Iker Fidalgo
Crítico de arte

Compromiso con el legado

El arte, como la vida, está marcado por el tiempo. El suceder de los acontecimientos moldea el futuro. En esta cuestión tan cotidiana como vital, la cultura está siempre presente. A veces como testigo, a veces como reflejo y en ocasiones como espacio de reflexión. Sea como fuere, en todas sus facetas aparece el anhelo de ser compartida. Las creaciones de cualquier disciplina buscan crear conexiones. Conexiones entre personas y también entre preguntas, miedos e incertidumbres. La mejor manera de entender el presente y mirar al futuro es conocer el pasado. Por esto, es nuestra responsabilidad saber manejar los legados heredados y las experiencias previas. La historia oficial responde siempre a un discurso. El relato ganador, el dominante, el que a su vez esconde otros mucho más pequeños, frágiles y ocultos. En consecuencia, la historia del arte ha sido especialista en normalizar la invisibilidad de muchas mujeres artistas. Creadoras que han quedado relegadas a planos tan alejados de los focos que a veces resulta imposible encontrarlas.

Desde el ahora, debemos seguir promoviendo la justicia con todas aquellas voces que ya no están y que no tuvieron la resonancia merecida. Como público, podemos exigir contenidos críticos que abandonen la complicidad de un silencio que desde su indiferencia, fortalece el privilegio de lo hegemónico. Es así como conseguiremos seguir aprendiendo de todos aquellos lugares que no pertenecen a una única forma de ver la vida.

A finales del pasado enero, el Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo, Artium de Gasteiz, inauguró la muestra firmada por Juncal Ballestín (Gasteiz, 1953-2015) ‘La vida como ejercicio’. El que fuera director de la galería Trayecto de Gasteiz, Fernando Illana, fue el encargado de llevar a cabo la delicada tarea de comisariar una exposición póstuma de una de las creadoras más relevantes del territorio. El título funciona no solo como un buen punto de partida sino como un resumen de la trayectoria de esta artista multidisciplinar. Desde un enfoque muy cercano a la pintura y con el color como uno de los ingredientes protagonistas de su producción, Ballestín regentó campos tales como la instalación, la escultura o incluso el vídeo.

La sala propone desde su diáfana arquitectura un recorrido por varias de sus obras que conviven juntas ya desde el primer golpe de vista. Algunas de ellas, además, han tenido que ser restauradas y tratadas para que estuvieran a punto para esta cita. La entrada nos recibe con ‘Naturaleza muerta’, un trabajo en el que naranjas y limones hechos con pantys nos invitan desde el principio a entrar con una mirada abierta y atenta. La serie de ‘Pinturas lacustres’ domina visualmente la estancia. Cuadros de gran tamaño realizadas en acrílico sobre papel y que se disponen sin enmarcar, exaltando la crudeza del propio material y la organicidad del soporte. La gran potencia de sus colores y el rastro de la gestualidad de su autora gobiernan la pared, abrazando el resto de obras. Encontramos también un espacio dedicado a piezas más cercanas a la poesía visual y objetual. Juegos con dobles sentidos en los que los materiales y las formas se desprenden de sus significados y cometidos habituales.

A destacar ‘Lo último que se pierde II’, una instalación realizada en tela de gran tamaño y que para esta ocasión se encuentra además muy cerca de ‘Pasar por el aro’. Un aro colgante envuelto en lana que nos desafía ya desde el propio título y la ambigüedad de sus materiales. Muy interesante el final del recorrido compuesto por una serie de vitrinas en las que encontramos archivos, publicaciones y colaboraciones de la artista. Desde diseño de cartelería a ilustración, da cuenta de las múltiples facetas que cultivó durante su vida y de una actividad muy comprometida con su contexto.