Isidro Esnaola
Iritzi saileko erredaktorea, ekonomian espezializatua / redactor de opinión, especializado en economía

Punto de bifurcación: futuro distópico versus futuro utópico

La inflación y la cada vez más abierta apuesta por una salida bélica dibujan un futuro con unos contornos distópicos muy preocupantes. En frente, el reparto del trabajo y los cuidados y la necesidad de recortar el poder de las grandes corporaciones ponen el contrapunto que esboza un futuro más justo

Proyectiles de mortero sin detonar
Proyectiles de mortero sin detonar (Anas ALKHARBOUTLI | EUROPA PRESS)

A diferencia de las máquinas, los humanos podemos hacer planes de futuro e imaginar utopías que nos ayuden a caminar hacia un mundo más justo. Sin embargo, el futuro nunca es el resultado de un plan previo, sino el producto de la confrontación entre las fuerzas en liza.

La actual coyuntura económica se caracteriza por una inflación que no remite. Aunque el alza del coste de la vida continúa a menor ritmo, está lejos de estar bajo control. La constante subida de los precios es un síntoma de la pérdida de control del Estado sobre los flujos económicos.

Las fuerzas que empujan la inflación debilitan el poder del Estado. Entre ellas destaca el poder de las grandes corporaciones. Dominan el mercado hasta el punto de que les ha permitido defender, y en muchos caso, ampliar, sus enormes beneficios –basta repasar las ganancias récord de las energéticas o la banca– empujando los precios al alza. Un poder que el discurso dominante trata de esconder; ahí están los ataques sufridos por la economista alemana Isabella Weber por haber apuntado en esa dirección. Finalmente, la realidad se ha impuesto y ha terminado por darle la razón.

Otra de las grandes fuerzas que socava el poder público es la financiarización de las relaciones económicas. Los grandes fondos de capital tienen músculo suficiente para entrar en cualquier mercado, ya sea el de la vivienda o el del aceite de oliva, acaparar una parte del mismo, suficiente como para fijar los precios y obtener beneficios extraordinarios. La especulación ha salido de la bolsa para extenderse a todo tipo de bienes.

En este contexto, la decisión de subir los tipos de interés, excepto en Japón, ha favorecido sobre todo a los fondos de inversión y a las grandes corporaciones. A pesar de que las evidencias apuntan al poder del gran capital en la escalada de precios, los bancos centrales han optado por subir los tipos de interés y mantenerlos elevados. Una política que debilita la economía productiva y empobrece a la gente corriente, pero que enriquece a las grandes corporaciones que se dedican principalmente al tráfico de valores y otros activos financieros.

La inteligencia artificial es otro avance que está socavando el poder del Estado, colonizando lo público y afianzando la supremacía de las grandes corporaciones, que son las que han desarrollado y controlan los sistemas de aprendizaje automático de las máquinas. Mejoras que les permiten seguir acaparando poder y extrayendo beneficios.

Con todo, se vislumbra una profunda crisis de acumulación. Las grandes corporaciones, a pesar de tener una posición favorable, apuestan por la guerra como salida a la actual coyuntura. El cuestionamiento de discurso dominante, la necesidad de disciplinar a la población, la pérdida de peso geopolítico de Occidente y la necesidad de acaparar recursos y explotar otros países está haciendo que la salida militar tome más fuerza.

Las fuerzas económicas desatadas por la globalización no ven claro el futuro. Posiblemente, la actual tasa de ganancia ya no sea suficiente para mantener y alimentar toda la superestructura financiera. La salida militar y autoritaria a la crisis se afianza como principal alternativa y, desgraciadamente, como probable futuro distópico.

Elementos para avanzar hacia la utopía

En este panorama de destrucción de lo público también aparecen mimbres que apuntan hacia la utopía.

La reciente huelga feminista ha puesto de manifiesto la importancia de los cuidados en la organización económica y social. Un elemento central para reafirmar su trascendencia es apostar por la reducción de la jornada laboral. Desde hace más de cien años apenas ha variado, a pesar de los impresionantes avances tecnológicos registrados. Reducir la jornada para repartir tareas domésticas y trabajos no remunerados (las gestiones) es fundamental para que todas las personas puedan aportar tanto al trabajo social, recibiendo una remuneración justa, como a los cuidados. Reducir la jornada, además, abre las puertas a una vida menos estresante y libera tiempo para otras actividades más placenteras. Sin olvidar que trabajar menos y consumir menos es la mejor aportación que podemos hacer a la lucha contra el cambio climático.



Otro aspecto clave, pero que carece de la fuerza del anterior, es la demanda de desmantelamiento de la industria militar. Las armas no hacen sino alimentar la extorsión, la explotación y la guerra. Su fabricación supone además un enorme despilfarro de recursos que podrían ser utilizados para satisfacer necesidades humanas que están lejos de ser atendidas: vivienda digna, servicios públicos, etc. La industria armamentística provoca una enorme cantidad de emisiones y el despilfarro de materiales cuyas reservas son mucho más escasas que la energía. La industria militar es un lujo que la humanidad no se puede permitir.

Otro reto para que sociedad avance hacia un escenario más justo pasa por recortar el poder de las grandes corporaciones que están colonizando todo lo público. El funcionamiento del mercado exige que ningún actor tenga una participación significativa que le permita fijar los precios, como ocurre ahora. Por ello, las grandes corporaciones deben ser troceadas y sobre los monopolios naturales debe establecerse un control público que asegure el acceso a bienes y servicios a personas y empresas a precios estables y asequibles.

Un último apunte. Desde marzo de 2016 hasta julio de 2022, el BCE mantuvo los tipos de interés al 0% y nada se derrumbó. Los bancos centrales tienen otros instrumentos para gestionar el dinero en circulación. La tasa de interés no debería superar el 0% para que no penalice a quien invierte o a quien compra una vivienda. Tipos superiores solo benefician a los rentistas, que nada aportan, al concederles un enorme poder para explotar a las personas endeudadas.

Cuatro elementos que esbozan un camino hacia un futuro algo más utópico.