
El pasado 18 de noviembre falleció, a los 89 años, Jean-Marie Straub. Cineasta inclasificable, su carrera siempre quedará asociada a la de su cómplice y Jean-Marie Straub siempre quedará asociado a Daniéle Huille. Entre ambos crearon una filmografía única y radical destinada a subvertir el medio cinematográfico a partir de sus propias herramientas. Su compañera sentimental Daniéle Huille falleció en octubre de 2006. Straub y Huillet iniciaron su periplo conjunto en plena época de ebullición cinematográfica, en 1954.
Straub fue un habitual a los cine-clubs de París y en ellos coincidió con François Truffaut y André Bazin. Posteriormente, tanto él como Huillet se enrolaron en la referencial ‘Cahiers du Cinéma’ y en su redacción coincidieron con Jean-Luc Godard y Jacques Rivette. A pesar de estas coincidencias, Straub-Huillet –así firmaron sus películas– nunca se integraron en la Nouvelle Vague.
En 1958 se trasladaron a Alemania para que Straub pudiera evitar el servicio militar durante la guerra de Argelia y fue en 1963 cuando debutaron con el cortometraje ‘Machorka-Muff’, una adaptación del cuento satírico de Heinrich Böll titulado ‘Diario de Bonn’ en la que criticaron el rearme de la República Federal de Alemania a través de la historia de un oficial nazi rehabilitado, el general Machorka-Muff.
Radicalidad creativa
Straub y Huillet fueron figuras clave de la modernidad cinematográfica. Pocos cineastas trabajaron, no sin dificultades, desde la más absoluta libertad creativa, dando lugar a una de las filmografías más irredentas e influyentes del cine europeo. Este dúo concibieron el cine como un acto de resistencia estética y política.
Su obra es un radical trabajo de reescritura de otras obras; lectura-reescritura de piezas de teatro, óperas, textos en verso o en prosa, a partir de una sistemática depuración de los elementos primarios del cine como son la imagen, el sonido, la palabra, la música y los gestos.
En sus versiones de Hölderlin, Mallarmé, Kafka, Heinrich Böll o Pavese, Straub y Huillet construyeron una obra inusual y original, cuyas influencias –reivindicadas por los propios cineastas– son tan dispares como las de sus admirados John Ford, Griffith, Bresson o el pintor Paul Cézanne.
Ejemplo de su declaración de intenciones creativa fue su primer largometraje, ‘Crónica de Anna Magdalena Bach’, en la que se aborda la vida de Johann Sebastian Bach a través de sus composiciones y en la que el prestigioso musicólogo y clavicordista Gustav Leonhardt encarnó al propio Bach.

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