Víctor Esquirol
Crítico de cine

Viajes a ninguna parte

En ‘Mogul Mowgli’, Riz Ahmed padece los males de una vida truncada en el peor momento. (NAIZ)
En ‘Mogul Mowgli’, Riz Ahmed padece los males de una vida truncada en el peor momento. (NAIZ)

E​l lejano lugar desde el que escribo estas líneas seguramente está hermanado con el lugar desde el que tú las estás leyendo: es la asfixiante hermandad del calentamiento global. El calor es insoportable, sí, y por esto pueden aflorar en nosotros las ganas de probar suerte en otra parte, la que sea, menos esta en la que nos encontramos ahora mismo.

Por supuesto, es un deseo absurdo, una solución que no es tal, porque en realidad allí estaremos igual (o peor) que aquí. Porque a fin de cuentas, en ningún lugar se está tan bien como en casa. Seguimos en agosto, esa maldición… y al mismo tiempo, esa bendita promesa cinéfila.

En Filmin seguimos pudiendo refugiarnos en el Atlàntida, el festival de cine online por antonomasia. En esta ocasión, los caminos trazados por su programa nos llevan a emprender dos viajes. Dos itinerarios alimentados con la promesa de una fuga salvadora… pero también amenazados por el amargo despertar; por darse cuenta de que en realidad no había posibilidad alguna de escapar.

Primero encontramos ‘Mogul Mowgli’, de Bassam Tariq, director estadounidense de origen pakistaní que comparte orígenes con quien también y escribe y protagoniza el film: Riz Ahmed, actor, músico y activista que se desdobla en la pantalla. Después verle sufrir en ‘Sound of Metal’, ‘Mogul Mowgli’ nos presenta a un rapero británico-pakistaní que, en vísperas de un gran salto para su carrera, cae presa de una enfermedad auto-inmune y degenerativa. Cruel golpe del destino que Ahmed y Tariq encajan con desgarrador estilo.

De lo que se trata aquí es de encerrarnos en la atormentada cabeza de un hombre peleado consigo mismo. Los demonios son su propia identidad, sus anhelos y el difícil encaje en una familia que es un puente inestable entre Occidente y Oriente. ‘Mogul Mowgli’ habla sobre cómo todo esto puede somatizar de la peor de las maneras, pero también, sobre cómo se debe exorcizar aquello que nos corroe por dentro.

Después, desde la punta más remota de Rusia, llega ‘The Whaler Boy’, impresionante ópera prima a cargo de Philipp Yuryev, joven cineasta moscovita que se comporta como el más veterano de los realizadores. Ahora toca seguir a otro joven: un ballenero que, tras conectarse a internet, cree dar con el amor de su vida. La confusión, agridulce pecado de juventud.

El deseo sexual se mezcla peligrosamente con la idealización romántica; mientras, la inocencia se ahoga en las agrestes costas de la edad adulta. Apoyándose en una filmación bellísima, Yuryev nos embarca en un viaje increíble que se sabe dónde empieza pero que no se puede prever dónde terminará. Con este espíritu aventurero como brújula, ‘The Whaler Boy’ luce como un orgulloso ejemplo de ese cine del que la multi-premiada Chloé Zhao es uno de sus principales baluartes.

El documento etnográfico con las alas liberadoras de la fantasía. El aparato cinematográfico rinde así como fiel espejo y a la vez como herramienta transformadora. Como esa ventana a través de la cual se puede descubrir el mundo que perciben los ojos, pero también aquel encerrado en lo más profundo de nuestro propio ser. Odiseas épicas que tienen mucho de viaje interior.

Al final, está claro, llegar al destino es algo que no depende exclusivamente de la distancia recorrida.