Periodista / Kazetaria

El partido chií Amal, en el centro del tablero libanés

El partido chií Amal, aliado de Hezbolá, desempeña un papel clave y trabaja para encontrar una salida a la crisis. Una tarea peligrosa para su líder, Nabih Berry, atrapado entre la clase política libanesa, Hizbuláh, Irán, Estados Unidos y Estado francés. Nada menos.

Banderas de Amal en una imagen de archivo.
Banderas de Amal en una imagen de archivo. (Marwan NAAMANI | EP)

Es una escena recurrente en muchos puntos de la capital. Hombres a bordo de vehículos de dos ruedas cruzan las calles, con el sello del movimiento Amal estampado en la espalda de sus chaquetas sin mangas.

Lejos de sus bastiones en los suburbios del sur de Beirut, se encuentran en casi todas partes –a excepción de los bastiones cristianos–, sobre todo donde se han refugiado los desplazados del sur de Líbano y de Dahieh.

Apostados frente a escuelas y edificios en desuso, desfilan dando permiso –o no– para entrar en la zona y coordinando la ayuda humanitaria. Es más, después de cada ataque fuera de los suburbios del sur, se despliegan de forma espectacular, como si de las fuerzas del orden se tratase.

Dirigida por el inquebrantable Nabih Berri, de 86 años de edad y Presidente del Parlamento desde 1992, Amal marcha junto a Hizbulah desde hace varias décadas.

Una unión pragmática que ha puesto fin a las tormentosas relaciones entre ambos actores, que durante mucho tiempo se disputaron el liderazgo dentro de la comunidad chií. Ahora complementarios –Hizbulah en el frente militar, Amal en el político–, es el tándem chií el que mueve los hilos en Líbano.

Sin embargo, mientras el partido de Dios parece haberse debilitado hasta un grado sin precedentes desde la muerte de su líder, el jeque Hassan Nasrallah el 27 de septiembre, Amal parece estar intensificando sus esfuerzos para llenar el vacío, tanto en el frente humanitario como en el político.

«Hay varias razones para su despliegue en el centro de Beirut», afirma una fuente bien informada. «Por un lado, un deseo sincero de movilizarse en favor de los desplazados, muchos de los cuales son chiíes y simpatizantes del movimiento; por otro, ocupar visiblemente la zona y encarnar la autoridad mientras el Estado está ausente».

Un papel clave

Nader Haider, miembro del Comité de Crisis y Catástrofes del partido, quiere ser claro. Su movimiento está actuando impulsado únicamente por el deseo de mantener un equilibrio en la Tierra de los Cedros, mas allá del desempeño habitual de su papel.

«El movimiento Amal, como actor principal en Líbano, mantiene estrechas relaciones con las instituciones del Estado, en particular con el Ejército libanés y las fuerzas de seguridad interna, para garantizar que sus respectivos esfuerzos no entren en conflicto, sobre todo en zonas sensibles o políticamente delicadas», asegura el responsable de Amal. «Estos esfuerzos conjuntos forman parte de la estrategia de Amal para reforzar la cohesión nacional frente a los desafíos externos», prosigue.

Una politización de facto de la ayuda humanitaria, en la que Hizbulah trabaja junto a su socio chií, como explica por teléfono Abu Sajid, miembro del Partido de Dios: «Nuestra prioridad absoluta es la colaboración y la coordinación del Estado libanés y de todas las fuerzas nacionales. Actuamos en el marco de una visión global que se resume en la protección y defensa del Líbano. Una geografía diferente no significa una división de voluntades; formamos parte de una resistencia unificada que no conoce fronteras entre regiones o confesiones».

Amal está tratando de cubrir el vacío dejado por los golpes sufridos por Hizbulah, cuya cúpula ha sido descabezada 

Berri, el equilibrista

A pesar de esta fachada de unidad de las dos fuerzas, incluso en materia de ayuda a la población, Nabih Berry se ha erigido en las últimas semanas en un negociador clave, deslizándose entre las líneas rojas de sus socios y adversarios.

Este acaudalado señor de la guerra, que controla los principales puestos financieros y monetarios de Líbano, ha compensado su notoria impopularidad de los últimos años desempeñando un papel central, si no esencial, en el país de los Cedros.

