Ramón Sola

Tras las bambalinas de cuatro décadas de guerra sucia

Del atentado mortal contra «Argala» a la patraña del 11M y las leyes especiales de Aznar, pasando sobre todo por el GAL. La responsabilidad de Felipe González, el paraguas de Juan Carlos de Borbón o la inhibición del PNV se reflejan en el libro del exdirector de ‘Diario16’ y ‘El Mundo’.

González le dijo a Ramírez: «Si nos dejan de matar, dejaremos de matarlos». En la imagen, en un acto en 2013.
González le dijo a Ramírez: «Si nos dejan de matar, dejaremos de matarlos». En la imagen, en un acto en 2013. (Marta Fernández | Europa Press)

La guerra sucia no es el único tema de ‘Palabra de director’, el último libro de Pedro J. Ramírez, pero sí emerge como una especie de hilo conductor entre finales de los 70 y bien entrado este siglo XXI. Desde su evidente relación personalísima, a menudo más allá de lo profesional, con los sucesivos presidentes del Gobierno y con el rey ahora emérito, el que fue director de ‘Diario16’ y ‘El Mundo’ hace memoria y desgrana algunos episodios reveladores del terrorismo de Estado.

(Pedro J. Ramírez, tras Adolfo Suárez ya en 1979, antes de llegar a la dirección de ‘Diario16’)

No todos son nuevos y seguro faltarán otros que Ramírez quizás podría contar, pero el compendio muestra toda la impunidad y prepotencia de la guerra sucia contra el independentismo vasco. Estos son algunos extractos:

MARTIN VILLA Y LOS EFECTOS DEL CRIMEN DE «ARGALA»

«El 21 de diciembre [de 1978] el líder de ETA José Miguel Beñarán Ordeñana, Argala, murió destrozado por una bomba colocada en su coche en la localidad francesa de Anglet. El crimen fue reivindicado por un apenas conocido Batallón Vasco Español. Por la tarde del día siguiente conversé a solas con el ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa, en un recodo del pasillo del Congreso y anoté luego mis preguntas y sus  respuestas. Él combinaba su actitud cordial con las miradas al suelo, sumergido en sus gruesas gafas de culo de vaso.

—¿Qué crees que ha sucedido?

—La versión que conviene dar es la de las disensiones en el seno de ETA.

—¿Pero el Gobierno sabe qué hay detrás de ese Batallón Vasco Español?

—Estamos bastante cerca de la verdad.

—También sobre quiénes han sido los autores...

—Eso no te lo voy a decir. Pero sí te voy a dar una clave: nuestras relaciones con la Policía francesa son magníficas. Mucho mejores que con su Gobierno.

—¿Y qué consecuencias puede tener esto?

—Sabes que soy contrario a la negociación con ETA. El atentado ha venido bien desde ese punto de vista. Y esto no está bien decirlo, pero ya podrían acompañarlo tres o cuatro más».

(José Miguel Beñaran, «Argala», víctima del terrorismo de Estado en 1979. Foto: Euskal Memoria)

GONZALEZ: «SI NOS DEJAN DE MATAR, DEJAREMOS DE MATARLOS»

«El presidente había venido sin ambages a por mí.

—Bien, ahora completamente en serio: lo que estáis publicando sobre los GAL es terrible. Lo que está escribiendo Melchor Miralles es horrible... Y si quieres que te diga esto por escrito, te lo diré por escrito.

Sin aclarar si se refería a una carta de rectificación, a una declaración del Gobierno o a qué, González elevó el tono, blandiendo la mano derecha con el dedo índice amenazante hacia mí.

—A veces tengo la sensación de que ETA cuenta con el apoyo de dos periódicos, que son Egin y Diario 16...

Algunos compañeros se dieron cuenta de la tensión de nuestro diálogo y el veterano reportero gráfico José Pastor, con su característico pelo rizado blanco de emperador romano, captó con su cámara el momento álgido de la reprimenda y mi reacción estupefacta.

—¿Cómo puedes decir esto? Pero... ¿cómo puedes decir algo así, presidente...?

Balbuceé atónito esas palabras de incredulidad. Y como González insistiera en reprocharme contactos con dirigentes de la izquierda abertzale y la propia distinción que hacíamos entre «blandos» y «duros», pasé directamente al contraataque, preguntándole si lo que quería era que todos los medios hiciéramos de «halcones» para que él pudiera negociar con ETA en Argel desde una posición de fuerza.

—Haced el favor de no decirme cómo tengo que resolver el problema de ETA, que yo ya sé muy bien lo que tengo que hacer…

Entonces no pude resistirme a comentar, con la misma sorna de la carta del domingo, la distinción entre el «diálogo» con la banda que acababa de reconocer el ministro portavoz Javier Solana y la «negociación» que él mismo había negado rotundamente. González volvió a blandir su índice y pronunció aquella frase tremenda que nunca debió haber salido de labios del jefe de Gobierno de una democracia:

—Mira, lo único que tenemos que negociar con ETA es que, si ellos dejan de matarnos a nosotros, nosotros dejaremos de matarlos a ellos.

Tal vez sin percibir mi reacción de espanto, González se recreó en la suerte.

—Te lo repito: si ellos dejan de matarnos a nosotros, nosotros dejaremos de matarlos a ellos».

