabras amables de los que nos ofrecían placeres “extracorporeos”.

Pese a todo, yo la considero una ciudad orgullosa de cumplir años sin maquillaje, con escaleras interminables de destinos infinitos, con callejones ingobernables que te transportan a historias centenarias. Alejada del “mainstream” y el “glamour” de otras ciudades vecinas, enmarcadas hasta la saciedad en postales bucólica y dramática, con paraísos terrenales de película, como Bocadesse, a 20 minutos en autobús desde el centro.

Genoa es una cinta romántica, interpretada por malhechores y buscavidas en su puerto, con casas y centros ocupados, vestidos con graffitis. Como atrezzo, máquinas expendedoras de marihuana, muebles en la calle que sirven de reclamo, y paredes que hablan, que dicen como respira y piensa la ciudad, con mensajes libertarios. Querida Genoa, nos gusta cómo eres y cómo piensas.