Iñaki ZARATIEGI

La democracia de la tierra y la lucha por las semillas

Doctora en Física y Filosofía y autora de más de 20 libros, la india Vandana Shiva es un emblema del movimiento antiglobalización por la justicia social, alimentaria y de género. Sostiene que los pequeños agricultores producen el 70% de lo que el mundo come, defiende la libertad de cultivar semillas y considera que lo que se fabrica industrialmente son productos tóxicos sin nutrientes. Estará hoy en el Museo San Telmo de Donostia.

Luce entre sus cejas el bindi, símbolo de la sabiduría, y viste saris tejidos por artesanos con fibras naturales. Vandana Shiva pasó por Barcelona y Madrid presentando su nuevo libro, titulado “¿Quién alimenta realmente al mundo?” (editorial Capitán Swing), que se suma a una veintena de obras sobre ecología, desarrollo o el papel de la mujer, y hoy protagonizará en el donostiarra Museo San Telmo el debate “Mujeres diversas por la biodiversidad. Retos ante el cambio climático”. Nacida en India en el año 1952, obtuvo en Canadá el título de maestría en Filosofía, es activista del Foro Internacional sobre la Globalización y recibió en 1993 el Right Livelihood Award, Premio Nobel Alternativo. En 1982 creó la Fundación para la Investigación Científica, Tecnológica y Ecológica, que cuenta con la Universidad de las Semillas, el Colegio Internacional para la Vida Sostenible, Mujeres Diversas por la Diversidad y el Movimiento Democracia Viva.

Se hizo popular con el libro “The Violence of the Green Revolution”, denuncia de la introducción en su país de métodos masivos de agricultura industrial con unas 30.000 muertes. «Vi que la industria que desarrolló químicos en las grandes guerras se recicló en el negocio de pesticidas, plaguicidas, herbicidas… Fabricó la creencia colonialista-militarista de que el suelo es un contenedor vacío a bombardear. Pero si vestimos o comemos productos tratados con agroquímicos, nos envenenamos. Se han desarrollado unos 1.400 pesticidas por los que cada año mueren 222.000 personas. ¿Los artífices de la destrucción van acabar con el hambre del mundo?», se pregunta.

La revolución verde «ni fue revolución ni verde. Tenía como finalidad aumentar la productividad del suelo, los monocultivos o la concentración agrícola y ganadera, además de crear gases de efecto invernadero, pesticidas y organismos genéticamente modificados que destruyen la fertilidad del suelo». Y acusa a grandes corporaciones de «piratería intelectual» por comprar y patentar semillas que existían en libre intercambio. «Monsanto no inventa el maíz o el trigo, ni Mississippi Medical Center la capacidad de la cúrcuma para curar heridas, ni Nestle la fórmula de hacer el arroz pulao… Lo roban. La semilla es un bien común, no se puede patentar y cobrar royalties. Las libertades fundamentales están en juego, pero la libertad más fundamental es la de las semillas, el origen de la vida».

Su Universidad rescata y conserva semillas en peligro de desaparición en un país con más de 2.000 variedades de arroz, amenazadas por el monocultivo industrializado. Un legado campesino de variedades de alimentos de un mismo grano o de fruta acumulado durante generaciones. Y vuelve a equiparar la industria agraria con lo bélico. «Es un ‘ecocidio’, lo demuestra la desaparición de insectos, de pájaros... Si destruyes la Tierra, esta te destruirá a ti. El capitalismo más agresivo propone ya planificar la colonización de nuevos mundos para cuando la Tierra sea inhabitable. Es puro pensamiento patriarcal en contraposición a la existencia de los pequeños granjeros cuya producción se integra en un ciclo ecológico y saben lo que es bueno para sus plantas. Las plantas se autorregulan solas. La mitad de los campos norteamericanos tratados con químicos está cubierta de grandes hierbas».

Piedras por frutas

Una de las razones de las multinacionales y sus protectores políticos en defensa del monocultivo industrializado es la superpoblación y el desequilibrio alimentario. Pese a la sobreproducción alimentaria industrial, 800 millones de personas pasan hambre. Shiva aclara que «la explosión demográfica es un fenómeno de colonización y desplazamiento para deforestar, introducir el monocultivo, construir presas, autopistas… Es falso que no podamos alimentarnos sin productos químicos; al contrario, la industria agroalimentaria es ineficiente y no produce comida, vende químicos y recoge la renta de las semillas. Se endeuda al campesino que debe comprar semillas y químicos, sus cosechas se pagan bajas, los precios no paran de subir y es obligado a emigrar y malvivir en grandes urbes. Quienes más trabajan son los más pobres y el sistema hace que la mitad de los hambrientos del mundo sean agricultores».

Reflexiona también Shiva sobre los orgánicos: «Hemos salvado unas 3.000 variedades de semillas demostrando que podemos producir el doble que la agricultura industrial. Pero en Occidente muchos agricultores tienen dificultades para cultivar orgánicos porque los costes son mayores, son más caros para los consumidores y no son rentables. Pero la agricultura industrial no es justa, se basa en 400.000 millones de dólares en subvenciones. Debería ser al contrario: impuestos altos al uso negativo de los recursos sobre la naturaleza y la salud pública. Si la agricultura industrial tuviera que pagar esos costes, mal le haría la competencia a la orgánica».

