Tres veces negó Julian Assange que EEUU fuera a permitir que Trump llegara a la Casa Blanca, las mismas que Pedro (Simeón) renegó de Jesús después de que el que sería a la postre fundador póstumo del cristianismo fuera detenido para ser ejecutado por los romanos.
Trump ganó, contra todo pronóstico, las primarias republicanas, y venció, algo que el fundador de WikiLeaks consideraba imposible de tragar por el establishment, las elecciones estadounidenses. La tercera era la vencida y no era Assange el único que esperaba que ayer pasara a engrosar la lista de presidentes electos asesinados tras Abraham Lincoln y John F. Kennedy,
Pues –salvadas las distancias del cambio horario– va a ser que no. El multimillonario arruinaempresas, misógino, xenófobo y narcisista ha llegado al 1.600 de la Avenida Pennsylvania. Y lo ha hecho para quedarse, a no ser que alguna de sus extravagantes y peligrosas ocurrencias impulse un impeachment en su contra o que una revolución popular en EEUU –bastante más improbable, pese a los vaticinios de Susan Sarandon– le apee del poder.
Y que conste que lo lamento, y que, por una vez, hacía míos los oscuros deseos de esa cohorte de conspiranoicos que llevaban tiempo anticipando que el imperio no iba a permitir el desembarco de un «outsider» como Trump.
Pues va a ser que sí y, a tenor de la reacción de Wall Street y de las grandes multinacionales, va a resultar que Trump no es tan de fuera y forma parte precisamente del núcleo duros de ese sistema –otra cosa es que se valiera de su posición para hacer creer a algunos incautos justo lo contrario–.
Trump ha llegado a la Casa Blanca y el tiempo y su gestión dirán si estamos ante un fenómeno que ha venido para quedarse o ante un histrión que no durará cuatro años.
Pero lo que resulta preocupante es ver cómo los mismos que se abonaban a las teorías conspiratorias pasan luego, una vez desmentidas por la realidad, a minimizar el alcance de los cambios que llegarán con su Presidencia.
Ahora dicen que Trump va a ser una especie de Ronald Reagan en versión pelín histriónica, como si los dos mandatos del actor devenido presidente en los ochenta no hubieran sido de infausto recuerdo, para EEUU y para el mundo.
Va a resultar que no han matado a Trump, pero sí que ha resultado herida la capacidad de discernimiento de más de uno. Porque ha llegado un monstruo. Letal para EEUU –que tendría acaso su pase– y para el mundo.
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