Víctor Esquirol
Crítico de cine

Palma de Oro histórica para la «titánica» Julia Ducournau

Spike Lee, presidente del jurado, dinamitó la gala de clausura adelantándose al orden lógico de los eventos y coronando una película y una directora que llevaban por bandera la sana y muy reivindicable voluntad de dar la vuelta a todas las convenciones que han dado forma a nuestro mundo cruel.

Julia Ducournau posa con la Palma de Oro. (Valery HACHE / AFP)
Julia Ducournau posa con la Palma de Oro. (Valery HACHE / AFP)

Tenía que ser así; tenía que ser algo memorable: tenía que parecer un accidente. Aunque en realidad, estuvo todo cargado de sentido. Empezó la gala de clausura de la inolvidable 74ª edición del Festival de Cine de Cannes. El plan, como en todos los años anteriores, era ir dando los premios de menor a mayor importancia. O sea, que el gran final debía estar reservado al anuncio del premio gordo; el galardón más ansiado en la selectísima liga del cine de autor: la Palma de Oro.

Pero no, teníamos que tener en cuenta que el presidente del jurado era Spike Lee, el cineasta que lleva luchando contra las convenciones desde hará ya 34 años. Y en efecto, el golpe maestro de esta gala se lo adjudicaría él, y solo él, cuando agarró el micro por primera vez, y sin querer, se saltó el guion de toda la velada. Al hombre le debió entrar el miedo escénico (el colosal Grand Théâtre Lumière, doy fe, es una estampa que abruma), o a lo mejor se le traspapelaron los apuntes... o a lo mejor, decidió hacer saltar la banca a las primeras de cambio. «La Palma de Oro...», dijo, «¡es para “Titane”!». Y claro, se hizo el silencio. Los demás miembros del jurado no sabían si reírse, infartarse o morirse de la vergüenza. A Thierry Frémaux, tres cuartos de lo mismo.

Y así transcurrió el resto de la gala, con el disimulo mal ejecutado de no saber cómo iba a terminar todo. Solo que sí que lo sabíamos: ya era tarde, las palabras de Spike Lee no se podían «desescuchar». El mundo al revés, pero no dio la sensación de que fuera un accidente. Al contrario, olió a justicia. A esto, y a aceite de motor. A sus 37 años, y con solo dos largometrajes en su filmografía, Julia Ducournau tocó el cielo. Lo hizo tras subirse a un coche, exprimir al máximo todos sus caballos de potencia, y salir disparada. Espectacular.

Gracias a “Titane” (delirante, provocadora y divertidísima historia sobre, entre otras muchas cosas, una chica atraída sexualmente por los vehículos), su directora y guionista se convirtió en la segunda mujer en toda la historia del festival en coronarse con la Palma de Oro. La primera, por cierto, en hacerlo en solitario, pues la antecesora en dicho honor, la neozelandesa Jane Campion, tuvo que compartir el galardón con el chino Chen Kaige, en un imborrable ex aequo entre “El piano” y “Adiós a mi concubina”. Pero esta vez la gloria no iba a ser compartida: todos los aplausos se los quedó, con total merecimiento, Julia Ducournau. Ni Spike Lee pudo robarle el protagonismo. Era imposible.

Después de la revelación de “Crudo” en 2016 (su impresionante ópera prima en la que una joven universitaria sufría un irreprimible apetito por la carne humana), la cineasta francesa siguió apostando por el riesgo. Siguió jugándosela, vaya. Y por suerte, vivimos en una época en la que todo esto obtiene recompensa. En parte por este motivo existen los festivales como Cannes: para agitar el panorama, para despertar la polémica, para señalarnos cuál es el camino a seguir. Hará unos años, hubiera sido impensable ver una película tan desmadrada como “Titane” participar en el Concurso por la Palma de Oro. En 2021 tuvo tanto sentido verla ahí como quedarse con el premio gordo. Qué momento más maravilloso, de verdad.

Y así las cosas, el resto de galardones quedaron relegados a un segundísimo plano. Porque así lo pedía la lógica del palmarés, y porque así lo brindó el despiste legendario de Spike Lee. En cualquier caso, el iraní Asghar Farhado siguió dando brillo a su impresionante filmografía gracias a la conquista del Gran Premio del Jurado (la «medalla de plata» del festival) para “A Hero”, fatalista radiografía de una sociedad (cualquiera que venga en mente) marcada por la toxicidad de la honra. El escenario lo compartió con el finlandés Juho Kuosmanen, cuyo “Compartment nº6” reclamó sus –legítimos– derechos sobre la plata cannoise.

Y por si no hubo suficientes ex aequos, el Premio del Jurado (o sea, «la insignia de bronce») se la partieron el israelí Nadav Lapid (por “Ahed’s Knee”) y el tailandés Apichatpong Weerasethakul (por la gigantesca “Memoria”). El jurado de Spike Lee tenía amor para todos. También para la inquietante presencia de Caleb Landry Jones (Mejor Actor por la repulsiva “Nitram”, de Justin Kurzel) y la luminosa Renate Reinsve (Mejor Actriz por encarnar las idas y venidas existenciales de Joachim Trier en “The Worst Person in the World”). El Premio a la Mejor Dirección fue muy coherentemente para el virtuoso Leos Carax y su última creación, “Annette”, y el Premio al Mejor Guion se lo quedó el japonés Ryûsuke Hamaguchi por “Drive My Car”, la película más perfecta este año en Cannes. Pero no la más revolucionaria. Esta fue “Titane”, de Julia Ducournau, ardiente nueva reina de la Croisette. Larga vida.