Iñaki  Iriondo
Cronista político

«Y vasca»: una isla de improvisaciones y propaganda

A nadie parece llamarle la atención que después de tantos años y a estas alturas una línea férrea, que si se hace solo servirá para unir tres capitales, no tenga definidas las llegadas a sus nodos centrales.

Visita institucional a las obras del TAV en Donostia, en una imagen de archivo. (Juan Carlos RUIZ / FOKU)
Visita institucional a las obras del TAV en Donostia, en una imagen de archivo. (Juan Carlos RUIZ / FOKU)

Después de un jueves con el gallinero alborotado, con alcaldes quejándose de consejeros y ministros de la misma coalición que gobierna en sus propios ayuntamientos, el lehendakari, Iñigo Urkullu, se vistió ayer de comandante y mandó parar: «Lo importante es que de una vez por todas» el TAV se ponga en marcha en la CAV. Luego añadió que todas las instituciones trabajan «en la misma onda» por ese objetivo.

Al margen de que no llegara a tiempo para sofocar algún disparo como el de Eneko Andueza (PSE) diciendo que al PNV «le preocupa más salir en la foto que lo que importa, que el TAV vaya a llegar a Euskadi», habría que decir que la misión de un gobernante debería ser garantizar que una infraestructura de semejante gasto (que le pregunten a Andoni Ortuzar) tuviera al menos rentabilidad social y cierta coherencia.

Después de estar todo lo que llevamos de siglo metiendo dinero de todos y todas en este proyecto, a nadie parece llamarle la atención que todavía se le esté dando vueltas a por dónde entrará el tren en las capitales, si es que alguna vez llega allí.

Si la «Y vasca» se finaliza alguna vez, lo cierto es que sería una línea «intercity» carísima para unir Gasteiz, Astigarraga y Basauri. En ese momento, todavía, quienes quisieran llegar a Donostia y Bilbo perderían después con conexiones de cercanías, autobuses o taxis todo el tiempo ganado en el TAV.

¿En veinte años a nadie se le había ocurrido cómo entrar en las estaciones finales? Pues como ven todavía andan mirando si lo hará por debajo o por encima de la tierra. Si se soterra se ganará espacio urbanizable para la ciudadanía y –difícil olvidarlo–, depende de cómo se haga, también se abre una puerta a recalificaciones, plusvalías y todas esas cosas que ayudan a llenar las arcas públicas y algunas privadas.

El TAV todavía tiene cierta aureola de progreso y modernidad entre amplias capas de la población vasca, cuando en realidad es una infraestructura deficitaria en todo el Estado y casi el conjunto de Europa que, además, no la va a «llevar a Madrid» en un santiamén, puesto que la línea entre Gasteiz y Burgos está todavía en proyecto y así seguirá durante varios años más. Más para largo va aún el enlace con Nafarroa, que ni se ha decidido por dónde va a hacerse. Y de Astigarraga hasta la muga se hará un apaño de añadir una vía más a las dos actuales, para que el TAV pueda circular por ella a una velocidad adaptada a la línea actual. O sea, similar a la de hoy.

Como se ha repetido tantas veces, cuando se acabe la «Y vasca» será una isla. A eso se le debe añadir la costumbre oficial de anunciar el final de la obra para «dentro de cinco años», plazos que se llevan incumpliendo desde 2010, cuando desde Lakua se dijo que si no se acababan las obras para ese fecha las íbamos a «pasar canutas». De ahí que resulta difícilmente comprensible que el TAV se pretenda usar como un útil de propaganda por PNV y PSOE, puesto que cualquier anuncio tan solo provoca una risa irónica en buena parte de la sociedad.