Iñaki Altuna
NAIZeko zuzendaria / director de NAIZ

«Ortega vuelve a la cárcel», el titular de un tiempo de tensión y también de crueldad

La puesta en libertad por parte de ETA de Cosme Delclaux, la liberación del funcionario de prisiones Ortega Lara de mano de la Guardia Civil y el secuestro con desenlace fatal de Miguel Ángel Blanco marcaron el mes de julio de hace 25 años, en el que se agudizó el clima de tensión y enfrentamiento.

La primera página de ‘Egin’ tras la liberación del funcionarion de prisiones Ortega Lara.
La primera página de ‘Egin’ tras la liberación del funcionarion de prisiones Ortega Lara. (NAIZ)

«Ortega vuelve a la cárcel». El titular tiene un enorme impacto, y no precisamente positivo, en los numerosos comentarios en los medios de comunicación. Dos redactores jefes conversan en la redacción de ‘Egin’. Uno se muestra molesto porque lo que se quería decir era que los problemas siguen sin solucionarse y que, tras la liberación del funcionario de prisiones por parte de la Guardia Civil, se ha vuelto a la situación previa al secuestro, que en ningún caso puede ser calificada de deseable, que lo que debe reclamarse es un camino de solución al sufrimiento que está generando la despiadada política penitenciaria.

Por eso, el editorial que acompaña al titular concluye que «las cosas, lo diga Mayor Oreja o lo niegue su mentor, siguen donde estaban. Cosme Delclaux y Ortega Lara han recobrado sus derechos; los presos políticos vascos, no».

Dicho redactor jefe ya tiene la vista puesta en el editorial del día siguiente para intentar explicarse mejor y hacer frente a la avalancha que ha provocado la primera página del diario. Su interlocutor le replica que si hay que hacer ese ejercicio seguramente es porque el titular resulta, por lo menos, desacertado.

25 años después

Han pasado 25 años de aquella conversación en la redacción del periódico clausurado poco después, y aquella primera página de ‘Egin’ sigue apareciendo de forma recurrente en cada aniversario de los acontecimientos del mes de julio de 1997, en el que, además de la liberación de Ortega Lara y de la del empresario Cosme Delclaux, en este caso por parte de ETA, se produjo el secuestro y ejecución en el plazo de 48 horas del edil del PP de Ermua Miguel Ángel Blanco. 

Independientemente de la intención de ‘Egin’ y de que por la presión de aquellos días se podía prever de antemano que el mínimo intento de salirse del guion sería objeto de linchamiento, aquel ya famoso titular tenía su propio pecado original: destilaba crueldad.

Aquel ya famoso titular tenía su propio pecado original: destilaba crueldad

Ortega Lara, que había sido secuestrado el 17 de enero de 1996, fue liberado el 1 de julio de 1997, apenas unas horas después de que quedara en libertad el empresario Cosme Delclaux tras el pago de rescate y un cautiverio de 232 días. El 10 de julio ETA secuestraba a Miguel Ángel Blanco bajo un ultimátum de 48 horas para que se decidiera poner fin a la política de dispersión de los presos vascos. ETA cumplió su amenaza el 12 de julio.

En una situación de máxima tensión y enfrentamiento, el grado de sufrimiento subía un escalón más. En la última entrevista ofrecida justo antes de su disolución en mayo de 2018, la propia ETA reconocía que «la crueldad que este tipo de acciones añade», con ese desenlace fatal a cámara lenta, debía evitarse.

En dicha entrevista, realizada por el director de GARA, Iñaki Soto, y que cristalizó en un libro/entrevista, la organización hoy desaparecida desvelaba que «por las conclusiones extraídas tras la acción contra Blanco, ETA no ha vuelto a plantearse nunca más acciones de ese tipo. A partir de aquel momento, cuando se han preparado acciones de arresto (aunque luego no se hayan efectuado) la única previsión o posibilidad ha sido la de dejar libres a esas personas, fuera cual fuera el desarrollo de la acción».

Así es, descartada la muerte como final, tampoco hubo más secuestros por parte de ETA, aunque ello seguramente se debiera más a que el conflicto entrara en una fase en la que predominaban los periodos de treguas e iniciativas para encontrar vías de solución, que hacían imposible mantener cautiverios que, por la presión policial, ya difícilmente podían ser temporalmente tan breves como en los primeros años de ETA.

Poco más de un año después de aquel duro mes de julio se produjo la tregua indefinida fruto de un acuerdo con EA y el PNV, en el periodo de Lizarra-Garazi; poco después se iniciaron los encuentros de Txillarre que desembocarían finalmente en el proceso de negociación entre ETA y el Gobierno de Rodríguez Zapatero...

