Ibai Azparren

‘Rutas prehistóricas por Navarra’, un libro que aporta una novedosa teoría sobre los dólmenes

Los dólmenes siguen rodeados de incógnitas cinco milenios después de su construcción. Si bien la teoría generalmente aceptada es que se trata de tumbas, Iñaki Vigor ha recorrido más de 500 dólmenes en Nafarroa Garaia y ha desarrollado una novedosa teoría en su nuevo libro.

Dolmen de Arteko Saro, ubicado en el Parque Natural de Urbasa. (IÑAKI VIGOR)
Dolmen de Arteko Saro, ubicado en el Parque Natural de Urbasa. (IÑAKI VIGOR)

¿Para qué fueron construidos los dólmenes? «La teoría oficial -explica el periodista Iñaki Vigor, autor de esta obra- es que fueron levantados para realizar enterramientos humanos, y así figura en libros, enciclopedias, señales, paneles informativos... así se enseña en la escuela y así lo cree la inmensa mayoría de los arqueólogos y de la población».

Después de recorrer más de 500 dólmenes en Nafarroa Garaia, la conclusión a la que Iñaki Vigor es que estas construcciones forman rutas para comunicar unos valles con otros por los sitios más cómodos y seguros de la montaña.

El autor ha elaborado 37 mapas con la ubicación de cientos de dólmenes, cada uno de ellos con sus coordenadas. Esos mapas permiten visualizar que estos megalitos fueron levantados donde surgían dificultades orográficas para poder desplazarse, como foces, sierras difíciles de transitar o zonas laberínticas de la montaña.

Zonas megalíticas de Nafarroa Garaia.

«Hace cinco milenios los pobladores de estas tierras vivían en chozas de madera y pieles construidas en las orillas de los ríos, donde disponían de agua, protección y pesca, y además podían cazar los animales que acudían a beber. Pero cuando tenían que desplazarse por la montaña, necesitaban disponer de cobijos robustos para defenderse frente a lobos y osos cuando llegaba la noche, para guarecerse en caso de tormentas, para disponer en ellos de alimentos, pieles secas y armas con las que poder cazar. En definitiva –añade Vigor–, para poder sobrevivir en un medio hostil y peligroso, tal como era la montaña vasca hace 4.000 o 5.000 años».

En los mapas que recoge esta obra se muestra que los dólmenes «no fueron levantados donde están de forma aleatoria, sino que había un diseño previo para ubicarlos en lugares concretos de las rutas habituales de montaña, y por tanto tenían una finalidad práctica».

Para el autor, por tanto, «había una clara intencionalidad por parte de sus constructores para ubicar los dólmenes precisamente donde los necesitaban. Esto se ve claramente en el caso de las foces. Prácticamente todos los ríos de la zona norte de Nafarroa Garaia atraviesan foces o estrechamientos que impedían el paso de los pobladores de esas tierras hace 5.000 años, porque las paredes rocosas estaban cortadas a pico sobre el agua o las pendientes de las laderas eran tan pronunciadas que las hacían intransitables. No tenían más remedio que dar un rodeo por la montaña para pasar de un valle a otro, y es en esas rutas donde ubicaron los dólmenes. Cuanto más larga y complicada era la ruta, más dólmenes construían».

Iñaki Vigor recuerda que fue el propio Joxe Miguel Barandiaran quien bautizó como ‘Ruta de los dólmenes’ la que comunica el valle del Urola con el valle del río Deba por el cordal montañoso de Karakate-Irukurutzeta, a lo largo de una veintena de kilómetros. «Esa ruta está jalonada de 17 dólmenes, pero en Nafarroa Garaia –agrega– existen rutas con muchos más dólmenes, como la que comunica Sakana con Goierri o Baztan con Kintoa y Esteribar».

El autor constata que en una gran parte de los dólmenes excavados hasta ahora han aparecido restos óseos humanos, pero no en otros muchos. «Nadie niega que muchos dólmenes han sido utilizados para depositar cadáveres, pero la teoría que recoge este libro es que no fueron construidos con esa finalidad. Hasta hace un par de siglos el mayor cementerio de Iruñea era la catedral, y en las iglesias antiguas también existen cientos de tumbas. ¿Pero, fueron construidas con esa finalidad, la de servir de lugares de enterramientos? La respuesta es obvia», dice el autor.

Dolmen de Larrazpil, en la Sierra de Aralar. (IÑAKI VIGOR)

En el libro, de 272 páginas, se desarrollan aspectos como la orografía, el clima y la importancia que siempre ha tenido para los seres humanos disponer de un techo en el que poder cobijarse, y finaliza con algunas notas sobre mitología, euskara y megalitismo. Ha sido editado por la editorial De Par en Par y se vende en librerías al precio de 26 euros.

El libro está dedicado a los prospectores de megalitos, y de forma especial a los miembros del grupo Hilharriak y a Juan Mari Martínez Txoperena, «que desarrollan una inmensa labor para localizar restos de nuestro pasado prehistórico y que apenas ha sido reconocida por las instituciones».