Periodista, especializado en información cultural / Kazetaria, kulturan espezializatua
Entrevista
Tatiana Huezo
Cineasta

«En las comunidades campesinas tienen una oralidad extraordinaria»

Nacida en El Salvador en 1972, a los cuatro años se trasladó a México, donde ha desarrollado toda su carrera como cineasta. Sus documentales inciden en escenarios de violencia social. Sin embargo, ‘El eco’ supone un cambio de registro en su filmografía.

La cineasta Tatiana Huezo.
La cineasta Tatiana Huezo. (BERLINALE)

El Eco es el sugerente nombre de una comunidad campesina localizada en el estado de Puebla, a apenas seis horas de distancia de Ciudad de México. Allí, sin embargo, el tiempo parece haberse detenido.

Tatiana Huezo filma a sus habitantes (singularmente a sus mujeres) como si fueran las primeras moradoras de un territorio regido por códigos ancestrales. El vínculo telúrico que mantienen con el espacio geográfico queda retratado en un filme donde el exquisito trabajo de cámara y de sonido nos transporta a un lugar donde el futuro se abre paso lentamente.

Precisamente este lunes, 2 de septiembre, Huezo estará en Bilbo, en coloquio en Golem Alhóndiga donde conversará con el público tras la proyección ‘El Eco’.

¿Cómo llega usted a El Eco?

Todo partió del empeño en hacer una película sobre la infancia. Quería capturar toda la energía que hay en esos primeros años de vida, quizá porque en aquellos momentos me encontraba en mitad de la crianza de mi hija y también porque quería hacer una película menos oscura que mis documentales anteriores. A partir de ahí decidí que sería interesante mostrar cómo es el crecer en un entorno rural, porque en esos entornos los niños adquieren responsabilidades muy pronto y se hacen adultos antes de tiempo.

«Buscaba unos ojos que transmitieran y un entorno que me hablara, pero ninguno de los lugares que visité me procuró eso hasta que descubrí de El Eco»

Me puse en contacto con la CONAFE, que es una institución mexicana que lleva la educación a los lugares más marginados, y ellos me proporcionaron el contacto con una maestra rural del estado de Puebla. Junto a ella visité diversas escuelas, localizadas en muchas comunidades. Yo buscaba unos ojos que transmitieran y un entorno que me hablara, pero ninguno de los lugares que visité me procuró eso hasta que en una relación de pueblos que faltaban por visitar descubrí el nombre de El Eco, un nombre que ya de por sí evocaba una serie de posibilidades simbólicas y metafóricas que lo hacían muy atractivo. Así que nos fuimos para allá y fue amor a primera vista.

Llegué en época de sequía y el paisaje ya me conquistó, y luego llegué a la escuela y descubrí a Luzma, que es una de las niñas protagonistas de la película, con sus ojos enormes, dando su primera tutoría con enorme responsabilidad. Y tuve claro que tenía que rodarla ahí.

Hay algo mágico en la sensación de estar en un lugar donde el tiempo se ha detenido y en el modo en que usted lo filma…

Fue de las primeras sensaciones que yo percibí. Desde mi primera estancia allí hasta que comenzamos a rodar pasaron cuatro años y, en ese tiempo, dicha sensación fue a más. Es como si el tiempo estuviera congelado y con el director de fotografía hablamos mucho de eso: ¿Cómo vamos a rodar este lugar para transmitir eso? Al final la opción fue prestar mucha atención a los detalles, a esas tijeras casi arcaicas con las que esquilan a las ovejas, a esa escasez de luz eléctrica e incluso al hecho de que el pueblo esté en una hondonada, lo que nos invitó a recluirnos en sus calles sin pensar en atisbar lo que hay más allá del horizonte, entre otras cosas porque en El Eco, literalmente, no hay horizonte… Al final la opción que tomamos fue la de representar a aquellas personas como si fueran los primeros habitantes de la tierra o los últimos. Y desde ahí fuimos definiendo nuestra mirada, también condicionado por el paso de las estaciones que allí es muy marcado, y por el clima, que determina el modo de comportarse de los personajes.

