Periodista, especializado en información cultural / Kazetaria, kulturan espezializatua
Entrevista
Ainhoa Rodríguez
Cineasta

«Permanecer fiel a unas tradiciones puede ser incluso transgresor»

Nacida en Madrid pero extremeña de origen, es autora de un puñado de cortometrajes y vídeos musicales. Su debut en el largometraje, ‘Destello bravío’ llega hoy a las salas tras triunfar en festivales como Rotterdam, Moscú o Málaga donde ganó el Premio Especial del Jurado.

La directora de cine en el photocall del Festival de Málaga. (Álex ZEA-FESTIVAL DE MÁLAGA)
La directora de cine en el photocall del Festival de Málaga. (Álex ZEA-FESTIVAL DE MÁLAGA)

​‘Destello bravío’ es una película inclasificable. Con gran audacia, Ainhoa Rodríguez juega con el tiempo y el espacio mezclando formas de representación propias del documental y de la ficción para articular un relato sobre las contradicciones que afloran en una sociedad rural lastrada por la despoblación desde una óptica femenina y feminista que pone en valor la capacidad de resistencia de muchas mujeres en un entorno que, históricamente, les ha sido hostil. Una obra insólita protagonizada por un grupo de intérpretes no profesionales que fueron construyendo la película junto a su directora.
 
Últimamente se habla mucho de la desaparición de las culturas asociadas al mundo rural. ¿Por qué eligió un punto de vista femenino para aproximarse a este fenómeno?
La verdad es que nunca tuve en la cabeza hacer una película que reflejase el fenómeno de la ‘España vaciada’. Yo ejerzo como docente y me dedicaba a organizar talleres sobre perspectivas de género y miradas no normativas en el cine con la diputación de Badajoz. Eso me llevó a Puebla de la Reina que es donde está rodada la película y me encontré con un pueblo envejecido, menguante y que se aferra a sus tradiciones como una forma de resistencia. Entonces me pareció muy interesante retratar esa realidad desde el punto de vista de las mujeres del pueblo y a tal fin me instalé allí durante un tiempo en el que organicé talleres con ellas y donde poco a poco me fui ganando su confianza. Porque además creo que narrar historias desde una óptica femenina sí que es un territorio vacío. Es un lugar que tenemos que ocupar con urgencia.
 
Con todo llama la atención que frente a otras obras que se han hecho sobre este mismo tema usted rechaza, de plano, acometer una idealización de ese mundo. Al contrario lo que usted retrata es una sociedad represiva donde el cuerpo de la mujer ha sido sistemáticamente despreciado y violentado.
Sí, pero yo creo que ese enfoque también afloraría si mi película estuviera ambientada en el barrio de Salamanca de Madrid porque no creo que la posición de vulnerabilidad que ocupan las mujeres sea algo exclusivo del mundo rural. Se trata de un asunto que clama al cielo y creo que es muy importante que, cuando el cine lo aborde, intentemos huir de miradas maniqueas. Desde ese punto de vista a mí me interesaba reflejar la mirada de un grupo de mujeres que se rebelan contra el estigma aunque esa rebeldía les lleve, en algunos casos, a comportamientos nada loables. No quería montar una representación sobre mujeres buenas y hombres malos ya que creo que todos somos víctimas de un sistema organizado que es el de la violencia patriarcal. 
 
Pero quizá esa violencia en un entorno como el que usted retrata en «Destello bravío» emerge de una manera mucho más atávica si cabe. El modo en que detalla la presencia de la religión en la vida de sus protagonistas o el mismo título de la película ya reflejan un poco ese sesgo ancestral ¿no?
Sí, desde luego que una es consciente de la realidad que está retratando y una mirada racional e incluso agnóstica te puede llevar a pensar que se trata de una realidad terriblemente rancia. Pero cuando entras en contacto con ese mundo y absorbes lo que te va ofreciendo enseguida te das cuenta de que la religión es una herramienta de fabulación, algo a lo que esas gentes se aferran buscando conferir un sentido a su existencia y esa búsqueda, que yo creo que en cierto modo es el tema principal de la película, es algo que se repite en cualquier sociedad, en cualquier contexto.
 
Con eso y con todo, las mujeres de su película lejos de quedar anuladas por esa violencia se rebelan contra ella, hablan abiertamente de sus deseos y muestran su voluntad por huir de un perfil normativo. Se trata de un retrato de la mujer rural más allá de todo cliché y de toda convención.
Totalmente. Las mujeres de mi película son unas transgresoras, empezando por Cita que se pasa todo el día borracha y que se niega a cuidar de su marido, lo que la hace ser una apestada a los ojos de las demás gentes del pueblo. También está esa otra escena de la reunión de la asociación de mujeres cuando estas se entregan al autoplacer… Las protagonistas de ‘Destello bravío’ son mujeres que tienen bajo sus pies toda la fuerza del mundo, una fuerza que se nutre de sueños reprimidos, de necesidades no satisfechas por todas las cargas a las que han tenido que hacer frente a lo largo de su vida, empezando por su labor como cuidadoras de su propia familia, pero también de la de sus maridos… La película muestra cómo, ante la más mínima grieta que presenta el terreno, toda esa fuerza estalla.
 
