Cuidadoras reivindican un servicio público digno y bien retribuido

Las personas cuidadoras han salido este martes a las calles de Hego Euskal Herria para reivindicar el trabajo esencial que realizan y la necesidad de que las instituciones modifiquen el actual modelo de servicios sociales para que dejen de ser un negocio a costa de trabajadoras y usuarios.

Unos manifestantes advierten de que los servicios sociales están en la UCI. (Aritz LOIOLA/FOKU)
Unos manifestantes advierten de que los servicios sociales están en la UCI. (Aritz LOIOLA/FOKU)

Jornada de huelga de los y las trabajadoras de cuidados que han salido a la calle para demandar un cambio profundo de modelo frente a la apuesta clara de quienes dirigen las diferentes administraciones por la gestión privada del conjunto de servicios sociales.

En Bilbo, los cinco sindicatos convocantes –ELA, LAB, CCOO, UGT y ESK–, junto al Movimiento de Pensionistas de Bizkaia, han confluido después de protagonizar distintas marchas por el centro ante la sede de la Diputación con una reclamación común: que el trabajo que realizan miles y miles de mujeres deje de estar precarizado, en unas condiciones laborales pésimas y sin reconocimiento social.

La pandemia ha dejado al descubierto el carácter esencial del trabajo que realizan en residencias y centros de día, la ayuda a domicilio o en el hogar, el sector más castigado. Mariana, una de las trabajadoras de hogar que este martes se ha manifestado en Bilbo, reivindica «reconocimiento» y advierte en las condiciones en que miles de migrantes, en su mayoría internas, malviven.

El covid-19 ha tenido un fuerte impacto en sus condiciones laborales en forma de despidos, suspensiones de contratos o confinamiento obligados junto a las personas que cuidan. Ha denunciado la desventaja a la que se enfrentan con la amenaza que pende sobre muchas de ellas por la Ley de Extranjería de deportación, que las obliga a soportar unas condiciones de «esclavitud» en muchos casos.

«El trabajo de una interna va más allá de los cuidados –ha advertido–, somos sicólogas, enfermeras, acompañante, esteticién...». Mariana ha expuesto que trabajan muchas horas por un salario de 950 euros las que lo tienen, ya que hay migrantes internas que no alcanzan esa cantidad. «Al ser internas, no hay manera de regular en muchas ocasiones las condiciones de trabajo y los salarios que percibimos. Son 24 horas los 7 días de la semana», se ha lamentado.

Ahora, con un confinamiento perimetral municipal muchas de estas mujeres, en situación irregular, se enfrentan a un gran problema para poder obtener un permiso de desplazamiento de sus empleadores.

Solo una mascarilla

Otra realidad de los cuidados son las trabajadoras de la ayuda a domicilio, un nicho de negocio para muchas compañías que, sin tener experiencia en el sector, tratan de hacerse con los suculentos contratos que ofertan los ayuntamientos.

Begoña es una de ellas. Su trabajo diario, ya de por sí duro, lo es aún más por el covid-19. Una mascarilla es su única «arma» contra el contagio mientras asean a muchas de las personas usuarias «piel contra piel» en unas posturas complicadas.

«Aunque aseguran que somos esenciales, no se han ocupado de nosotras», se queja. En plena pandemia, expone, estas trabajadoras son el único hilo de los usuarios con la realidad. Relata que hay ocasiones en que visitan en un día a uno o más positivos por coronavirus, por lo que el «riesgo biológico» es evidente y su única herramienta, insiste, es una mascarilla FFP2.

La tensión es grande, comentan varias trabajadoras consultadas, lo que les afecta sicológicamente. El ritmo y la carga de trabajo después de casi un año de pandemia está repercutiendo en la salud de muchas trabajadoras. Las secuelas emocionales, subrayan, están siendo «brutales» entre muchas de las personas que trabajan en el sector.

La carga de trabajo en las residencias, reitera Marta, es «brutal». «Se ha duplicado», asegura, con el establecimiento de «burbujas» en las centros, lo que repercute en la calidad del servicio que se presta. «Tienes el mismo tiempo para atender y los protocolos te impiden que ofrezcas en ese espacio los mismos cuidados que antes», lamenta. «La calidad desaparece», añade.

Mientras expone la realidad que viven a diario ella y sus compañeras, al lado integrantes del Movimiento de Pensionistas de Bizkaia y la asociación de familiares de personas usuarias Babestu corean «residencias sí tanatorios no». Se reivindica más personal para que los ratios sean los adecuados para garantizar un cuidado cercano y afectuoso.