Alberto Pradilla

Giro a la izquierda doce años después del golpe

Doce años después de que Mel Zelaya fuese obligado a dejar el poder, llega Xiomara Castro. Halla un país empobrecido y violento, con una institucionalidad permeada por el crimen organizado y deberá crear las condiciones que impidan que cientos de personas marchen a diario hacia EEUU.

Xiomara Castro, próxima presidenta de Honduras. (Luis ACOSTA/AFP)
Xiomara Castro, próxima presidenta de Honduras. (Luis ACOSTA/AFP)

La amplia victoria de Xiomara Castro en Honduras cierra el ciclo abierto en 2009 con el golpe de Estado contra su marido, el expresidente Mel Zelaya. Por primera vez en la historia, una mujer gobernará el país centroamericano con una propuesta abiertamente de izquierda. Lo holgado del triunfo, con más del 50% frente al 34% de su rival, el candidato del Partido Nacional, Nasry Asfura, muestra hasta qué punto la sociedad hondureña estaba harta tras más de una década de Gobierno de «cachureco», que es como se conoce popularmente a la formación de derechas.
El país que tendrá que gobernar está devastado: siete de cada diez hondureños son pobres, la tasa de homicidios ha descendido, pero Honduras sigue siendo uno de los países más violentos del mundo, y la institucionalidad es tan débil que casi se puede hablar de un Estado fallido.

Políticamente, el triunfo de Castro rompe con una dinámica de golpe-fraude-represión en la que lleva inmerso el país desde hace más de una década. El gran temor en los colegios durante la jornada electoral era que se repitiese la historia de 2017, cuando se cayó el sistema a medianoche y el candidato opositor, Salvador Nasralla, fue superado por el presidente, Juan Orlando Hernández. Muchas tiendas blindaron sus escaparates en Tegucigalpa y San Pedro Sula y había familias que reconocían haber comprado comida para aguantar una semana de disturbios. En este caso, sin embargo, la victoria fue tan apabullante que el oficialismo ni siquiera pudo tener la tentación de trampear los comicios.

En la tarde del domingo, con las urnas recién clausuradas, tanto el Partido Nacional como Libre anunciaron su victoria. Pero la batalla terminó a las 8.37, cuando el Consejo Nacional Electoral (CNE) dio la primera estimación que ponía a Xiomara Castro con 20 puntos por encima. A partir de ahí se desató la euforia.

Tras las celebraciones, Castro tendrá que hacerse con un país devastado. Habrá que ver cómo se gestiona la transición de Gobierno, especialmente cuando el futuro del actual jefe del Ejecutivo, Juan Orlando Hernández, pende de un hilo. El mandatario fue señalado por haber recibido sobornos de Joaquín Chapo Guzmán, jefe del cartel de Sinaloa, para permitir el paso de estupefacientes a través del país. Las acusaciones se formularon durante el proceso seguido por su propio hermano, Tony Hernández, condenado a cadena perpetua por tráfico de cocaína.
La grandes preocupaciones del presidente deben ser dos: destruir las pruebas que puedan incriminarlo y buscar un lugar en el que refugiarse sin miedo a ser extraditado.

El símbolo del pozo en el que se encuentra Honduras es la migración masiva hacia Estados Unidos. Un año después de la reelección de Hernández, miles de personas se sumaron a la caravana que unió San Pedro Sula con Tijuana. Habían dado su país como desahuciado. Cada año son decenas de miles los detenidos en EEUU y México y un número indeterminado los que logran cruzar. Frenar el éxodo es uno de los propósitos de la nueva presidenta. En campaña aseguró que en sus primeros 100 días buscaría acuerdos con el mandatario estadounidense, Joe Biden, para poner en marcha un plan de inversión que ataje las causas de la migración.

Se trata de la misma perspectiva que plantea Andrés Manuel López Obrador, el presidente mexicano, que defiende la implementación de programas sociales para jóvenes y campesinos como receta para frenar la huida masiva. Por lo pronto, en las colonias populares parece que han dado unos días de gracia a la presidenta y que las salidas hacia el norte se frenarán hasta pasadas las navidades.

Castro se presentó a elecciones con propuestas claras como una asamblea nacional constituyente y la despenalización del aborto en tres causales (una propuesta revolucionaria para un país con tanta carga del evangelismo). Sin embargo, finalmente concurrió dentro de una alianza con liberales y seguidores de Salvador Nasralla que le obliga a negociar.

No obstante, sigue siendo la primera presidenta que llega al cargo con una propuesta netamente de izquierdas que rompe con el tradicional bipartidismo entre Partido Nacional y Partido Liberal. Su triunfo supone una esperanza para una región duramente castigada y que Washington sigue viendo como parte de su patio trasero.