Su posición en la intersección del Estado, como presidente del Parlamento, y de la Resistencia, como aliado de Hizbulah, le convierte en un actor clave. No es casualidad que Emmanuel Macron y el secretario de Estado estadounidense Antony Blinken hayan llamado a su puerta en los últimos días con vistas a una solución diplomática.

Sin embargo, a estas alturas, su margen de maniobra parece extremadamente limitado. «Sus canales de comunicación con Hizbulah están debilitados y se ve obligado a tener en cuenta la conmoción de la comunidad chiíta. Sabe que si hace concesiones que no sean aceptadas por la organización islamista chií, podría verse amenazado por los iraníes», explica el investigador libanés Karim Emile Bitar.

Mientras que ha enterrado la resolución 1.559 de Naciones Unidas, que prevé el desarme de todas las milicias libanesas y, por tanto, de Hizbulah, el partido de Berri defiende la «1.701», un compromiso que le lleva por una pendiente muy resbaladiza: adoptada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para poner fin a la guerra de julio de 2006, esta resolución prevé la retirada de Hizbulah de las zonas situadas al sur del río Litani y el despliegue del ejército en estas zonas.

El 3 de octubre, junto con el dimitido Primer Ministro Najib Mikati y el líder druso Walid Joumblatt, Berri pidió un «alto el fuego inmediato» basado en esta resolución.

Una posición delicada, ya que una tregua en estas condiciones separaría el frente libanés del de Gaza, una concesión que el patrocinador iraní del partido de Dios no parece dispuesto a aceptar.

Berri  opera en un campo de minas, atrapado entre la compleja clase política libanesa, Hizbulah y las potencias occidentales

La  pescadilla y la cola

«Esta resolución está obsoleta», señala un antiguo diplomático. «Una retirada de unas decenas de kilómetros de las fuerzas de Hizbullah no cambiaría la ecuación, dado que sus tropas disponen de misiles capaces de desplazarse entre 450 y 500 kilómetros. Y, como no se suele mencionar, la Resolución 1.701 también exige el cumplimiento de la Resolución 1.559. Es el caso de la pescadilla que se muerde la cola«, insiste esta fuente. «Sería un milagro que se adoptara un alto el fuego sobre la base de la 1.701; en cualquier caso, sólo podría ocurrir después de que ambas partes se hubieran agotado, tras meses de guerra», añade.

En este contexto, resulta claro que Nabih Berri está operando en un campo de minas, atrapado entre la extremadamente compleja clase política libanesa, Hizbullah y las potencias occidentales.

Por no hablar de Teherán: «Berri no es un gran defensor de la República Islámica, pero parece haber comprendido que su supervivencia podría depender de Irán, y se abre camino a tientas», argumenta el profesor de Ciencias Políticas Karim el-Mufti.

Y continúa: «Berri sabe que está amenazado por este tornado israelí, y que no tiene ninguna garantía estadounidense de su seguridad. La más mínima desviación por su parte podría justificar, para los israelíes, la decapitación total del chiismo político libanés. Y sabe que el debilitamiento de Hizbulah le coloca en la lista negra».

En el punto de mira

Todos los indicios son preocupantes: el lunes por la noche, justo después de que el enviado estadounidense Amos Hochstein se marchase, Israel hizo, por primera vez, llover fuego sobre Ouzaï y Jnah, dos barrios controlados por Amal en la capital, Beirut.

El momento elegido no deja lugar a la ambigüedad. Hochstein había acudido a Beirut para presentar a Nabih Berri la propuesta israelí de alto el fuego, que se basaría en la 1.701 pero con algunos cambios: permiso para que el Ejército israelí opere en el sur de Líbano para comprobar que Hizbulah  no se rearma y que su fuerza aérea sobrevuele todo el país de los Cedros.

En resumen, un cese de los ataques militares a cambio de la cesión de un trozo de soberanía libanesa a Israel, una opción que resulta totalmente inaceptable para la clase política libanesa.

De hecho, esto es lo que Nabih Berri respondió al enviado especial estadounidense, convirtiendo a su partido Amal en el nuevo objetivo de guerra israelí.

Un escenario que parece cantado, como han señalado numerosos políticos libaneses: al imponer condiciones inaceptables, Netanyahu entierra la vía diplomática y desea seguir reinando por medio del fuego.