Mikel ZUBIMENDI

Abstención juvenil: realidad, mitos, «remedios» e ideas preconcebidas

En Euskal Herria, y particularmente en el contexto europeo, la abstención juvenil es un fenómeno crónico pero que además va al alza. A continuación se detallan algunos datos, se citan algunas ideas preconcebidas y se apuntan medidas que se están estudiando para hacerle frente, aunque ninguna de ellas tiene asegurado el éxito ante a un problema que es de fondo y no de forma.

Los resultados de las elecciones departamentales en el Estado francés dejaron un dato especialmente llamativo. Con un 50% de abstención general, según un sondeo de Ipsos, entre la franja de población joven (de entre 18 y 24 años) alcanzó el 67%. Batió un nuevo récord y disparó toda una batería de «recetas» para una combatirla, además de reforzar multitud de falsas ideas preconcebidas en torno a este fenómeno.

En Euskal Herria, aunque las cifras no son tan acentuadas, la tendencia también existe. Según encuestas del Gobierno de Gasteiz, en la misma franja de edad se constató que más de un 41% de jóvenes no votó en las últimas elecciones autonómicas de 2012, donde hubo una abstención general del 36%. En Nafarroa, por su parte, con una abstención de un 32,6%, la desafección juvenil se situó en similares cotas: casi cinco puntos por encima de esa media.

Indicativo de un compromiso ciudadano y sentimiento de pertenencia en declive. Es así como se interpreta oficialmente la realidad de una abstención juvenil que en ciertos países de nuestro entorno está adquiriendo niveles estratosféricos. Pero hay que ser precavido y no dejarse llevar por mitos e ideas preconcebidas. Porque no es cierto que los jóvenes no se interesen con la política, ni que formen una generación egoísta. La abstención parece más bien una expresión de desinterés, de un sentimiento de frustración, de su fuerte decepción. Y todo ello agravado por la percepción de que los políticos mienten muchas veces, son deshonestos e ignoran las preocupaciones reales de la gente.

Tampoco es cierta la idea de que la apatía sea seña de identidad de los jóvenes. Al contrario, son una generación ideológica, en el sentido de que ponen en marcha sus propias ideas, sin adherirse a los bloques ideológicos dominantes, sin dar cheques en blanco a los partidos. Tienen valores políticos, pero los defienden de manera individual y personalizada.

Si alguien cree que los jóvenes que se abstienen ahora votarán cuando envejezcan ,puede llevarse un gran disgusto. En un estudio dirigido por Michael Bruter, profesor en la London School of Economics, se apunta justo lo contrario. A saber, que los jóvenes que se abstienen en sus dos primeras citas electorales tienen entre un 80%-90% de posibilidades de convertirse en abstencionistas crónicos. Y a la inversa; los que votan a la primera, aunque luego puedan puntualmente abstenerse, votarán ya regularmente.

Otro falso mito: los jóvenes o no votan o apuestan por los extremos políticos. Los datos no indican eso. Son más dados que otros segmentos de población a votar a pequeñas listas, y sobre todo, valoran las candidaturas no partidistas y aglutinadoras.

Algunos «remedios» para un problema de fondo y no de forma. Como ya ocurre en el Estado belga –desde 1893–, Grecia, Australia –desde 1924– o Luxemburgo, con participaciones electorales que superan el 90%, voces influyentes están apuntando a la instauración del voto obligatorio como remedio contra la «enfermedad de la abstención juvenil». Pero esos índices de participación ¿son un signo de vitalidad democrática o una consecuencia de la amenaza del castigo –en forma de multa o de negación de posibilidad para ser nominado, promovido o distinguido durante un tiempo concreto por parte de la autoridad– y por tanto la constatación de que los votantes no son libres?

No es el voto obligatorio el único «remedio»: Legalizar el voto por internet, permitirles votar de manera anticipada –ya se hace en EEUU, Australia, Nueva Zelanda...–, hacer de la primera vez que se vota un momento especial, casi un ritual, instaurar las cuotas de jóvenes, rebajar el derecho a los 16 años –llevado a la práctica en Brasil, Austria, Argentina... y en el referéndum de independencia escocés, donde más de un 80% votaron– u organizar sistemáticamente el debate político en la escuela –desde años lo hace Noruega– son opciones que suenan con fuerza. Aunque ninguna tenga garantizado el éxito.