Karlos ZURUTUZA

El «Chernobyl» libio sigue activo

Una planta petroquímica abandonada sigue arruinando vidas en el noroeste de Libia. Los planes para desmantelarla y limpiar la zona se pierden en el secretismo.

Corría el año 1977 cuando seleccionaron a Ibrahim para trabajar en una planta petroquímica. Se levantaría tres años más tarde y, hasta entonces, aquel libio que acababa de cumplir los 22 recibiría formación en Italia y Alemania.

«¿Cómo rechazar aquella oferta?», espeta Ibrahim, que luce hoy una poblada barba gris. 40 años más tarde, dice ser consciente de que fue la peor decisión de su vida.

Puesta en marcha en 1981, la planta petroquímica de Abu Kammash –a 200 kilómetros al noroeste de Trípoli– empleaba a 1.500 trabajadores y era una de los proyectos industriales más ambiciosos de la Libia de Gadafi. Además de una amplia oferta PVC y otros productos derivados del petróleo, el complejo presumía de aportar la cantidad total de sal consumida en el país.

Durante sus primeros 15 años de vida, Abu Kammash fue gestionada por una compañía alemana. Salzgeber, la cual abandonaría el proyecto en 1996. Dice Ibrahim que aquel fue el «comienzo del fin»: «Los alemanes seguían un protocolo muy estricto respecto al tratamiento de residuos pero, nada más caer la planta en manos libias, todo se redujo a dos opciones: o enterrarlos en parcelas anexas, o echarlos al mar».

Lo más peligroso, dice el antiguo trabajador de la planta, era el mercurio. «Se empezó a restringir su uso industrial en el año 2000, pero se seguía trayendo de forma ilegal porque cambiar todo el sistema habría resultado demasiado costoso».

La peor parte se la llevaron los trabajadores de la planta de electrolisis, donde el mercurio era una herramienta fundamental. «Se hacían análisis de sangre cada seis meses –recuerda Ibrahim– pero que era una mera formalidad para conseguir los certificados de calidad ISO». La planta continúo en activo hasta su clausura en 2010.

Fahed Garab, cirujano jefe en el hospital de Zuwara trabajo en la planta entre los años 2008 y 2009. «Las condiciones de seguridad de la planta eran muy malas», recuerda el sanitario. «No hay estadísticas médicas de ningún tipo pero, en el único estudio que llevamos realizado se detectó que más de la mitad de los operarios de electrolisis presentaban muestras elevadas de mercurio en la sangre», añade.

El mercurio y sus derivados son extremadamente tóxicos, tanto para los humanos como los ecosistemas y la vida salvaje. Es capaz de concentrarse en las cadenas tróficas y también resulta especialmente peligroso para las mujeres embarazadas y en edad fértil. Éstas pueden acumularlo en su organismo y traspasárselo a sus hijos durante el embarazo o la lactancia.

A Ibrahim le dijeron que ésa era, muy probablemente, la causa de los problemas de coordinación y las dificultades en el habla de su hija Sara, de 19 años. De una carpeta amarilla, saca el certificado médico expedido por la Media Luna Roja en el que se le diagnostica ataxia de Friedriech, una enfermedad a menudo asociada a la exposición a metales pesados como el mercurio.

Zona «0»

No es tarea fácil llevar a cabo un estudio científico concluyente sobre el impacto de la planta en la salud pública en un país que cuenta con tres Gobiernos sobre el papel –dos en Trípoli y uno en Tobruk–, pero en el que cientos de grupos armados se disputan el control sobre el terreno. Por otra parte, el secretismo siempre rodeó a la planta durante el mandato de Gadafi.

Sadiq Jiash, presidente del Comité de Emergencia de Zuwara, asegura que la construcción de la planta perseguía otros objetivos además del puramente comercial. Zuwara es el único enclave costero libio en el que la minoría amazigh, fuertemente represaliada por Gadafi, es mayoría. «La planta era un proyecto más de un anillo industrial que buscaba atraer a colonos árabes a nuestra región. Se proyectaron 5.000 bloques de viviendas cuando las necesidades reales de la zona no superaban los 1.200. Apenas uno de cada diez trabajadores era de Zuwara», subraya Jiash.

La mayoría de los «colonos» volvió a su casa cuando se cerró la planta en 2010. El acceso a la zona estuvo restringido hasta que Gadafi perdió el control sobre la zona al año siguiente.

«Cuando pudimos entrar no podíamos creernos lo que estábamos viendo», recuerda Jiash. Si bien ya no había actividad alguna en la planta, el deterioro provocado por la falta de mantenimiento hace que el etileno, el ácido clorhídrico y otras sustancias altamente tóxicas sigan filtrándose al suelo por fisuras en tuberías y depósitos.

«Cualquier manipulación inadecuada para cerrar los circuitos podría provocar una explosión por lo que no nos atrevemos a tocar nada», apunta Jiash, para quien la planta constituye uno de las principales amenazas de esta ciudad costera.

