Iñaki Uriarte

Itzulia, una carrera que se identifica con el arte y con el territorio

Con motivo de la celebración de la Itzulia que hoy finaliza en Eibar, capital vasca de la bicicleta y el ciclismo, parece oportuno hacer una breve síntesis de lo que supone este deporte y su afición en Euskal Herria como un patrimonio cultural deportivo en todas sus dimensiones.

cartel de la 4ª edición de la Itzulia, obra de Antonio De Guezala.
cartel de la 4ª edición de la Itzulia, obra de Antonio De Guezala. (A. DE GUEZALA)

Hace 100 años, concretamente el 7 de agosto de 1924 se disputó la primera edición de la Vuelta a Euskal Herria, Gran Premio Excelsior, una competición organizada por el pionero diario deportivo vasco y del Estado, que publicó su primera edición también hace un siglo y que desapareció en 1931. Esta ronda inaugural se inició en la Casilla de Bilbo, tuvo tres etapas con finales en Iruñea y Donostia, recorriendo 623 km por las siete capitales vascas, y finalizó en el Campo del Volantín de la villa, con la victoria del francés Francis Pélissier (1894-1959). Anteriormente, desde al menos 1909, se disputaron otras carreras de menor trascendencia en diferentes lugares del país.

En su cuarta edición se editó un descriptivo cartel, obra del acreditado artista Antonio de Guezala (Bilbo, 1889-1956), que en su orla testimonia los nombres y escudos de las capitales del recorrido, salvo Garazi por Ustaritz, tal y como se aprecia en la imagen principal que ilustra el reportaje. Debido a interrupciones en diferentes períodos ha tenido diversos organizadores y vicisitudes, pero desde su fusión con la Euskal Bizikleta en 2009, ha alcanzado una mayor trascendencia, además de socialmente, en el rango deportivo internacional. La prueba de este año es la número 63 y por fin desde hace pocos años ha adoptado su denominación semántica precisa, Itzulia, aunque seguida del lema turístico Basque Country, donde la raíz del emplazamiento, Euskadi, Euskal Herria, Euskal, queda desfigurada.

La bicicleta

En las postrimerías del siglo XIX, desde el fin de la guerra franco prusiana en 1871 y hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914, se produjo un enorme desarrollo industrial, innovación tecnológica y científica, progreso económico, cambios y mejoras con acontecimientos culturales de todo tipo que influyeron en las clases sociales, desde el proletariado a la aristocracia, caracterizando este período conocido como Segunda Revolución Industrial, años que coincidieron con la Belle Époque y todos sus significados. El atractivo que suponía para la sociedad la novedad aportada por la bicicleta, junto con su precisión mecánica y belleza como objeto, crearon un gran impacto popular.

Con el paso del tiempo, su uso y amplio arraigo introdujo novedosos hábitos como inédito medio de locomoción, artículo de ocio, deseo de exhibición y paseo, libertad de movimiento y disfrute del tiempo libre, así como de progreso con la emancipación de la mujer, la adopción de indumentaria adecuada, atracción por la velocidad y consecuentemente de desafío, de donde surge como sport, el ciclismo competitivo. Los numerosos fabricantes y comerciantes de bicicletas se convencieron de que para la venta de su producción era imprescindible, además de la publicidad mediante carteles, la creación y patrocinio de equipos ciclistas y de carreras que atrajeran la atención popular. Los aficionados al ciclismo crearon sociedades y clubes para compartir sus inquietudes recreativas y organizar excursiones.

Ciclismo

En 1884, en el Estado español se fundó la primera sociedad, el Club Velocipédic de Barcelona, y años después el Sport Ciclista Catalá (1912). En Euskal Herria, el Veloz Club Pamplonés, creado en 1887, fue el primer equipo, al que le siguieron la Sociedad Ciclista Bilbaina (1904) y el Club Ciclista de San Sebastián (1907). En Baraáin se inauguró el primer velódromo (1890) y Donostia también tuvo el suyo, levantado en 1906, y que posteriormente fue sustituido por el campo de fútbol de Atotxa. La fabricación de bicicletas en Eibar y su expansión social propició la creación del Club Deportivo Eibar (1924) y el Club Ciclista Eibarrés (1927), donde también hubo un velódromo en Ipurua. La sección ciclista del Athletic Club se organizó en 1924  pero solo duró hasta el fin de la década.

