Jaime Iglesias
Entrevista
Elin Cullhed
Escritora

«Los seres humanos somos imperfectos, ser perfecto equivale a estar muerto»

Nacida en Upsala en 1983, su primera novela ‘Gudarna’ la hizo ser reconocida como una de las voces más prometedoras de la literatura sueca. Cinco años después llegó su consagración con ‘Euforia’, una obra donde se aproxima a la personalidad de la poeta Sylvia Plath, icono del feminismo.

Elin Cullhed, escritora.
Elin Cullhed, escritora. (J. DANAE / FOKU)

Elin Cullhed cede su voz a Sylvia Plath para narrar el último año de vida de la autora de “La campana de cristal”, unos meses de incertidumbre que la poeta norteamericana vivió intentando convencerse a sí misma de haber alcanzado un estado de plenitud que, finalmente, se desveló un espejismo. Más allá del lugar común que ha venido alimentando el mito de Plath desde su suicidio, Cullhed se esfuerza por retratar al personaje en toda su complejidad.

Hay una frase de Sylvia Plath que siempre se cita para definir su experiencia vital, “Mi gran tragedia es haber nacido mujer”. Da la sensación de que con “Euforia”usted ha pretendido justamente explorar esa dificultad para ser mujer en aquellos años tomando como referencia a Sylvia Plath ¿Fue así?

El contexto histórico y social de los años 50 y 60 no estaba preparado para una mujer como Sylvia Plath. Su potencial artístico era demasiado deslumbrante como para que pudiera ser canalizado en los estrechos ambientes culturales de entonces y, adicionalmente, el hecho de ser mujer la ponía bajo sospecha. Eso la empujó a una lucha constante para que su obra tuviera reconocimiento, una lucha que terminó por dejarla exhausta.

¿Fue víctima de las circunstancias sociales en las cuáles le tocó vivir o de sí misma?

Por una parte fue víctima de su propia exigencia de perfección. Ella quería demostrar al mundo no solo que era una gran escritora sino que, adicionalmente, podía compatibilizar eso con el hecho de ser una esposa modelo y una madre ejemplar. El anhelo de Sylvia fue tener todo bajo control, en parte también para demostrar a su madre que era capaz de hacerlo. Sus exigencias vienen determinadas por las expectativas que su madre siempre tuvo en ella. Luego coincidió que fue abandonada por su marido, Ted Hughes, en el peor momento posible, justo cuando acababa de dar a luz a su segundo hijo y se sentía más vulnerable que nunca. Aquello lo vivió Sylvia como un fracaso personal. Sintió que todo conspiraba en contra suya, pero lo cierto es que esas ansias de perfección tampoco ayudaron. Los seres humanos mientras estamos vivos somos imperfectos, ser perfecto equivale a estar muerto.

En la reivindicación de Sylvia Plath por parte del movimiento feminista son muchas las voces que plantean que su marido, Ted Hugues, fue responsable directo de su suicidio al haberla abandonado. Pero según usted describe la relación que hubo entre ambos todo se intuye bastante más complejo.

Es que no tiene sentido convertir a Ted Hugues en una especie de supervillano. Él, como ella, también aspiraba a ser un escritor reconocido y a ser a la vez un buen padre y un buen marido, pero llegó un momento en el que sus ansias de libertad le llevaron a conocer a otra mujer y fue ahí cuando abandonó a Sylvia al no ver otra salida. La diferencia entre ambos, en aquel contexto, es que mientras para Ted hubo una salida, para Sylvia, como mujer, no había ninguna salida posible, ella antes que escritora estaba condenada a ser madre y a hacerse cargo del cuidado de sus hijos.

 

«El suicidio es una sombra que siempre planea sobre Sylvia Plath a la hora de valorar sus textos y sabemos que hay un morbo adicional cuando la suicida es una mujer»



Pero ¿hasta qué punto esa cosificación de Sylvia Plath como víctima ha contribuido a oscurecer su relevancia como autora? A veces da la sensación de que las circunstancias que rodearon su muerte pesan más en su reivindicación que su propia obra.