Peces y aceitunas

Aparentemente, la planta no es la única responsable del desastre medioambiental. Sobre un mapa del área en la pared, Shokri Dahe, presidente de la ONG Bado, explica cómo Farwa, una vez la única isla de Libia, se unió al continente: A mediados de la década de 2000, Saadi, el segundo hijo de Gaddafi impulsó un proyecto para construir una metrópolis que albergaría una zona de libre comercio. «Las corrientes marinas fueron bloqueadas por lo que las aguas entre la antigua isla y la costa se empantanaron», recuerda el activista. La zona ya estaba contaminada debido a los desechos vertidos a lo largo de los años

Dahe recuerda que en 2013, mandaron muestras de tierra hierba y agua a un laboratorio de Túnez para que las analizaran.

«Los niveles de contaminación eran tan brutales que tuvieron que repetir las pruebas para cerciorarse de que no se habían equivocado», explica. Los datos más elevados se recogieron en crustáceos y peces que se alimentan de los fondos marinos. A pesar de todo, la gente sigue pescando en la zona.

La elevada presencia de metales tóxicos en Abu Kammash es corroborada por un estudio elaborado de forma conjunta por la Universidad de Sabrata y diversas instituciones malayas. Durante dicha investigación se encontraron restos de metales pesados como mercurio, cadmio y plomo tungsteno en zonas agrícolas limítrofes. Entre otras conclusiones, el informe achaca la incidencia de distintos tipos de cáncer al consumo de aceite de oliva obtenido de los olivares en la zona. A pesar de la alarmante falta de medios, el doctor Adel Ashur Banana, uno de los científicos tras la investigación está intentando hacer frente a la emergencia.

«A día de hoy hemos trasladado algunas sustancias químicas altamente tóxicas a otros depósitos en Zuwara, pero seguimos dependiendo del escaso dinero que obtenemos de los comerciantes de chatarra», explicaba el doctor en conversación telefónica.

«Una vez que hayamos almacenado el total de las sustancias químicas –decía– pasaremos a limpiar la zona limítrofe en la que sigue habiendo granjas, así como la preciosa isla de Farwa». Esto último será, si cabe, aún más difícil. Adel y su equipo aseguran haber encontrado recientemente altos índices de plomo en las algas.

Más secretismo

El alcalde de Zuwara, Hafed Bensasi, asegura que una delegación de la ciudad junto con responsables del Ministerio de Industria en Trípoli han mantenido reuniones con una firma italiana para acometer las tareas de limpieza. «Queremos desmantelar la planta y que limpien el entorno. Si se vuelve a hacer una infraestructura así queremos asegurarnos de que hay garantías de que un desastre como este no vuelva a ocurrir«, explica el edil, añadiendo que, por el momento, «no hay nada sobre la mesa».

Sin embargo, parece que la planta de Abu Kammash no se pueda deshacer de su halo de secretismo. Una fuente anónima aseguró a GARA que una comisión de Zuwara, sin la participación de Trípoli, habría llegado a un acuerdo con una compañía italiana a través del cual ésta paga por la chatarra que se lleva y se compromete a limpiar la zona tras el desmantelamiento de la planta. Según dicha fuente, los trabajos se llevan realizando desde hace un año.

GARA no pudo cotejar esta información de forma independiente. No obstante, durante una visita a la planta realizada sin el consentimiento de las autoridades locales, este periodista fue testigo de cómo individuos desprovistos de cascos, buzos o cualquier elemento básico de seguridad cargaban la trasera de un camión con restos de chatarra. Si bien las tareas desescombro parecen estar en marcha, más de uno en Zuwara se muestra escéptico sobre la limpieza posterior de la zona.

«Son miles de toneladas de tierra contaminada; harán falta toneladas de dinero para llevarse todo eso», asegura Ibrahim. El antiguo trabajador de la planta asegura que tiene prioridades «mucho más urgentes»: «Necesito que alguien trate a mi hija. Eso es todo lo que pido».

 

un país en las ruinas

Desde la guerra civil de 2011, el control de las infraestructuras en Libia se ha vuelto altamente problemático debido a la ausencia de un Gobierno unificado. La existencia de diferentes facciones compitiendo por el poder (los dos gobiernos de Trípoli y el de Tobruk; milicias tribales o grupos yihadistas como el ISIS o afines) dificulta la oportunidad de reconstruir y restaurar la red de infraestructuras públicas. Esto, añadido a la huida de inversión extranjera, impide que el país no pueda recuperarse de la crisis y comenzar a crecer económicamente.

La Corporación Nacional del Petróleo (NOC) es la compañía petrolera nacional de Libia. Durante el conflicto en Libia, muchas facciones políticas y grupos armados se han hecho con el control de muchos puertos petroleros y refinerías, o las han bloqueado, para cortar los ingresos de sus oponentes.

Lo mismo ha ocurrido con el suministro eléctrico, del que depende, entre otros, toda actividad industrial. Asimismo, la red de carreteras sufre un alto nivel de deterioro por la presencia de grupos armados que controlan, o restringen, el tráfico por las mismas, y los aeropuertos no están en mucho mejor estado: El principal aeródromo del país, el de Trípoli, fue destruido en 2014 y hoy se operan vuelos desde un antiguo aeropuerto militar de la capital.

Ni siquiera el suministro de agua se libra del desastre: El llamado Gran Río Artificial, construido durante el mandato de Gadafi para aprovechar el agua de los acuíferos, se ha convertido en una medida de presión a través de la cual facciones obtienen réditos dejando sin agua a poblaciones enteras.K. ZURUTUZA