¿Cree que las protagonistas de la película son conscientes de atesorar esa fuerza? Hay mucha ambigüedad en el modo en el que usted muestra el conflicto interior que viven esas mujeres, entre la necesidad de mantenerse fieles a unas tradiciones o rebelarse contra su destino.
Algunas son conscientes y otras no. Hay quienes se rebelan voluntariamente contra esas convenciones, quienes lo hacen de manera un poco intuitiva y quienes ni siquiera lo intentan y asumen que lo que hacen es lo que les toca hacer, sin entrar a discutirlo. Pero yo creo que el permanecer fiel a unas tradiciones tampoco hay que interpretarlo como un ejercicio de sumisión, si me apuras puede ser incluso de transgresor ya que, como te decía antes, es una forma de resistencia frente a la lógica de un mundo globalizado. Porque es verdad que esas tradiciones son muy rancias pero no tengo muy claro si lo que está por venir va a ser mucho mejor desde una perspectiva de igualdad de género, de justicia social y de respeto por los derechos humanos. Ese capitalismo atroz que estamos padeciendo no elimina esos atavismos ni esa violencia patriarcal, simplemente la edulcora, le da un barniz de modernidad si quieres, pero en el fondo la perpetúa.
 
Quizá por eso usted no idealiza ese mundo pero tampoco lo menosprecia.
Es que tampoco puedo hacerlo porque en ese mundo están mis raíces y al retratarlo, a pesar de ser consciente de toda la problemática que atesora, no puedo dejar de sentir un cierto amor por esos ambientes. Es un mundo de luces y sombras y aunque a mí como autora me interesan más las sombras, mi deber es mirar a los ojos a los protagonistas de mi película y en ese intercambio de miradas emergen momentos muy luminosos.
 
Esas tensiones también están en la propia estructura de la película donde usted juega con el espacio, con el tiempo, con la realidad y con la ficción hasta huir del realismo y apostar por un enfoque poético. ¿Cómo fue todo este proceso?
Esta es una película que se ha ido cociendo a fuego lento. Yo me instalé en ese pueblo sin tener un guion y con muy pocas certezas respecto del tipo de trabajo que quería hacer. Se fue dando todo sobre la marcha y de una manera bastante orgánica, en todo momento permanecí con los ojos y el corazón muy abiertos y eso me hizo ir definiendo la película. Luego llegó el momento de organizar la estructura a partir de diversos castings que hice con las mujeres del pueblo y que me sirvieron para desarrollar distintos hilos argumentales que después fui probando con ellas en ensayos pero sin llegar a tener un guion cerrado porque, mientras tanto, yo seguía paseando por el pueblo y en cada paseo pensaba en escenas adicionales que iba incorporando a los ensayos. Todo muy en paralelo. Al final terminé por definir un guion que me sirvió como base para ir organizado el rodaje pero ese guion tampoco se lo pasé a los actores porque no quería que su interpretación quedase condicionada. Ahora que lo pienso fue todo un poco kamikaze, la suerte que tuve es que como me autoproduje, eso me dio un mayor margen de libertad pero por mucho que a mí me guste asomarme al abismo como creadora, tuve que tener mucho cuidado para no arrastrar al resto del equipo.
 
¿Y no teme que ese carácter libérrimo que atesora la película pueda llegar a generar confusión en el espectador?
Yo es que cuando ruedo tengo la necesidad de sentirme libre y no encorsetada y, del mismo modo, me gustaría que el espectador también se sintiera así. Yo estoy en esa idea de resistencia que me lleva a hacer un cine militante que desafía las normas establecidas. Estoy cansada de ir al cine y ver una y otra vez el mismo tipo de propuestas y, como tal, entiendo que muchos espectadores también participan de ese hartazgo. En este mundo globalizado donde todo se cuenta con el mismo acento neutro y donde los contenidos se homologan, pienso que es necesario ofrecer al espectador nuevos relatos. No se trata de una pose por mi parte ni de un discurso impostado sino que es una actitud claramente política. El arte está para cuestionar las cosas no para generar una uniformidad de pensamiento.
 
¿Piensa que apostar por un cine alejado de los estándares de representación del mainstream coloca, a quien lo intenta, en una posición cada vez más precaria?
Totalmente. Resulta durísimo hacer cine independiente en España y es algo que tiene que cambiar. El sufrimiento que conlleva levantar una película como esta, realizada en los márgenes del sistema, es brutal. Trabajas sin red y el proceso de producción, realización y postproducción te absorbe totalmente llevándote a renunciar a tu vida personal y laboral y eso no puede ser, no puedes estar constantemente trabajando en precario.​