Cartel publicitario de Fidelia Lapize (ECHEBARRIA)

Este auge del ciclismo competitivo estuvo acompañado en numerosas ciudades con la construcción de velódromos donde se crea la figura del espectador que cómodamente sentado asiste a un incipiente espectáculo deportivo normalmente de pago, carreras de bicicletas. El vélodrome Buffalo, en Neuilly-sur-Seine, muy próximo a Paris inaugurado en 1893, es quizá el pionero. Su notoriedad era tal que el gran pintor Henri de Toulouse-Lautrec (1864-1901), muy aficionado a la bicicleta pintó en 1895 el oleo ‘Tristan Bernard au Vélodrome Buffalo’, dedicado al escritor y director del recinto.

En Bilbo, donde ya había velocípedos desde hacia unos 30 años, para acoger este moderno deporte en 1896 se inauguró una instalación similar promovido por el Club Velocipedista de Bilbo (1885). Con motivo de las fiestas, en agosto de 1887, se propuso al ayuntamiento la celebración de una carrera en el Campo del Volantín, el paseo paralelo a la ría Ibaizabal rectilíneo de unos 950 metros de longitud adecuado por las mejores condiciones, lugar apartado con poco bullicio. Incluso para unas fiestas de la villa de 1889, se permitió utilizar la Plaza Elíptica por su forma de velódromo.

Prensa deportiva

Paralelamente, en el inicio del siglo XX surgen periódicos deportivos como impulsores y organizadores de las competiciones ciclistas que tienen su inicio, en cuanto a las grandes pruebas, en 1903 con el diario deportivo parisino ‘L'Auto’ (desde 1945 ‘L'Equipe’), que crea el ‘Le Tour de France’ el 1 de julio de dicho año en seis etapas con llegada y salida en París. En Italia, donde la pasión ciclista era muy grande, en 1896 como fusión de dos periódicos dedicados al ciclismo, surge ‘La Gaceta dello Sport’, que años después organiza la vuelta a la península con el nombre ‘Il Giro d´Italia’, que se inicia el 13 de mayo de 1909 en ocho etapas con salida y llegada en Milán.

Poco después, en Catalunya, arraiga la idea de crear una vuelta, impulsada por el Mundo Deportivo fundado en 1906 como semanario y organizada por el Club Deportivo de Barcelona, la Vuelta Ciclista a Catalunya, se concreta en tres etapas y 363 km, del 6 al 8 de enero de 1911, que pocos años más tarde se denominaría ya en catalán, la Volta. Es históricamente la tercera gran prueba. La primera Vuelta a España se disputó en 1935, con un recorrido de 3.425 kilómetros dividido en 14 etapas con inicio y final en Madrid.

Cartel de la bicileta Orbea, obra de Aníbal Tejada, editado por Laborde y Labayen de Tolosa en 1932. (Aníbal TEJADA)

Afición

El ciclismo en ruta que se inició con un cierto espíritu aventurero es en la actualidad un popular y atractivo espectáculo multitudinario gratuito, de desarrollo secuencial por un amplio territorio, que tiene un componente asimismo de aventura. Los aficionados acuden como en peregrinación, antaño fervorosa, a parajes singulares, especialmente montañosos para ver con horas de antelación una aparición fulminante, fugaz apenas unos escasos segundos de contemplación de los ciclistas. Un ideario similar al Futurismo italiano de 1909, actualizado, que predicaba el interés por la mecánica, la dinámica, la intensidad del color y las formas geométricas en su figuración del movimiento y la velocidad, replicando los contornos y superponiéndolos a modo de mancha multicolor, de abstracción. El ciclista recorre un paisaje donde el aire se agita, vibra y se rompe al paso veloz de la máquina. Esta corriente artística en su manifiesto afirmaba: «Los objetos en movimiento se multiplican y se distorsionan como vibraciones a través del espacio».

Frente a lo común, sobre todo en el ámbito futbolístico, en los derbis, la rivalidad interpretada por demasiados fanáticos seguidores localistas, más que aficionados, convierten los encuentros en enfrentamientos y disputas por sistema, alentados por ciertos medios de comunicación con objetivos desintegradores de una identidad común.

En cambio, la itinerancia de Itzulia por los distintos herrialdes de Euskal Herria ofrece algo evidente pero que conviene resaltar, la cadena animadora de aficionados que da una continuidad social a lo largo de sus centenares de kilómetros y se identifica con el territorio, su naturaleza, paisaje y paisanaje que comparte una afición, con una relación armónica y una calidez animatoria a todos los ciclistas. El ciclismo, y quizá también la bicicleta, como sucede en Italia, forma parte del patrimonio cultural de nuestro país y constituye un elemento más de identidad nacional.