LA VISTA GORDA DEL PNV ANTE LOS GAL

«Una mañana se presentó en la redacción otro periodista más o menos de su edad. Se llamaba Ricardo Arques y trabajaba en ‘Deia’, órgano oficioso del PNV. Yo no estaba. Le recibió Fernando Múgica, en su condición de redactor jefe, y enseguida se dio cuenta de la trascendencia de lo que proponía. Resultaba que estaba frustrado porque tenía fuentes privilegiadas en el entorno de quienes habían montado los GAL, pero en su periódico no querían publicar nada porque desde hacía dos años el PNV había recuperado el poder en Ajuria Enea, tras la guerra fratricida con Garaikoetxea, y Ardanza gobernaba en coalición con el PSOE vasco.

Era el colmo del jesuitismo: los nacionalistas se rasgaban las vestiduras de indignación ante la impunidad de los crímenes de los GAL, pero al mismo tiempo bloqueaban cualquier avance hacia una verdad que presumían inconveniente.

Pocas semanas después, un equipo de ‘Diario16’, del que también formaba parte Carlos Miralles, el hermano fotógrafo de Melchor, llegó hasta un zulo en las estribaciones de Col de Courlécou. Un «garganta profunda» de Arques al que apodaron Pedro les había entregado en San Juan de Luz un mapa como los de las películas de piratas. Siguiendo sus instrucciones, habían conducido hasta las cercanías del monte. Luego habían ascendido a pie por la ruta establecida, hasta descubrir un árbol de características muy concretas. Tenían que excavar bajo sus ramas. Cuando lo hicieron encontraron una caja blanca de metal con apariencia de fichero.

No era el cofre del tesoro, sino la caja de Pandora de los GAL. Al abrirla encontraron una pistola del nueve corto con su munición correspondiente, algunos restos de explosivos, numerosa documentación, una peluca rubia y unos zapatos de mujer. Melchor me llamó para contármelo y convinimos en que estos últimos objetos podían corresponder al disfraz de la denominada dama negra de los GAL, implicada en varios ametrallamientos de bares frecuentados por miembros o simpatizantes de ETA. Le dije que fotografiaran todo lo que allí había y que lo dejaran como lo habían encontrado. Al día siguiente denunciamos los hechos ante el Juzgado de Guardia de Madrid. La Gendarmería francesa se incautó de todo y lo puso a disposición de la Audiencia Nacional. Un joven y resuelto magistrado andaluz que acababa de tomar posesión de la plaza, llamado Baltasar Garzón, tenía a su cargo la investigación.

Tanto él como nosotros comprobamos en paralelo que los documentos incluían imágenes de hasta diecisiete presuntos etarras, procedentes de los archivos de la Policía española. También una lista con las matrículas de sus coches. Otras de las fotografías permitían identificar a dos mercenarios, Hittier y Bordou, vinculados a la Organisation de l’Armée Secrète (OAS), la banda clandestina ultraderechista que había luchado contra la independencia argelina. Tirando de ese hilo descubrimos que habían sido reclutados por un subcomisario destinado en Bilbao llamado José Amedo Fouce y por su ayudante de origen francés Michel Domínguez».


EL REY BAJA A LA ARENA PARA TAPAR LAS REVELACIONES

«En uno de nuestros recientes encuentros, don Juan Carlos me había llegado a insinuar que Melchor [Miralles] actuaba en connivencia con ETA. Fue una situación tan incómoda que tuve que invocar la relación entre Jaime Miralles y don Juan de Borbón para reprochar al Rey su ligereza, sin decírselo frontalmente.

—Señor, nada de eso tiene fundamento, pero, aunque solo fuera por lo que el padre de Melchor hizo por el de Vuestra Majestad, deberíais concederle el beneficio de la duda.

Melchor había dedicado casi una década de su vida a perseguir a Amedo y ahora lo tenía reconociendo ante su grabadora que, por terrible que pareciera, todo lo que había escrito sobre él era verdad. El subcomisario destinado en Bilbao había participado en el montaje de los GAL, había contratado mercenarios, había intervenido en secuestros y asesinatos, pero todo lo había hecho a las órdenes de la cadena de mando del Ministerio del Interior. Esa era su justificación. Eso era lo que podía e iba a demostrar».

11M: AZNAR PRESIONA PARA INSTALAR LA MENTIRA

«Media hora después me llamó Aznar. Acababa de terminar una reunión de su gabinete de crisis y quería comentar la declaración que había hecho Otegi desvinculando a ETA de la masacre. No habíamos vuelto a vernos desde la cena del 13 de octubre, aunque se mantenía la cordialidad restablecida aquella noche. Podía imaginar su angustia, pero él no dejaba traslucirla.

(José María Aznar, presidente español entre 1996 y 2004. Foto: Eduardo Parra | Europa Press)

Aquel día su voz era como un punzón en contacto con el hielo. Su propósito era que yo tuviera claro lo ocurrido.

—El Gobierno no tiene ninguna duda sobre la autoría —me dijo taxativamente Aznar.

—¿Y el desmentido de Batasuna?

—Ya has oído a Ibarretxe, pero además quiero que sepas que esos bulos e intoxicaciones son fruto de un movimiento que hemos detectado en el propio entorno de ETA...

Un estrecho colaborador de Aznar me explicó después que el CNI había interceptado esa mañana una conversación entre Otegi y el también líder abertzale Joseba Permach y había informado inmediatamente al Gobierno. El servicio de inteligencia interpretaba que el diálogo entre ambos, descartando que ETA hubiera perpetrado la masacre, era una maniobra de distracción por parte de quienes se sabían escuchados. Así lo entendía, desde luego, Aznar.

—Para mí no hay ninguna duda sobre la autoría. Lo llevaban intentando desde hace tiempo. Lo hemos evitado tres veces, pero ahora lo han conseguido».