El voto kurdo será crucial en pleno repunte de la guerra
El voto en Kurdistán Norte es clave para el objetivo presidencialista de Erdogan pero servirá también para juzgar los efectos de la lucha en las ciudades kurdas del PKK. Varios grupos opuestos al HDP han anunciado la abstención, lo que beneficia a Ankara.

El futuro de Turquía se decide en Kurdistán Norte. Ante el ajustado referéndum presidencialista, los kurdos, que en su día apoyaron al Partido Justicia y Desarrollo (AKP), se han convertido en una de las claves para ratificar o posponer la «Nueva Turquía» de Recep Tayyip Erdogan. Pero esta cita con las urnas, crítica para el devenir anatolio y sin esperanza para los kurdos, es también un termómetro con el que medir el impacto de la lucha en las ciudades del PKK. «En lo que respecta a los kurdos, veo el referéndum como un test», reconoció a la agencia AFP el longevo político Ahmet Türk.
Al igual que el PKK, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) apuesta por el «no», porque blindaría un sistema autocrático que agilizaría la represión. Y, salvo sorpresa, la mayoría de los kurdos que voten seguirán el consejo de quienes aglutinan más del 70% del apoyo popular. Pero para eso tienen que ir a votar. Porque se prevé un aumento de la abstención que favorecería a Erdogan: grupos sociales y políticos kurdos enfrentados al HDP han anunciado que se abstendrán. Conocidos como los boicoteadores, están encabezados por el Partido Democrático del Kurdistán en Turquía (T-KDP), el Partido Socialista del Kurdistán (PSK) y el Partido de la Liberación del Kurdistán (PAK).
Hoy minoritarios, estos partidos cercanos al líder de Kurdistán Sur Massoud Barzani critican al AKP y piden unión en el movimiento kurdo, pero su boicot favorece hoy a los islamistas. «El referéndum no debería dividirnos, pero para caminar juntos tenemos que poner en común nuestros objetivos», explica Nurullah Timur, número dos del PAK, formación que, asegura, tiene el apoyo de unas 50.000 personas en Diyarbakir.
Una de ellas, Lütfiye, madre de cuatro hijos y afectada por la lucha en Sur, apoyó en su día al HDP para solucionar el conflicto kurdo por la vía democrática. Pero ahora, tras perder su casa y asegurar que la tensión le ha provocado un tumor cerebral, hará boicot. No puede apoyar a Erdogan, pero tampoco seguir más al HDP. «No iré a votar. Erdogan dice yo, yo, yo. Nos prometieron un estado cuando se dividía el Imperio otomano y, desde ese día, se nos ha engañado. Con la lucha en Sur he perdido mi casa y mis vecinos. No voy a apoyar al Estado, pero los culpables son los que han venido desde la montaña –en referencia al PKK–».
La familia de Lütfiye es una de las 2.000 que reciben ayuda del PAK, la mayoría afectadas por los enfrentamientos en Sur. Las organizaciones kurdas rápidamente orquestaron su mecanismo social para socorrer a los damnificados del conflicto. Esto ha creado una deuda que se traduce en fidelidad. En el caso Lütfiye, que ha cambiado de bando, será un «no» menos el día del referéndum.
Votos por limosna y poder tribal
La tradición de recompensar la ayuda prestada se une al rompecabezas de los líderes tribales y locales, que reconocen el poder de la economía estatal en Kurdistán Norte. Erdogan lleva dos años reuniéndose con ellos cada semana. Busca apoyos prometiendo los mismos o más beneficios que los propuestos por el HDP, que también tantea cada grupo influyente con su política de calle. Entre las elecciones de junio y noviembre hubo un pronunciado trasvase de votos del HDP al AKP en las regiones de Urfa, Bitlis, Siirt y Van. Alrededor de 10 puntos en cada una de ellas. Las promesas de estabilidad y las dádivas ayudaron a Erdogan. Ahora, con los efectos de la lucha en las ciudades a juicio, el voto de castigo al HDP podría aumentar.
«Las barricadas fueron un error y el HDP perderá apoyo. Es exactamente lo que buscaba el AKP para orquestar a los partidos estatales. Cuando un movimiento político une a todo el pueblo kurdo, el Estado saca las armas a la calle y divide a políticos y sociedad. Luego, uno a uno, va recogiendo los restos», reconoce Timur, quien comparece junto a otros compañeros del PAK. En las provincias de Hakkari y Sirnak y en ciertas zonas montañosas de Anatolia, la influencia tribal se ve reducida por la autoridad del PKK. El «no» prevalecerá. En otras regiones más heterogéneas, las mayores desventajas para el PKK son la asimilación propia de las ciudades, donde viven la mayoría de los kurdos, y los efectos de la lucha urbana.
