@albertopradilla

En Nafarroa costó una década convertir al PSOE en irrelevante

Las formas que ha exhibido el PSOE en las últimas semanas recuerdan al proceso previo al «agostazo» navarro, que frustró el cambio de gobierno en 2007.

Ambiente de «agostazo» en Madrid. El contexto es diferente, pero no el fondo de la discusión ni el modus operandi del PSOE, el principal actor de esta maniobra política. En su momento, Fernando Puras, candidato del PSN, terminó pactando con UPN en lugar de con Nafarroa Bai porque el statu quo podría verse puesto en cuestión si el abertzalismo llegaba a las instituciones. En el caso de la investidura española también se habla de la supervivencia del sistema. Un ejecutivo en el que entrase Podemos sería visto por el establishment como amenaza. La presencia de Pablo Iglesias en un gobierno español podría tener dos consecuencias: un fracaso que «quemase» el auge de Podemos o un éxito que diese impulso a la democratización del Estado. Los que mandan, y ahí también entra el PSOE, no se la quieren jugar.

En Nafarroa costó una década que la base social del PSOE se decepcionase con el partido, lo convirtiese en irrelevante y permitiese una mayoría alternativa de cambio entre Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e Izquierda-Ezkerra. Ese fenómeno no puede repetirse miméticamente al otro lado del Ebro. A día de hoy es imposible configurar una Administración sin el concurso de Ferraz. Así que la clave está en el sorpasso. Los líderes de Podemos llevan meses teorizando que solo cuando superen al PSOE lograrán que el partido que lidera Pedro Sánchez cambie de coordenadas o decida hundirse definitivamente en una «gran coalición». Es posible que tengan razón. Pero no es tan fácil. En los ambientes de izquierdas siempre se dan por buenas lógicas políticas que no tiene por qué ser inmediatas. Es decir, que el PSOE defraude insistentemente a sus votantes no tiene por qué provocarle un proceso de rápida «pasokización».

Las maniobras del PSOE en los últimos días recuerdan muchísimo a aquellos aciagos días de agosto. Ver cómo Pedro Sánchez se presenta como campeón del cambio y juega con el lenguaje para prometer una cosa y firmar otra prueba que todavía se siente con legitimidad para el engaño. La ceremonia de la confusión de las últimas semanas, escenificando el diálogo a cuatro con Podemos, Compromís y Unidad Popular mientras se pactaba en la Mesa del Congreso con PP y Ciudadanos y se llegaba a un pacto de legislatura con estos últimos también son marca de la casa.

En este juego de trileros, a Sánchez solo le queda refugiarse en la terminología. Reivindicarse como «de izquierdas» o «socialista» y despojar de todo significado a estos términos. En la batalla dialéctica hay un problema. Conceptos abstractos como el «cambio» han servido para ilusionar a miles de personas. De eso bien sabemos en Nafarroa. Sin embargo, también pueden volverse en contra, permitiendo que el PSOE se presente como alternativa y limite el cambio a echar al PP de la Moncloa.

Un elemento positivo para el votante español: el «agostazo» supuso el inicio del fin para el PSN. El error al otro lado del Ebro sería intentar imponernos a las naciones sin Estado sus carencias y no respetar los ritmos de quienes ya enfilan procesos transformadores, prometiendo una Arcadia feliz española ante el soberanismo.