El corte de mangas azulgrana también fue futbolístico... y con ikurriña incluida
Como su presidente, Joan Laporta, cuando se enteró de la admisión por parte del CSD de una cautelarísima para que pudieran jugar Dani Olmo y Pau Víctor, el Barcelona también le dio un corte de mangas en lo futbolístico a un Real Madrid que volvió a sucumbir ante los culés.

En lo institucional y en lo deportivo. Doble corte de mangas del Barcelona con su incontestable triunfo en la Supercopa y su victoria provisional al aceptarle el Consejo Superior de Deportes (CSD) una cautelarísima para que puedan seguir jugando Dani Olmo y Pau Víctor.
Es el gesto que escenificó sin complejos un Joan Laporta eufórico antes del inicio de la competición al conocer la decisión de dicho organismo y el que le dio sobre el césped del King Abdullah el cuadro blaugrana a su eterno rival, el segundo si añadimos el 0-4 que le infligió en Liga en el Bernabéu.
Pero con una considerable diferencia. En el encuentro disputado en el estadio merengue, sus anfitriones al menos ofrecieron una primera media hora digna, llevando la batuta del juego y generando ocasiones. Sin embargo, en Yeda los culés les pasaron materialmente por encima.
Y eso que los blancos lograron ponerse por delante a las primeras de cambio, haciendo gala de su patentado estilo de hincarle el diente al más mínimo error del rival. De bien poco le sirvió esa momentánea ventaja, pues el Barça puso velocidad de crucero –antes del 0-1 ya había tenido varias llegadas–, sin afectarle lo más mínimo el marcador.
Más o menos, como sucedía en la época de Pep Guardiola, en la que los fallos se asumían como intrínsecos al concepto futbolístico global, mucho más importante que un lance puntual y del que estaban impregnados los once futbolistas, convencidos de que ese plan solo podía llevar al triunfo.
Es lo que ha logrado insuflar en sus pupilos un Hansi Flick que acrecentó su extraordinaria estadística de no haber perdido nunca una final como técnico, dándole un nuevo baño estratégico a un Carlo Ancelotti impotente desde el banquillo al ver cómo su desmembrado equipo hacía aguas por todos los costados.
Porque en esta ocasión no fue un Barcelona con una línea defensiva tan adelantada –venía escarmentado de su mala racha liguera en la que los adversarios le habían hecho mucho daño a su espalda–, aunque sí forzando al Real Madrid a jugar las más de las veces en largo, sin control del esférico en ningún momento.
La sala de máquinas, clave
Y siendo superado con claridad en la medular, donde Camavinga y Valverde tuvieron que multiplicarse para intentar taponar los agujeros dejados por sus compañeros, aunque sin éxito, como se demostraría a posteriori. Los goles comenzaron a caer del lado culé, bien por genialidades, bien por saber aprovechar los gruesos errores de su adversario.
Incluso dándole de su misma medicina a los merengues, como el 1-4 al borde del descanso tras un rápido contragolpe conducido por Lamine Yamal y Raphina, y culminado por Balde, después de un ensayado saque de esquina blanco muy mal ejecutado. El mundo al revés y el título decidido antes del receso.
Porque incluso después de quedarse el cuadro catalán en inferioridad numérica y con casi todo un tiempo por delante, si le sumamos añadidos y demás, los madrileños fueron incapaces de acogerse a su tradicional épica. Flick dio las órdenes oportunas, el imberbe Casadó –lo mismo roba y distribuye, que ejerce de improvisado líder– las transmitió a sus compañeros y el Barcelona se acorazó atrás, con el único problema de sujetar a Mbappé.
El francés fue de lo poco que se salvó por el lado blanco, metió el gol inicial, provocó la falta que expulsaría a Szczesny y daría lugar a la diana de Rodrigo, además de obligar a un paradón a Iñaki Peña. Con Vinicius desaparecido –ni siquiera entró a sus habituales trifulcas– y el costado diestro –Lucas Vázquez y Tchouaméni– haciendo aguas, el concurso del fichaje veraniego no fue suficiente.
Los azulgranas, por contra, fueron solidarios ante la adversidad, supieron defender en bloque bajo –otra novedad sorprendente– y no entraron en pánico, sabiendo gestionar la suculenta brecha. ¿Qué habría ocurrido si no se quedan con diez? Que quizás la goleada hubiera sido de escándalo e igual Ancelotti ahora estaba en la cola del paro.
Las derrotas duelen, y si son ante tu eterno enemigo, todavía escuecen más. Y ambos clubes saben que detrás hay toda una pléyade de pseudocomunicadores dispuestos a darles borra cuando las cosas vienen mal dadas. Lo que está claro es que las tendencias se invirtieron en este partido, pero la temporada es larga y solo el buen corredor de fondo sabe entrar el primero en la meta.
Como colofón, la victoria del Barcelona hizo invisibles las banderas españolas en Arabia Saudí, al contrario de lo que hubiera ocurrido con victoria madridista. Iñigo Martínez saltó al césped con la ikurriña, Gavi con la senyera, Araújo con la uruguaya y Raphina con la brasileña.

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