En todo caso, las manifestaciones de ETA en su última entrevista mostraban que la reacción por el caso de Miguel Ángel Blanco habían hecho mella: «Esa acción originó un gran terremoto, también en el entorno de la izquierda abertzale. En el seno de ETA se produjo un debate en torno a ese tipo de acción, y valoramos en profundidad todas las críticas recibidas».

Responsabilidad del Gobierno de Aznar

Algunas conclusiones, como la citada de evitar ese tipo de desenlaces fatales, se realizaban «desde un punto de vista humano», aunque también había otras de carácter político que resultan igualmente significativas. ETA concluía que «en esas situaciones al Gobierno español se le daba la oportunidad de enrocarse tras la ciudadanía en su cerrazón» y que, así, en vez de enfrentarse al Estado, ETA «quedaba enfrentada a amplios sectores ciudadanos».

Esta organización asumía «la decisión de llevar a cabo la acción, y la responsabilidad de las consecuencias», pero también señalaba «la responsabilidad del Gobierno español, pues sabían que un pequeño gesto en aquellas 48 horas era suficiente para salvar la vida de Blanco, pero el Gobierno del PP prefirió mantenerse en el inmovilismo absoluto y no hacer nada, con el fin de obtener rendimiento político de todo el sufrimiento por aquella dura acción».

Esta última cuestión, la de la actuación del Gobierno español, también sobrevuela hoy el recuerdo de aquellos días. El entonces lehendakari José Antonio Ardanza, nada sospechoso de connivencia con ETA y que fue fiel a los distintos gobiernos españoles, ha lanzado estos días una inquietante pregunta: «Ya me gustaría saber si el hijo secuestrado fuera el de Mayor Oreja o de Aznar, qué hubiera ocurrido». Ardanza ha lamentado que el Ejecutivo del PP no hiciera «ningún tipo de esfuerzo» para encontrar «una salida», y ha revelado que Aznar se marchó sin ni siquiera hablar con la familia de edil.

Durante todos estos años, y también en este 25 aniversario, distintas voces han censurado que el Gobierno de Aznar no hicera el mínimo gesto para salvar la vida de Blanco

Más aún, el exlehendakari ha asegurado que Mayor Oreja, entonces ministro del Interior, se negó a hacer una mínima declaración que pudiera propiciar un hilo de esperanza y desechó toda propuesta en ese sentido.

Tras el fatídico final, Mayor Oreja se reafirmó en su posición y siguió endureciendo la estrategia represiva, con especial ensañamiento contra los prisioneros y sus familias.

La perspectiva del tiempo

¿Podía haber habido un asidero para salir de esa espiral de crueldad? Con la perspectiva del tiempo, las desatendidas palabras de la familia de Miguel Ángel Blanco pueden servir para resaltar lo que tuvo que ser y no fue.

Aunque posteriormente, en calidad ya de representante del PP y de las asociaciones de víctimas, adquiriera postulados totalmente alineados con las posiciones más duras en la lucha anti-ETA, Marimar Blanco fue la encargada de lanzar ese mensaje disonante respecto al de Mayor Oreja ante la multitud congregada al final de la gran manifestación celebrada en Bilbo el mismo 12 de julio, horas antes de que expirara el plazo dado por ETA: «Como familia que sufre la ausencia de un ser querido, decimos al Gobierno y a las personas que retienen a mi hermano que todo en esta vida se puede solucionar con buena voluntad, con acercamiento de posturas, con flexibilidad en los razonamientos».

Esa misma perspectiva del tiempo debiera servir al menos para abandonar todo atisbo de crueldad. Han existido en los últimos años declaraciones de reconocimiento del daño causado que apuntan en ese sentido, aunque hay también quien sigue anclado en la lógica de aquella época, y no son precisamente los periodistas que confeccionaron el titular sobre la liberación de Ortega Lara. Un ejemplo reciente, casi emblemático: a Felipe González no le «suena bien» el acuerdo que propiciará, entre otras cosas, que el palacio La Cumbre de Donostia se convierta en lugar de memoria. Allí permanecieron secuestrados y sufrieron salvajes torturas los refugiados Joxean Lasa y Joxi Zabala antes de que, en un inhóspito paraje de la localidad alicantina de Busot, les dispararan en la cabeza y los enterraran en cal viva tras obligarles a cavar su propia tumba. Sucedió cuando él era presidente.