Por su parte, el AKP, de largo la segunda fuerza de la región, cuenta con el respaldo de Hüda-Par, brazo político de Hizbullah utilizado por el AKP en la arena electoral kurda, pero afronta dos inconvenientes: ya arrebató muchos votos en las provincias kurdas en noviembre de 2015 y es difícil de vender a los indecisos su alianza con el MHP, adalid del negacionismo kurdo. Como precedente, la coalición de 1991 entre el Refah Partisi y el MHP arrojó un mal resultado para los islamistas en Kurdistán Norte. Para paliar este hándicap, y pese a las airadas críticas del MHP, el Gobierno izó la bandera kurda en la última visita de Massoud Barzani y ha utilizado las históricas figuras del teólogo Said Nursi y el líder de la revolución de 1925 Seihk Said.
Sin esperanza
Las encuestas apuntan a que en Anatolia mucha gente está respondiendo «sí» por temor a disgustar a Erdogan. En Kurdistán, donde no está claro cómo podrán votar los 400.000 desplazados, podría ocurrir lo opuesto: reconocer el «sí» avergüenza. Con todos los actores kurdos y estatales movilizados, y sin la estabilidad prometida por Erdogan, este referéndum es, como deslizaba Ahmet Türk, un test sobre la valoración popular de los protagonistas de un conflicto que desde 2015 suma 2.641 muertos, incluidos 391 civiles, y 5.000 políticos kurdos encarcelados.
La lucha armada en Kurdistán Norte ha enterrado la incipiente convivencia entre turcos y kurdos. Viendo el rumbo de Anatolia, algunos kurdos han cambiado la opción federal por la independencia. Ya no confían en una solución dialogada e incluso esperan una guerra civil. «Un aumento de la represión podría desencadenar escenarios como los de Irak y Siria», aventura un universitario que prefiere mantener el anonimato.
El PAK dice apoyar cualquier solución que conduzca a la independencia sin descartar una intervención internacional. Timur apunta a los Estados Unidos. Por eso despectivamente son conocidos como los «dolarci», o seguidores del dólar. Cuando la conversación llega a ese punto, a la independencia, Timur recuerda que el estatus logrado en Siria e Irak surgió de la unión entre kurdos. Entonces le recuerdo que su partido promueve la división en una reforma que afectará negativamente a los kurdos: eliminar los pasos intermedios en la toma de decisiones del Ejecutivo agilizaría la represión sobre los pueblos oprimidos. Está de acuerdo, pero aún así no votará.
En un bar del centro de Diyarbakir, frente a la clausurada sede del DTK, una persona con aparente deficiencia mental asegura que apoyará al AKP. El dueño, decidido seguidor del HDP, le dice que se tome el té y se largue. Con el paso de los minutos, el enjuto seguidor del AKP no abandona el local. Repite su apoyo a Erdogan. Es expulsado. Los asistentes ríen. El dueño sigue serio, herido como gran parte del Kurdistán. En el último año, Ankara ha incrementado la presión sobre las aldeas kurdas para cortar las rutas de abastecimiento del PKK. En las ciudades, en cambio, se respira una calma tensa. »La juventud quiere el sistema presidencialista», asegura una pancarta tan repetitiva como las Fuerzas de seguridad que la custodian. Sin esperanza, gane o no Erdogan, los kurdos intuyen que en Kurdistán Norte aumentará la represión como sucedió tras la fallida asonada. Esta es una de las razones por las que Murat votará «no». La otra es su propia experiencia. Hace tres meses sufrió una crisis nerviosa después de que le obligaran a abandonar su puesto de venta ambulante, donde vendía tabaco de contrabando, y como muchos otros carente de licencia. A la fuerza, después de que la Policía rompiese las cadenas con las que se amarró a su puesto, fue llevado a un cuartel militar y luego al ayuntamiento, donde se golpeó varías veces en la cabeza..
Las marcas en la testa, tres líneas de costra reseca que ocupan la superficie que tiempo atrás perteneció a su cabello, son para él consecuencia de la represión. «Quieren que pague impuestos. Dicen que lo que hago es ilegal, pero siempre he trabajado de esta forma. Desde que el AKP se ha hecho con la alcaldía, la situación es muy tensa. Son crueles con nosotros y si continúan así los jóvenes irán a la montaña. Por eso digo ‘no’», asegura. «Primero votamos a Erdogan, luego no nos gustaba y ahora le odiamos», resume otro kurdo. «No sé qué va a ocurrir hasta 2023, pero nuestras ilusiones para una solución democrática han muerto», sentencia Lüftiye mientras mira a sus hijos, que revolotean felices, ajenos a la desesperación que asola a su madre.

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