Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

«Supai no tsuma»

Aunque el cineasta japonés Kiyoshi Kurosawa lleva ya cuatro décadas en activo, durante todos estos años ha tenido que cargar con la coincidencia de su apellido, por lo que en Occidente se le conoce como el otro Kurosawa. Desde el principio, pese a su estilo autoral, se refugió en el cine fantástico, lo que le hizo más reconocible. Ha practicado sobre todo el terror, la ciencia-ficción y otros géneros propios de su país como el pinku-eiga, que sería más o menos un erotismo softcore, y también las películas de yakuzas. Reconocido en festivales internacionales como el de Cannes o la Berlinale, con su última película ‘Supai no tsuma’ (2020) ganó el premio a la Mejor Dirección en la Mostra de Venecia, e inauguró la sección Perlak en el SSIFF 68. Se estrena en salas a mediados de mayo con el título de ‘La mujer del espía’, y si ha llamado la atención es por su condición de primera producción de época que dirige el otro Kurosawa, algo que a sus seguidores les ha sorprendido, y hasta contrariado, mientras que al resto les ha servido para conocer a un autor ciertamente destacable.

No hay que dejarse engañar por las apariencias, ya que ‘La mujer del espía’ conecta con el resto de su obra, e incluso con sus creaciones más distópicas, lo que se aprecia muy especialmente en el final, que describe un paisaje desolador y apocalíptico a la japonesa, coincidiendo con la rendición y el final de la Segunda Guerra Mundial. El relato que le antecede, basado en hechos reales, muestra en toda su profundidad el dilema japonés, que surge de la división entre sus tradiciones nacionalistas y el proceso de occidentalización.

Kiyoshi Kurosawa va al origen de dicha esquizofrenia nacional, mediante una historia que se mueve en el clima prebélico, cuando Japón entró en guerra a finales del año 1939. Se dibuja entonces el escenario geopolítico en el que el orgullo imperialista representado por Hirohito choca con las fuerzas aliadas comandadas por los Estados Unidos, dentro de un panorama propicio para la euforia patriótica, vista aquí desde la perspectiva de alguien que avanza en sentido contrario, por lo que el protagonista es considerado como un traidor a su país, contando con el único apoyo de su esposa, tal como queda reflejado en el título.

Yüsaku Fukuharu (Issey Takahasi) es un empresario japonés que viaja con su mujer Satoko (Yü Aoi) a Manchuria, donde descubre terribles secretos que implican a su nación en prácticas genocidas sistemáticas. Pese a ser advertido por su viejo amigo policía Taiji Tsumori (Masahiro Higashide) de que está siendo vigilado, se siente moralmente impelido a denunciar los hechos, que incluyen todo tipo de experimentos, químicos y médicos con la población china. Pero su postura lleva consigo la decisión de tomar partido, convirtiéndose en un agente aliado.

Toda la ambientación plasma las diferencias entre el modo de vida de la pareja protagónica y los gustos y costumbres de sus compatriotas. Los rasgos distintivos se agudizan a través del meticuloso trabajo de vestuario de Haruki Koketsu, que muestra con detalle a Yüsaku y Satoko como un matrimonio que viste al modo de Occidente, justo en un momento en el cual la uniformidad militar impone el carácter nipón menos aperturista.

El tratamiento visual en general aclara bastante las razones por las que el otro Kurosawa se ha decidido a probar por primera vez con una película de época, pues le ha permitido experimentar con la tecnología digital en 8k Super Hi-Vision, un sistema de alta definición que confiere a la imagen una textura más realista, casi documental, si bien más fría.

Además ha podido jugar con el cine dentro del cine, gracias a que el protagonista filma con una cámara de 16 mm. lo que va descubriendo, a la vez que sus películas caseras en tono más intimista. Y, asimismo, mezclar diversos géneros, ya que junto al cine de espionaje, hay suspense a lo Hitchcock, e incluso drama romántico.