
«El amor les llevó a Pamplona y Pamplona llevó a la muerte a Mariano». Con estas palabras resume el historiador Eduardo Martínez Lacabe la trágica historia del polifacético Mariano Sáez Morilla, protagonista de la monografía que acaba de publicar con la editorial Pamiela, desde la que David Mariezcurrena destaca que «no hemos conseguido rescatar su cuerpo, pero sí su memoria».
En la presentación de esta obra ante los medios, Martínez Lacabe ha explicado que se había embarcado en la tarea de recuperar la figura de Sáez Morilla por «el interés personal por desenterrar esos años oscuros de la ‘no’ guerra civil, porque no hubo frente, pero sí una represión muy fuerte que me sigue interpelando».
Y un segundo motivo era que «Mariano no tenía quien le escriba», tal vez como consecuencia de que era originario de Albacete y de que, ya en los mismos años 30, su familia se asentó en Madrid, aunque el historiador ha mantenido una relación muy estrecha con sus descendientes, «que han dado su visto bueno a la obra».
A lo largo de más de 250 páginas, Martínez Lacabe desgrana la vida de este maestro de maestros, abogado, periodista y concejal de izquierdas de Iruñea. Una persona «polifacética» que nació en Albacete en 1895 y que, tras ejercer como maestro en Cuenca y Galiza, terminó recalando en Iruñea, porque su pareja, María Ángeles Fernández de Toro Sánchez, había conseguido plaza como inspectora de educación en Nafarroa.
En la capital navarra se casaron y tuvieron sus cinco hijos entre 1922 y 1932. Durante los años 20, esta pareja vivió en Iruñea unos días de «vino y rosas», ya que «eran muy queridos en la ciudad», con Sáez Morilla impartiendo conferencias y charlas, ejerciendo como profesor en la Escuela Normal, de la que llegó a ser director, e incluso como abogado, ya que también era licenciado en Derecho.
En el despacho con el que llegó a contar en su vivienda, primero de la plaza del Castillo y después en la avenida Carlos III, defendió a mujeres que habían sido agredidas.
Además cursó estudios en Inglaterra, Bélgica y el Estado francés, becado por la Diputación de Nafarroa, el Ayuntamiento de Iruñea y la Junta de Ampliación de Estudios. Un conocimiento de idiomas que, sumado a su condición de abogado, le llevaron a participar en misiones comerciales de la recién creada Caja de Ahorros de Navarra en lugares como Berlín, Londres, París y Bruselas.
También fue periodista para ‘El Pueblo Navarro’, director de la publicación ‘El Magisterio Navarro’ y corresponsal de ‘La Libertad’.
Discurso para proclamar la Segunda República
Inquieto por naturaleza, terminó entrando en política en 1929 afiliándose al PSOE, aunque posteriormente pasó a Izquierda Republicana. Llegó a ser concejal del Ayuntamiento de Iruñea y proclamador de la Segunda República en la capital navarra el 14 de abril de 1931.
En este sentido, Martínez Lacabe ha matizado que tras la proclama de Serafín Húder, al que tradicionalmente se ha atribuido este hecho, Sáez Morilla tomó la palabra ante el numeroso público congregado en la plaza Consistorial para leer desde el balcón un discurso que había preparado para la ocasión y del que posteriormente facilitó copia impresa a los principales medios de comunicación del momento.
Su actividad política de izquierdas durante la Segunda República no le supuso problemas con su esposa, aunque era un mujer «monárquica y de derechas», pero sí le generó las críticas exacerbadas del nacionalismo vasco, que le tachaba, a través de sus medios ‘La Voz de Navarra’ y ‘Amaiur’, de «maqueto, extranjero y de venir a enriquecerse con sus diferentes empleos».
Cansado de las críticas que recibía por esa faceta política, decidió abandonar Nafarroa y consiguió plaza como maestro en Madrid, mientras que su esposa lo hacía como inspectora de educación en Ávila. Aunque esas circunstancias hicieron que la familia se tuviera que separar físicamente, la relación se mantuvo intacta, de tal manera que se reunían en Ávila en los periodos vacacionales.
Esa circunstancia hizo que el golpe de Estado de julio de 1936 sorprendiera a Sáez Morilla fuera de la capital española, donde habría estado más seguro. Se supone que consiguió ocultarse durante unos meses, mientras desde Nafarroa, los carlistas, que no le habían atacado especialmente mientras estuvo por estos lares, pero que «le habían tomado la matrícula», como ha señalado Martínez Lacabe, se lamentaban de que había «escapado a la acción de la justicia».
800 kilómetros para matarlo en Nafarroa
Finalmente, en febrero de 1937 fue localizado y detenido. Desde la comisaría de Ávila se informó de este hecho a la Junta Central Carlista de Guerra de Nafarroa, que envió a dos miembros del funesto Tercio Móvil, Vicente Munárriz y Equiza, a recogerle. Esos carlistas «van a recorrer 800 kilómetros en plena guerra para trasladarle a Pamplona», ha recordado Martínez Lacabe.
Su partida fue presenciada por su esposa y su hijo mayor, que consiguieron entregarle una fotografía de la familia. María Ángeles incluso escribió una carta en la que citaba a los dos carlistas que se lo habían llevado con la esperanza de que su vida fuera respetada, un intento «infructuoso».
A partir de aquí, se pierden las certezas sobre su paradero. Habría sido encarcelado en el colegio de Escolapios, como otros presos de los carlistas, para posteriormente ser fusilado en un lugar que no ha conseguido ser identificado. Una teoría apunta a Ripa, otra a que fue Ostiz, pero en el Juzgado de Ávila, en el certificado de defunción, se indica que murió en ‘Eibero’, es decir, Ibero.
Aunque se ha intentado dar con su paradero e incluso los restos aparecidos en una excavación parecían apuntar a que podía tratarse de él, finalmente «el ADN dio negativo», ha desvelado Martínez Lacabe. Encontrar sus restos es el capítulo que falta por añadir a la intensa y trágica biografía de Mariano Sáez Morilla.

‘El Inhumano’ de ‘La infiltrada’, señalado por torturas en Via Laietana y en Gipuzkoa
Fermin Muguruza pone Madrid en ebullición con su akelarre antifascista

Operación «preventiva» de la Ertzaintza contra un torneo de fútbol de calle en Gasteiz

Elkarrekin y Elorza unen fuerzas para convertir San Bartolomé en «el Waterloo» de Eneko Goia
