Nora Franco Madariaga

Melancólicos aires ibéricos

Intérpretes: Ludovice Ensemble. Director artístico: Fernando Miguel Jalôto. Obras: ‘À l’Espagnole’, obras de F. Couperin, A. Boësset, J-B. Lully, M-A. Charpentier, A. Campra, Ph. Courbois y H. Desmarets. Lugar y fecha: Donostia, Museo San Telmo. 09/08/2022.

La formación portuguesa Ludovice Ensemble.
La formación portuguesa Ludovice Ensemble. (Donostia Kultura)

La actividad en el Museo San Telmo continúa y ayer martes tuvo lugar el segundo de los conciertos del ciclo de Música Antigua que propone Quincena, en esta ocasión con la agrupación portuguesa Ludovice Ensamble.

Bajo el título ‘À l’Espagnole’, el concierto recogió una serie de obras de idealizada inspiración española compuestas por autores franceses en el siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII que, aunque no caen en los tópicos de las castañuelas, sí ofrecen creaciones muy poéticas basadas en referencias literarias o estereotipos de carácter galante.

‘L’Espagnole’ es en realidad una obra –o, para ser más exactos, una parte de ella– compuesta por François Couperin en 1726. La obra completa, titulada ‘Les Nations’, es una composición para trío –dos instrumentos melódicos y bajo continuo– que se divide en cuatro suites: ‘La Française’, ‘L’Espagnole’, ‘L’Impériale’ y ‘La Piémontaise’. Y es esta suite de exótica inspiración transpirenaica la que Ludovice Ensamble utilizó anoche para vertebrar todo el concierto, fragmentándola y alternándola con otras piezas del mismo espíritu.

Con la melodía conducida por el violín de Ayako Watanabe y del traverso de Joana Amorim y arropada por el bajo continuo –Sofia Diniz y Fernando Miguel Jalôto con la viola da gamba y el clave, respectivamente–, la suite desgranó sus danzas a lo largo del recital, llenas de delicados aires cortesanos de carácter intimista y cierto toque melancólico. Fueron interpretadas con elegancia y mesura, pero el sonido de la flauta –sobre todo, en su registro más grave– quedó eclipsado en los pasajes más dinámicos tras el sonido de mayor presencia de los instrumentos de cuerda y la articulación de flauta y violín no siempre estuvo bien ajustada.

Entre las alemandas, gigas y zarabandas de esta suite, la formación portuguesa ofreció otras piezas en las que participó también el tenor Andrè Lacerda. Con una voz clara y ligera, su repertorio se desarrolló en el registro medio grave, obligándolo a una emisión más cercana al declamado que al canto en muchos momentos. El registro agudo asomó en algunos pasajes con facilidad y vuelo, tanto en la voz plena como en el piano afalsetado. Su dicción fue desigual, impecable en castellano y mucho más laboriosa en francés. Sin llegar a dominar la prosodia, la expresividad de su canto, de largo fraseo, se apoyó más en la declamación del texto y la gestualidad que en la transmisión de su voz.

Las canciones de Boësset, Lully y Campra sonaron galantes y sentidas; las piezas sobre la figura del Cid de Marc-Antoine Charpentier, nostálgicas y orgullosas. La obra de Courbois sobre Don Quijote –considerada su composición más importante–, llena de ese aire melancólico que impregnó todo el concierto, puso fin a la velada junto al emotivo lamento de Desmarets.

Una propina de André Campra –«El esperar, en amor, es merecer» – resumió a las mil maravillas el carácter gentil, sensible y algo doliente del concierto.