Víctor Esquirol
Crítico de cine

De vacas y lobas

El Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia nos habla sobre los males del patriarcado y la explotación animal. ‘Vaca’, de Andrea Arnold y ‘Tótem Loba’, de Verónica Echegui, componen un excelente coro de voces femeninas que se alzan, con rabia pero con comprensión, en contra de esos horrores.

Andrea Arnold , en “Vaca”, sitúa la cámara a la misma altura que los ojos de una res.
Andrea Arnold , en “Vaca”, sitúa la cámara a la misma altura que los ojos de una res. (NAIZ)

A nivel cinéfilo, no ha tardado nada en aparecer una de las mayores atracciones que el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia nos tenía reservadas en su programa. Llegó, en la segunda jornada de esta 19a edición, Andrea Arnold, directora británica, una de las cineastas más estimulantes del panorama autoral de los últimos tiempos. Con títulos tan relevantes como ‘Red Road’, ‘Fish Tank’ o ‘Cumbres borrascosas’ (a partir del clásico de Emily Brontë), descubrimos el talento inquieto de una mujer que lograba el milagro de fusionar, a nivel prácticamente físico, su cámara con los personajes que captaban el foco en sus historias.

Y es que si ella maneja el aparato cinematográfico, el punto de vista del espectador (habitualmente, un puesto de observación pasivo) se convierte en una especie de puente con el que conectar (a nivel de emociones, pero también de sensaciones) con el «objeto de estudio»; un ser que, al igual que nosotros, respira, se mueve, baila, se enamora... en definitiva, alguien con quien nos podemos implicar. Estas tesis se aplican a chicas que sueñan con abandonar los ambientes depresivos en los que las ha colocado la sociedad, pero también a los hombres que experimentan los desgarradores efectos del racismo o el desamor.

Por supuesto, también se aplican a la protagonista que pone título a ‘Vaca’, un documental que, como hiciera recientemente Viktor Kossakovsky en ‘Gunda’ (donde se seguía, con sumo cuidado, el día a día de varios animales de granja), pone toda su atención en una presencia cuya naturaleza muta, en el mejor sentido, a través de la mirada que depositamos en ella. Con el lastre de las macro-granjas instaurado recientemente en el debate público, el certamen dirigido por José Miguel Beltrán aborda los territorios de la bioética y los derechos de los animales, reflejo inevitable del punto en el que están los Derechos Humanos.

Precisamente, de esto habla Andrea Arnold en ‘Vaca’. A lo largo de poco más de hora y media, su cámara se sitúa a la misma altura que los ojos de una res que, como casi todas las demás que ahora mismo habitan nuestro planeta, parece que deba su existencia a satisfacer nuestras necesidades. La artista de Dartford nos habla de cautiverios y de explotación; de la imposibilidad de la libertad, vaya, pero al mismo tiempo, incluso en estas circunstancias tan calamitosas, encuentra los resquicios por los que se puede colar una dignidad que conmueve y, en última instancia, arrasa y devasta cual onda expansiva.

Es el relevo de la conciencia, concretado sin voz en off o entrevistas de cara a la cámara. Sin condicionantes artificiales, «simplemente» con la observación empática, es decir, con la mirada de quien realmente se interesa y se preocupa por el bienestar de quien tiene delante. Una vaca come, y rumia, por supuesto, y va de un sitio a otro (allí donde la dirigen), y tiene un encuentro sexual (¿un estallido de amor u otra etapa en el terrible juego de sometimiento industrial?)... y aunque ciertamente pueda surgir alguna duda por el camino, en realidad se comenta todo solo. Termina la sesión, y la película nos deja a solas con uno de esos silencios que llena el vacío (existencial, moral) con pura incomodidad.

Las presas del patriarcado

A fin de cuentas, la inhumanidad que retrata ‘Vaca’ no se debe a la convivencia con el animal protagonista, sino más bien al trato que nosotros, como género, le propinamos. Sobre esto mismo reflexiona Verónica Echegui en su sorprendente primer trabajo como directora y guionista. ‘Tótem Loba’ es un cortometraje de casi media hora de duración, una impresionante pieza que viene de coronarse recientemente en los Premios Goya, dentro de su pertinente categoría. Una propuesta que el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia proyecta ahora para dirigir nuestra atención hacia los terrores con los que el patriarcado intenta someter a sus presas.

Una chica (interpretada por Isa Montalbán, otro de los grandes descubrimientos de ‘Tótem Loba’) es invitada a pasar unos días en el pueblo de una de sus amigas, núcleo urbano-rural donde, en el momento en el que transcurre la angustiosa acción, se celebran las fiestas municipales. Verónica Echegui consigue que ahora nos fundamos con los temores y desconfianzas de alguien que está lejos del hogar, y que se ve obligada a lidiar con un entorno que evidentemente le es -hostilmente- ajeno. Es el miedo de haberse metido en territorio enemigo... y darse cuenta de ello cuando a lo mejor ya es demasiado tarde.

El ambiente festivo-costumbrista con el que arranca la narración se enrarece en un abrir y cerrar de ojos; el conjunto se convierte así es una incursión salvaje en el folk horror, o sea, en un cuento de terror donde los monstruos visten pieles de lobo para irse de caza. Echegui nos habla de jaurías y rebaños; de cómo se justifican los procederes de las «manadas», vaya. Y por supuesto, da mucho miedo, pero en última instancia, ‘Tótem Loba’ ilumina con el hallazgo de un icono femenino que se niega a pasar por este infierno. En medio de la locura generalizada, una mujer se planta y, con decidido gesto negativo, consigue lo que hasta hace unos pocos segundo parecía imposible: ir donde ella elige, y no a la perdición hacia la que la empujaban las circunstancias.