Insiste, además, en el cambio de calidad: «El sistema ha generado productos de baja calidad y sin sabor, anti-alimentos. Quienes deciden qué comemos no cocinan. No cultivan alimentos, sino beneficios. Al mundo lo alimentan los organismos del suelo, los polinizadores, la diversidad de las plantas, las mujeres y pequeños agricultores que producen el 70%... El único nutriente que llega al plato viene de la agricultura local, el resto son tóxicos vacíos. Estamos creando piedras, no frutas».

Se ha convertido en bestia parda de una industria alimentaria que ha exhibido a más de cien premios Nobel contra Greenpeace por su postura anti transgénicos. «Una maniobra del lobby alimentario con un debate falso sobre el arroz dorado, con 300% menos de vitamina A que, por ejemplo, el arroz rojo indio. La biotecnología no estudia el impacto de la modificación genética en el resto del sistema. Si transformas un gen, transformas el sistema entero. No se estudian esos cambios, sustituyen la ciencia por macropropaganda. Sustituyen una vaca por una máquina de fabricar leche creando nuevas hormonas. Hay más de 8.500 especies de plantas, pero solo 30 aportan el 90% de la dieta mundial y solo tres (arroz, trigo, maíz) suponen más del 30% de la ingesta de calorías. De las 7.098 especies de manzanas documentadas en EEUU hace un siglo se ha perdido un 96% y algo similar sucede con repollos, maíz de campo, guisantes, tomate... En India tenemos más de cien variedades de banana y, si se implantan los transgénicos, quedarán reducidas a un máximo de siete y los agricultores perderán el control de las semillas».

Y vuelve a sus tesis naturalistas: «Intentan convertir la energía nuclear en una solución ‘aceptable’ para la crisis energética y vender transgénicos como solución ‘aceptable’ para la crisis alimenticia. Esa arrogancia destruye el planeta. Para resolver los problemas reales hay que basarse en el amor a la tierra, a nuestros antepasados, a los niños que son el futuro». Rechaza incluso la expresión «cambio climático» para hablar de «caos climático». «La Tierra es una entidad viva cuyo equilibrio ha sido alterado por la economía extractiva, principalmente de combustibles fósiles. Con la industria petrolera quemamos más de 20 millones de años de la Tierra. Esa polución lleva a la enfermedad metabólica que llamamos cambio climático y a catástrofes que ocasiona el clima extremo. El cambio climático ha jugado incluso un papel en la guerra en Siria y es el mismo sistema que está destruyendo las libertades».

Ecofeminismo

¿Qué aportación ofrecen la mujer y el ecofeminismo a la batalla contra el “patriarcalismo” industrial? «Fuimos las primeras científicas agrícolas, pero la agricultura del colonialismo, de la división del trabajo, de bienes de consumo y grandes producciones quedó en manos de los hombres y hoy se considera la única agricultura. La agricultura de las mujeres y ellas mismas fueron invisibilizadas. En Nigeria vi que un 5% de la tierra labrada por mujeres producía el 50% del alimento de la región y comercializaban el resto. Un buen modelo».

La rebelde pensadora redondea su análisis: «El acercamiento a la vida desde la violencia masculina, base del capitalismo patriarcal, cree que la naturaleza es un ser inerte al que explotar y las mujeres, seres pasivos. Si se las hubiera reconocido como las grandes agricultoras que han sido, no habría agricultura industrial. Si entendiéramos la naturaleza como ser vivo y productivo, no usaríamos químicos ni transgénicos. Ese es el nexo entre ecología y feminismo: el capitalismo patriarcal ‘olvida’ que mujer y naturaleza son inteligentes y productoras. Hay que recuperar esa lógica y no obedecer leyes internacionales de comercio, no acatar reglas de la economía de mercado y crear nuestro propio mercado independiente». ¿Podría el trabajo militante detener la deforestación, la polución, la comida basura…? «Si sacamos las lecciones correctas, lo reconstruiremos. La economía global podría derrumbarse, pero Gaia [madre Tierra] no y tampoco el ingenio de la gente. Reconstruiremos la sociedad, las economías locales, las aspiraciones humanas», asegura Shiva.

Y, mientras tanto, a coger la azada: «La filosofía capitalista es que si produces lo que consumes, no produces porque no es ganancia comercial. Al contrario: cultivemos alimentos hasta en el balcón en vez de importarlos. El urbanismo debería integrar la planificación de alimentación (huertos, mercados, cultivo de cercanía…). Como existen reservas municipales de agua, deberían existir reservas de alimentos». Y deja un recado a los productores ecos. «La agricultura ecológica debe revisar sus esquemas, renovarse y enfrentarse al sistema. No podemos trabajar y vivir en esta economía de mercado. Necesitamos economías circulares, comunidades y cooperativas de semillas, de alimentos, de distribución».

Shiva rezuma humanismo: «Tenemos el poder. Hay esperanza. Muchas cosas no necesitan dinero, solo amor mutuo. Crear relaciones es la alternativa a la pobreza que causa el capital. En plena dictadura alimentaria, cultivar tu propio huerto, al menos parte de lo que comes, es revolucionario. Es un acto de rebeldía y esperanza».