Beñat ZALDUA

Sánchez no sabe, no sabemos si puede y, desde luego, no quiere

Pedro Sánchez, candidato a la investidura. (Oscar DEL POZO /AFP)
Pedro Sánchez, candidato a la investidura. (Oscar DEL POZO /AFP)

En uno de los inteletos –expliquémoslos como aforismos y ocurrencias peregrinas– recogidos en “Me noto muy cambiá”, José Luis Cuerda, que lo mismo puede estar sufriendo un poco que pasándoselo pipa con la peregrina investidura, recomienda al mundo resolver una duda: «¿No quiero, no puedo o no sé?».

La pregunta es como una navaja suiza, multiusos; lo mismo sirve como honesto antídoto particular contra la procrastinación (¿no puedo arreglar la estantería, no quiero o no sé?), que como sugerente filtro cada vez que alguien desde una posición de fuerza nos dice que algo no puede ser, que es lo que nos ha venido a decir el PSOE con la investidura: con Podemos no se puede –mira, otro inteleto–.

Sánchez no sabe. No ha habido un gobierno de coalición en Madrid en más de ocho décadas. En el PSOE no se han leído el prospecto del diálogo que recetan cual fármaco genérico a vascos y catalanes. Será que los placebos no requieren instrucciones.

PP y PSOE buscaban hasta 2015 a vascos o catalanes para apuntalar gobiernos en Madrid; con Podemos y Ciudadanos alguien pensó que ya no se dependería más de las molestas periferias, olvidando que estas no pedían ministerios –ni cuando Aznar se lo ofreció en bandeja a Pujol y Duran i Lleida se quedó con la miel en los labios–. Ahora resulta que, como fuerzas españolas que son, Podemos y Ciudadanos quieren carteras ministeriales para negociar. Qué cosas.

No acabamos de saber si puede. Aritméticamente es posible, por lo que, de poder, puede. Concedamos, sin embargo, que el escenario del pacto con Podemos no es el más cómodo para el PSOE: le da el barniz institucional que le falta a la formación morada, le deja en bandeja la campaña permanente a la derecha y le hace depender del independentismo para aprobar cualquier medida en el Congreso. Todo esto es cierto; pero también lo es el hecho de que es la única opción que tiene para sacar adelante su programa de gobierno y mantener a la derecha alejada de la Moncloa.

Pero Sánchez, sobre todo, no quiere. Es la única explicación que uno alcanza a atisbar. La guerra, ya abierta, se intensificará ahora en torno a la agria disputa por el relato y el reparto de culpas, pero querer pactar un gobierno de coalición en cuatro días después de haber estado mirándose en el espejo desde el 28A era un despropósito desde el principio. Sánchez no quiere un gobierno de coalición y confía en que, si Podemos no se rinde, una repetición electoral reforzará el tradicional bipartidismo.

Quizá le salga bien, pero es una temeridad. El 28A PSOE y Podemos solo aventajaron en 43.888 votos a la derecha, que perdió porque se presentó dividida. Sánchez parece dispuesto a darle la oportunidad de enmendar aquel error.