Víctor Esquirol
Crítico de cine
CRíTICA DE ‘CAMILA SALDRá ESTA NOCHE’

El icono de noche y de día

Fotograma de ‘'Camila saldrá esta noche'.
Fotograma de ‘'Camila saldrá esta noche'.

El nuevo trabajo de la argentina Inés Barrionuevo nos pone en un escenario circunstancial que puede muy fácilmente remitir al que proponía aquel sorprendente éxito de Pilar Palomer titulado “Las niñas”. Ahí, recordemos, las habitualmente agitadas aguas del «coming of age» (es decir, de aquellas películas que tratan sobre la entrada en la edad adulta) se removían aún más a razón de una peligrosa combinación donde se juntaba un núcleo familiar en plena descomposición, la adaptación forzosa a un nuevo hogar y, por si todo esto fuera poco, una ración generosa de culpabilidad cristiana.

Todo esto, téngase en mente, en la maravillosa edad del descubrimiento de la autonomía más allá del radio de control de las autoridades paternas. El caso es que ahora tenemos unas reglas del juego aún más complicadas. Las «niñas» están a punto de convertirse en mujeres. Ahí no está el problema, ni falta hace decirlo, sino en todo los elementos que conjuga el entorno. Tenemos a una chica de 17 años, que debido al estado de salud crítico (prácticamente terminal) de su abuela, ha tenido que cambiar radicalmente su vida. Esto, recálquese, en la etapa en la que cuerpo y mente están en constante petición (a grito pelado) de cambios radicales.

Dicho y hecho. De un día para otro, ella, su hermana menor y su madre (ni rastro del padre, o sea, que la mayoría femenina en escena es absoluta) van de La Plata a Buenos Aires. Nueva ciudad, nuevas amistades… y nuevo centro educativo. Antes, la protagonista campaba a sus anchas (se supone) en un instituto público; ahora lo intentará en un centro privado que además promueve la educación cristiana. Un además más: estamos en la Argentina contemporánea, ese país de movilizaciones callejeras y riñas parlamentarias en favor de la lucha por la conquista del derecho al aborto.

Una de las primera escenas de “Camila saldrá esta noche” nos presenta a la joven protagonista entrando por primera vez a su nuevo centro escolar; tomando contacto con la nueva lista de prohibiciones que le va a caer encima. Todo parece estar en orden, ya casi ha entrado… hasta que en el último momento, un adulto repara en cierta simbología «peligrosa»: un pañuelo verde atado en una asa de su mochila. Saltan las alarmas. Un símbolo político (el de la reivindicación social antes comentada) que no tiene cabida en una institución supuestamente apolítica. Solo que como bien sabemos, quien por lo general se define como «neutral», en realidad marca distancias con todo lo que le produce alergia.

Este mundo reaccionario es al que se enfrenta Camila, una chica que avanzaba a velocidad de crucero, y a la que el mundo, de repente, parece que pedirle que eche el freno de mano. Lo que pasa es que esta joven estudiante ya viene con la lección aprendida. Ante las adversidades, Inés Barrionuevo dota a su heroína de la gracia del empoderamiento femenino, esa fuerza que, manejada con la debida conciencia y convencimiento, es capaz de derribar todos los obstáculos que puede levantar el destino. Excepto, claro está, los que quedan de puertas para dentro, es decir, los que tienen que sortearse en la intimidad más comprometida del hogar.

Allí donde hasta la saltadora más experimentada puede tropezar. “Camila saldrá esta noche” se mueve constantemente entre dos mundos que casi se tocan… pero que a efectos prácticos, están separados por años luz. Está el que compartimos con los demás, aquel donde se conocen a los nuevos amigos o enemigos. Está después aquel que se reduce a ese círculo de personas que no se ha podido elegir, aquellas con las que has crecido y te has criado. Y puede ser que en uno se tengan las ideas muy claras, y en el otro no. Porque en uno podemos hacer mucho más daño que en el otro; así funciona el amor, también.

Las dulces mieles del descubrimiento sexual se cocinan con voces auto-tuneadas y ritmos traperos (y se concretan con una de las escenas más sensuales, inventivas y, por supuesto, atractivas a nivel de escenografía), mientras que los placeres inherentes también en la reafirmación de los gustos, se plasman con el clásico, casto -y muy aburrido- baile que pide a las parejas agarrarse bien fuerte y moverse muy lentamente (lo de toda la vida, vaya). Es solo un ejemplo. En esta dicotomía transcurre la película: entre las batallas públicas y las que solo pueden entenderse en clave estrictamente familiar.

Camila se contagia de dicho planteamiento, luciendo como una lideresa a la que es imposible no seguir (pues con su arrojo feminista, identifica los males de nuestro mundo, y une a las gentes que los sufren para combatirlos de manera efectiva), pero también como un mar de dudas a la hora de tratar con los seres queridos. Entre la sensibilidad del realismo mágico y la combatividad (y poca sutileza) de una performance o, si se prefiere, de una función escolar a la que no se puede llevar la contraria: este retrato a manos de Inés Barrionuevo es el de un icono muy humanizado; inspirador tanto en sus convicciones como en la manera en que se enfrenta a sus miedos.