Sí, eso es verdad pero al mismo tiempo pienso que, con el paso de los años, la obra de Sylvia Plath está comenzando a tener la atención que se merece. Las nuevas generaciones no están tan atentas al debate sobre su muerte ni a dilucidar quien tuvo la culpa de su suicidio para reivindicar a Sylvia Plath como icono del feminismo, sino que esa reivindicación se acomete atendiendo a sus poesías y a su novela “La campana de cristal”. Durante años, sin embargo, se habló mucho de Sylvia sin haberla leído. Es cierto que el suicidio es una sombra que siempre planea sobre ella a la hora de valorar sus textos pero Hemingway, por ejemplo, también se suicidó y nadie atiende a esta circunstancia al conferir una lectura a su obra sino que sus novelas hablan por sí mismas. Sería deseable que sobre autoras como Sylvia Plath o Virginia Woolf ocurriera lo mismo, pero por desgracia, todas sabemos que hay un morbo adicional cuando la suicida es una mujer. Fue el deseo de rebelarme contra esa idea de contemplar a Sylvia Plath únicamente como un cadáver exquisito lo que me llevó a mostrarla en la novela como un ser lleno de vida.

Según ha manifestado usted misma, esta novela comenzó a fraguarse tras haber dado a luz a su tercera hija, dado que en ese momento le embargó una sensación de incomprensión por parte de sus seres queridos ¿Fue eso lo que le llevó a identificarse con Sylvia?

Fue un momento en el que sentí que las fuerzas me habían abandonado. Me encontraba muy cansada y pensé que para la gente de mi alrededor era obvio mi estado pero enseguida comprobé que apenas percibían mis necesidades. Y eso fue lo que me llevó a la necesidad de contar como me sentía, con la esperanza de que mi marido me entendiera. Mientras escribía sobre todo esto, el espíritu de Sylvia Plath y de su obra se fue haciendo muy presente hasta el punto de que una de esas noches soñé que había escrito una novela sobre ella (risas). Aquello fue como una premonición así que enseguida me puse manos a la obra para convertir aquella ensoñación en algo real, sobre todo porque sentí que, escribiendo sobre mis propias circunstancias, había encontrado el itinerario, el tono y el lenguaje necesarios para contar esa otra historia.

 

«El deseo de rebelarme contra esa idea de contemplar a Sylvia Plath únicamente como un cadáver exquisito me llevó a mostrarla en la novela como un ser lleno de vida»



¿Por qué decidió que la historia estuviera circunscrita a su último año de vida?

Fue una opción que tuve clara desde el principio. La historia debía de arrancar durante los últimos meses de su embarazo y desembocar en ese momento crítico en el que, tras ser abandonada, la propia Sylvia hace una lista de razones por las que merece la pena vivir, seguir adelante. De hecho, mi novela arranca justo en ese momento y lo que viene después es una suerte de flashback que recorre todo ese último año de su vida. Fueron meses cruciales donde ella, al margen de dar a luz a su segundo hijo, escribió sus diarios (que posteriormente fueron destruidos por Ted), así como una novela que acabaría perdida. Fue también el año donde se publicó “La campana de cristal” bajo seudónimo. Le pasaron muchas cosas durante ese último año, pero son muy pocas aquellas que se nos han dado a conocer. Ahí había una suerte de vacío en torno a Sylvia Plath que, a través de esta novela, he querido llenar.

¿Cree que, actualmente, sigue siendo difícil conciliar el hecho de ser mujer y de dedicarse profesionalmente a la literatura?

Aunque la situación ha mejorado respecto a la época en la que le tocó vivir a Sylvia, lo cierto es que aún hoy aquellas escritoras con cargas familiares lo tienen complicado para dedicarse plenamente a la literatura. Indiscutiblemente lo tienen mucho más difícil que aquellos hombres en una situación similar. Y no solo eso; luego también hay ciertos temas tabús sobre los que no se te permite hablar. Por ejemplo si escribes sobre la experiencia de la maternidad estás casi obligada a hacerlo desde un enfoque positivo. Mientras preparaba “Euforia” pude leer un ensayo de Marie Darrieussecq sobre la pintora expresionista alemana Paula Modersohn-Becker. Esta artista fue famosa por sus cuadros de flores y naturalezas muertas pero luego, en secreto, también pintaba retratos de madres abatidas, tristes, cansadas, un tipo de lienzos que nunca expuso. Me sentí tan reconocida en esa coyuntura que me dio por pensar si realmente, en un siglo, las mujeres artistas hemos logrado avanzar tanto como a simple vista pudiera parecer. No estoy tan segura de ello.