Austria insiste en avanzar hacia el pasado
En Viena, el Partido Liberal de Austria (FPÖ), de índole ultraderechista y con orígenes nazis, inicia conversaciones con el conservador Partido Popular Austríaco (ÖVP) para un bipartito. Esta vez, un canciller ultra no tendría que temer el aislamiento internacional, como Kurt Waldheim.
La hora del presidente del FPÖ, Herbert Kickl, llegó el sábado con la dimisión del canciller, Karl Nehammer (ÖVP), después de fracasar en su intento de constituir una coalición con el Partido Socialdemócrata de Austria (SPÖ) y el partido liberal NEOS. Dos días más tarde, el presidente, Alexander Van der Bellen, encargó al líder ultra la formación de un nuevo Gobierno.
En las elecciones generales del pasado septiembre, el FPÖ se impuso como primera fuerza política con el 29% de los votos, seguido por el ÖVP (26%), el SPÖ (21%), NEOS (9%) y los Verdes (8%). El resultado confirmó el declive del tradicional sistema de partidos, en el que durante décadas conservadores y socialdemócratas se turnaban en el Ejecutivo. De hecho, ÖVP, SPÖ y Verdes tuvieron una bajada considerable, mientras que solo el FPÖ registró un salto del 12%, teniendo en cuenta que la participación subió dos puntos.
Aún así, Van der Bellen encargó la creación del nuevo Gobierno a Nehammer para evitar que Kickl pudiera convertirse en el primer canciller propuesto por el FPÖ. Hasta ahora el partido había sido solo socio minoritario del ÖVP y del SPÖ en cinco ocasiones.
Ahora existe la posibilidad, pero no la certeza, de que ultras y conservadores formen un bipartito, porque primero tendrán que limar unas cuantas asperezas. Una de ellas es lo que el ÖVP presenta como un «riesgo de seguridad» en referencia que a Kickl se opone a las sanciones contra Rusia y se prodiga en gestos positivos hacia Moscú.
Además, el hombre fuerte del FPÖ es conocido por utilizar el vocabulario ultra del etnicista Movimiento Identitario de Austria (IBÖ), liderado por Martin Sellner. «Reemigración» es una de las palabras que Kickl usa en público y sin pudor. En la jerga nazi actual significa deportar a los extranjeros para preservar un «pueblo puramente austríaco».
La cuestión es hasta qué punto el ÖVP está dispuesto a aceptar esta ficción racista para mantenerse en el poder. De cara al futuro inmediato corre dos riesgos: por un lado, en el caso de que tuvieran que convocarse elecciones anticipadas, los sondeos le auguran otra pérdida de unos 4 puntos frente a una subida de 8 puntos para el FPÖ, que llegaría al 37%; por otro, convirtiéndose en el socio minoritario de Herbert Kickl, el ÖVP podría sufrir una escisión.
En Viena se rumorea también sobre el posible regreso de su político estrella, el excanciller Sebastian Kurz, pero tal vez con un partido propio. Dimitió en 2021 cuando se le investigó por corrupción. En 2024 fue condenado por haber declarado en falso bajo juramento. En la actualidad, Kurz trabaja de inversor internacional en países árabes, Israel y Estados Unidos, donde está vinculado con el multimillonario Peter Thiel, quien simpatiza con el presidente electo, Donald Trump.
Una tercera opción sería que, tras un fracaso de las conversaciones entre el FPÖ y ÖVP, el SPÖ y NEOS dieran paso a un tripartito con los conservadores para evitar una mayor crisis de Estado. Tampoco extrañaría si de pronto surgiera alguna pugna interna en el FPÖ, fundado por nazis, porque su historia de 70 años está llena de escisiones, reencuentros y luchas fatricidas trufadas de escándalos políticos y de corrupción.
Lo que sí ha cambiado es el entorno internacional. Hoy en día, un canciller ultra no tendría que temer su aislamiento, como le ocurrió el presidente Kurt Waldheim entre 1986 y 1992 por su pasado nazi, o que le aplicaran un cordón sanitario, como ocurrió en 1999 cuando el FPÖ entró por primera vez en un Gobierno del ÖVP.
Entonces muchos Estados pusieron sus relaciones con Austria en stand-by porque consideraban «de extrema derecha» a los «liberales». Entonces, Israel retiró a su embajador de Viena. Hoy en día, la islamofobia del FPÖ encaja políticamente con la política del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, su genocidio del pueblo palestino en Gaza y sus guerras contra los países vecinos.
Además, a Kickl le beneficia la alianza de la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen (CDU), con la posfascista italiana Giorgia Meloni. Siendo canciller, el FPÖ ganaría peso en el grupo Patriotas por Europa, que ha fundado junto con el Fidesz húngaro y el ANO checo. En él se han integrado el Rassemblement National francés, la Lega italiana y el Vox español, entre otros.
El desenlace político en Viena podría tener también repercusiones para Berlín y las elecciones del 23-F porque en el país vecino la cooperación de la CDU con la neofascista Alternativa para Alemania (AfD) aún parece políticamente imposible.