El talibán tiene una contradicción y, sobre todo, un problema
Era cuestión de tiempo que el ISIS de Jorasán desafiara a los talibanes con un atentado brutal y sangriento, esta vez –y van...– contra su señalada minoría chií hazara en Kunduz.
Esta vez ya no hay excusa. Los talibanes reaccionaron a finales de agosto al atentado a las puertas del aeropuerto de Kabul, en plena evacuación de los ocupantes y sus colaboradores, aduciendo que la seguridad estaba entonces a cargo de EEUU. Entonces coló, aunque para aquellos días los accesos a la terminal internacional estaban ¿controlados? por ellos.
El atentado hace días en el funeral de la madre del portavoz oficial del Gobierno talibán, Zabihulah Muyahid, en Kabul, y los crecientes ataques contra policías en Jost y en el este de Afganistán eran todo un presagio.
Los talibanes quitan hierro al asunto y hablaban ayer de un «dolor de cabeza». Pero, cuidado.
Porque la población afgana y, sobre todo las potencias, podrían estar dispuestas a tragarse el sapo de la contradicción que supone que los mismos talibanes que perpetraban atentados tengan que sufrirlos.
Lo que no tragarían es que la promesa de paz que ha devuelto a los talibanes al poder por segunda vez en 25 años (en 1996 y ahora en 2021) salte en pedazos por unos que se reclaman más talibanes (ISIS) que los mismos talibanes.