La oficina

Hay un hombre en la provincia que lo hace todo. Un señor al que todo el mundo acude siempre que surge un problema irresoluble. Se trata del jefe «de todo esto»; el patrón de Básculas Blanco, un imperio heredado que él, y solo él, ha mantenido en lo más alto: la empresa puntera en el distinguido y muy competido sector de la medición de pesos. Ahí donde no puede existir ni el más mínimo error; allí donde el equilibrio perfecto entre los platos de una balanza, se erige en símbolo incorruptible de una justicia que no solo debe calar en el ámbito laboral.
Para muestra, un botón: ‘El buen patrón’ arranca lejos de la nave industrial donde se encuentran las oficinas y la cadena de montaje de Básculas Blanco. En un parque público, un grupo de jóvenes es increpado por una manada de cretinos. No ha habido provocación por parte de los primeros, más allá de su color de piel o del acento con el que se comunican. Motivos más que suficientes para que las hordas racistas celebren otra partida de caza. Pero, ¿qué tiene esto que ver con el hombre en la provincia que lo hace todo? Pues justamente aquello que promete dicho título.
Resulta que la Policía detiene a varios miembros de dicha jauría (después, esto sí, de que esta se haya cobrado alguna víctima). Resulta que uno de los arrestados es hijo de uno de los más fieles empleados del Sr. Blanco, y claro, a partir de ahí se pone en marcha esa red de contactos que todo lo puede. La comisaría local llama al padre del criminal, este llama a su patrón, este llama a un buen amigo en la administración de justicia y este, se supone, llama al encargado del cuartelillo. Es el imbatible ciclo del tráfico de influencias, ese concepto tan feo, que suena tan mal… pero que al final del día, ha mejorado la vida de cada uno de sus participantes.
Especialmente la de quien, en última instancia, se cobra (o se guarda) el favor: el hombre en la provincia que lo hace todo. Lo que toda la vida se ha llamado «cacique», vaya. A esto se dedica principalmente el protagonista de esta historia (encarnado por un Javier Bardem cuyos extraños gestos, dicciones, apariencias y poderosa presencia se erigen, como cabía esperar, en principal argumento del conjunto), a extender sus tentáculos por todos los rincones de la comunidad. El propósito de dicho modus operandi mimetiza la esencia perversa del sistema (político, económico) en el que vivimos: el que parece que te ayuda… cuando en realidad se está reforzando a sí mismo.
Estamos en el coto de caza del capitalismo regionalista, el que copia, a pequeña escala, los tics y supuestas claves del éxito del estatal. Del mismo modo, podría decirse que el mayor mérito de Fernando León de Aranoa, director y guionista de esta función, consiste en adoptar la visión y sensibilidad (?) de ese ser grimoso que mueve los hilos en la sombra. «Para echarte un cable», dice, «Para echármelo a mí», deberían poner los subtítulos. Con ello, ahora mismo la filmografía del cineasta madrileño cierra el círculo; completa un ciclo que empezó con ‘Los lunes al sol’ y que termina con la película que ahora nos ocupa.
En aquella, Javier Bardem daba vida a uno de los «desperdicios humanos» de los supuestos milagros industriales; aquí, se sitúa en las antípodas. Igual que León de Aranoa; igual que un film que, de aquel entonces a ahora, confirma el salto del drama social a la comedia negra. Dos caras antagónicas que, esto sí, se complementan perfectamente a la hora de plasmar el esperpento en el que andamos metidos. Toca reírse, para preservar la poca salud mental que nos queda… y por supuesto, por no llorar.
Si antes tocaba acompañar a las víctimas de la precariedad, ahora seguimos a los privilegiados de la opulencia, los que miran las peticiones y exigencias del movimiento obrero como ese ridículo engorro que se entromete entre ellos y la consecución del enésimo reconocimiento para su particularísimo muro de trofeos. El motor narrativo de ‘El buen jefe’ es, de hecho, la espera (entre beckettiana y berlanguesca) de una comisión que debe confirmar (o no) la excelencia de Básculas Blanco. Por supuesto, para cuando llegue el momento, el patrón quiere (más bien necesita) que todo esté impecable, para así pasar con nota la famosa prueba del algodón.
Esta preparación se articula a partir de una afinada y muy sardónica comprensión de los problemas del primerísimo mundo con los que cada día tienen que lidiar las élites (la mayoría de los cuales, por cierto, causados por ellas mismas). Tanto a nivel visual como conceptual, la pantalla se llena de imágenes grises, impregnadas de caspa, en lo que bien se podría considerar como una réplica castiza de la legendaria ‘The Office’ (tanto la de Ricky Gervais como la de Steve Carell). Como en esos casos, acaba por sobresalir esa mediocridad en la que todos nos ahogamos, pero aquí, rezuma también la pestilencia de esa podredumbre moral que va de arriba para abajo. Fernando León de Aranoa lo pinta todo echando mano de una brocha gorda que se le perdona (que incluso se le puede aplaudir) al estar cada uno de sus movimientos cargados de razón.

‘La Revuelta’ astindu du Zetak-en ikuskizunak... eta Euskararen Nazioarteko Egunean

Desalojado el instituto de Martutene, el Ayuntamiento solo realoja a la mitad en La Sirena

Solicitan inhabilitación y prisión para los policías acusados de agredir a un menor en Gasteiz

Euskal Herriko Osborneren azken zezena lurrera bota du Ernaik


