Víctor Esquirol
Crítico de cine
CRíTICA DE ‘BLUE MOON’ (SECCIóN OFICIAL)

La familia mal programada

Fotograma de la película ‘Blue moon’. (ZINEMALDIA)
Fotograma de la película ‘Blue moon’. (ZINEMALDIA)

Uno de mis clips favoritos en la interminable videosfera de internet es claramente aquel que reza que Rumanía «es un videojuego mal programado». Consiste en apenas unos pocos segundos de lo que parece ser una grabación tomada desde una cámara de seguridad. Una toma fija nos presenta una carretera y un hombre de pie, en el arcén. El tipo está ligeramente inclinado hacia delante, y espera, quieto y con la mirada perdida en el asfalto, no se sabe muy bien qué. De repente, en el segundo plano aparece un carromato que es empujado por un asno y por una furgoneta blanca. La cosa empieza a enrarecerse, pero no lo suficiente.

Acto seguido, el vehículo frena en seco, lo que hace que el carro se desvíe drásticamente de la trayectoria hasta acabar mal aparcado en la cuneta. Con esto, su ocupante sale despedido y acaba besando el asfalto sin oponer la más mínima resistencia. Justo después, el hombre del principio despierta de su letargo vertical y empieza a caminar marcha atrás, de forma aparatosamente robótica, hasta caer de culo en la otra cuneta. Fin de una obra maestra; de una secuencia en la que todo, absolutamente todo parece ser un error de programación.

Y si me alargo en las presentaciones es porque en un momento muy tempranero de ‘Blue Moon’, todos, absolutamente todos los elementos en pantalla parecen sugerir que vamos a asistir a la apoteosis de ver la versión extendida (hasta casi hora y media de metraje) de semejante momento estelar de la humanidad. La ópera prima como directora de Alina Grigore se presenta con un in media res de lo más violento. Una chica está durmiendo en la cama, hasta que de la nada aparece su hermana y la despierta, y la increpa desgañitándose, y se enzarzan en un remolino de bofetadas, insultos y arañazos.

Pero ojo, la que más se queja es la que ha empezado la agresión: primera anomalía. Aún quedan otras cien (o más) por venir. En este sentido, se puede afirmar que ‘Blue Moon’ va a rebufo de ese cine del caos en el que Rusia y sus satélites están marcando la pauta a seguir. De la mano de genios como el malogrado Aleksey German, o Sergei Loznitsa o Kirill Serebrennikov, el cine se transforma en un hilo conductor del sinsentido, comportándose así como aquel carro destinado a estamparse. Alina Grigore intenta jugar en esta misma liga, y por un momento, parece que va a conseguirlo.

La protagonista sale de la cama y se reúne con la que tiene pinta de ser su familia. En una larga mesa dispuesta en una terraza, se distribuye una serie de personajes extraños y violentos, que atacan al personaje central, y que parecen querer hacer lo mismo con la audiencia. Los diálogos como fuego cruzado que desbordan unos subtítulos que parecen ir en permanente desincronización. Del mismo modo, los pedazos de información que nosotros debemos usar para intentar entender qué demonios está pasando aquí, son a efectos prácticos una especie de ruido ambiente muy molesto, muy irritante, que no hace sino enmarañar (más aún) el lío que hay en escena.

Alina Grigore habla de lazos y relaciones enfermizas, pone sobre la mesa negocios de una turbiedad que apesta, convierte todas las conversaciones en una bronca infernal y amenaza con romper en mil pedazos cada elemento de la escenografía. Todo, con el mismo tacto que un elefante en una cacharrería: cuanto más alboroto, mejor. De fondo, porque sí, se pasea una chica que no despega su boca de lo que parece ser un tetra-brick de leche. Vale. A lo mejor esto sí que es «un videojuego mal programado». Cine de la perreta, de una locura que todo lo invade. La película, de hecho, es como si nos obligara a vivir en el interior de una mente (colectiva) desquiciada.

Y es que a pesar de que ‘Blue Moon’ siga siempre de cerca a su protagonista femenina, lo cierto es que apunta al retrato comunitario. Su historia, para entendernos, se articula a partir de las absurdas idas y venidas entre el campo y la ciudad (dos puntos en un bucle interminable) de una chica que quiere dejar atrás la paletísima vida rural y refugiarse en un campus universitario de Bucarest, esa gran ciudad donde supuestamente aguarda la salvación. Poco importa que en una de sus primeras incursiones en el mundo urbano, la experiencia se salde con una elipsis narrativa que, muy convenientemente, tapa una casi-segura violación. La gracia (por así llamarla) es que le espera en la granja es mucho peor. Infinitamente peor.

Momento ideal para echar un vistazo a la biografía de la directora y guionista, y descubrir que quien naciera en la capital de Rumanía tuvo que irse, a muy tierna edad, a vivir a la remota Piatra Neamt, capital de provincias en la que no sorprendería que se empezara a cosechar un odio sin límites dirigido a los ecosistemas «de pueblo». A esto apesta ‘Blue Moon’, a un ajuste de cuentas hacia un determinado mundo, hacia sus bárbaras gentes, hacia sus degeneradas creencias. La cineasta rumana nos encierra en ese manicomio asqueroso, envilecedor, convirtiéndonos así en otro sacrificio de sangre a mayor gloria del dios salvaje que debe gobernar dicho páramo.