Pese a todas estas referencias, no creo que se trate de una película que mire hacia el pasado sino que lo hace hacia el futuro. Las nuevas generaciones y el modo en que se van cuestionando en su relación con el entorno, tienen mucho peso en la película.

¿Y cómo se ganó la confianza de los habitantes de El Eco para filmarlos, para estar presente en sus vidas y, sobre todo, para que fueran capaces de transmitir esa naturalidad que muestran ante la cámara?

Como te decía, fueron cuatro años de estar yendo allí con bastante frecuencia. Al principio, como es lógico, me recibían con desconfianza. Alguna mujer me llegó a decir ‘¿pero usted a que viene, a robarnos a los niños?’. Al final el trabajo del documentalista es ese, tocar puertas y si te las cierran, seguir tocando.

La clave de todo mi trabajo es esa investigación de campo que me lleva a conocer a aquellos con los que quiero trabajar, a cenar con ellos, a dormir en sus casas, a escuchar todas sus historias… Los habitantes de El Eco y las comunidades campesinas en general tienen una oralidad extraordinaria. Luego también los acompañaba a pastorear, a la milpa para entender cómo escogen las semillas… Se trataba de entender sus relaciones, los conflictos personales que había entre ellos. Me terminé metiendo en su intimidad y creo que esa es la clave de esta película y que por eso se siente tan cercana, hasta el punto de que hay espectadores que piensan que trabajamos sobre guion y... ¡para nada!

Pero en la película sí que hay estrategias de representación del cine de ficción…

Este es mi cuarto documental y, en cierto modo, me apetecía alejarme de los dispositivos que había usado en mis trabajos precedentes. No quería hacer uso de las entrevistas ni de la voz en off, quería trabajar sobre un sentido de la puesta en escena y montar la película siguiendo protocolos narrativos del cine de ficción. Pero con eso y con todo, se da la paradoja de que, al menos para mí, de todos los documentales que realicé este es el más documental.

«Quisimos prestar atención a los detalles, a esas tijeras casi arcaicas con las que esquilan, al hecho de que el pueblo esté en una hondonada: en El Eco no hay horizonte»

Hay que estar muy atento para captar esa mirada, esa reacción, ese momento efímero que revela la verdad de esos personajes. Pero eso no nos llevó a un trabajo de guionización. Cuando queríamos filmar a dos personajes llevando a cabo una acción, igual lo que hacíamos era tomar aparte a uno de ellos y decirle, ‘mira, pregúntale a tu mamá algo que siempre hayas querido saber sobre ella’, y a partir de ahí colocamos la cámara y dejamos que esos dos personajes se expresasen en libertad captando sus palabras y reacciones. No hay, por tanto, nada de ficción, al contrario hay mucha pureza, todo lo que acontece en la película son sus vidas.

Llama la atención como focaliza su mirada en los personajes femeninos. ¿Fue algo deliberado o realmente son las mujeres las que dinamizan la vida en esas comunidades? Se lo pregunto porque me parece una mirada muy política.

No es algo que me planteara a priori, pero siempre me han seducido esos personajes femeninos que no son estáticos, que están buscando permanentemente su lugar en el mundo. Y en El Eco me fui encontrando a muchas mujeres así. Se trata de una comunidad muy conservadora regida por una estructura patriarcal muy vertical en donde se prepara a las niñas para ser esposas y madres, casándose muy jóvenes, y a los niños para asumir el rol de sus padres. Pero durante mi investigación me encontré con personajes como esa niña rebelde que monta a caballo a espaldas de su madre y que termina por huir de la comunidad, personajes ligados a las nuevas generaciones que comienzan a cuestionar el rol que les toca ocupar dentro de su entorno. O con la madre de Luzma, que desechaba la opción de tener más hijos y que se había puesto un DIU, lo cual resulta curioso en una mujer campesina.

Y fue sobre este tipo de perfiles sobre los que quise poner el foco porque, siendo muy representativos de la comunidad, al mismo tiempo cuestionan su posición dentro de la misma. Ese carácter contestatario traza una línea que se aparta un poco de ese destino que hasta hoy tenían las mujeres y que, poco a poco, se va rompiendo.