
¿Cuándo saldremos de aquí? ¿Qué hemos hecho? ¿Por qué el mundo no se apiada de nosotros? Entré en prisión cuando tenía 13 años y ahora tengo casi 20. La vida se me escapa», suplica en inglés Stefan Uterloo tras la rejilla de la celda número 1 del centro penitenciario Panorama, ubicado en Hasakah, en Kurdistán Oeste.
Con la mirada abatida y sin fuerzas para llorar, este joven afroamericano de Surinam comparte celda e historia con otros 22 compañeros: cuando eran niños viajaron con sus familias a Siria buscando el paraíso que les prometía la yihad y ahora pasan los primeros años de su edad adulta en uno de los lugares más parecidos al infierno.
«Cuando tenía 10 años, mi madre y yo abandonamos Ámsterdam para ir a Idleb. Ella estudiaba Enfermería y me contó que quería trabajar y aprender. Nunca mencionó nada de la yihad. De hecho, nosotros éramos cristianos y nos convertimos al islam en Siria por la presión de la gente con la que convivíamos», relata a GARA Uterloo, de 19 años, ataviado con una sudadera azul con capucha y un pantalón de chándal negro.
Víctimas de una decisión adulta
El joven, que vivió buena parte de su infancia en Países Bajos, no deja de repetir que lleva casi siete años encarcelado por una decisión adulta tomada contra su voluntad. «Todos estos chicos antes eran niños inocentes», implora, refiriéndose a sus compañeros de celda. «Los padres de muchos niños y el Estado Islámico (ISIS) manipularon nuestra mente y nos adoctrinaron. Antes de entrar aquí yo defendía esa ideología, pero ahora ya no», subraya Uterloo, que afirma haber perdido el contacto con su madre en 2017, cuando esta trabajaba en un hospital civil de Idleb.
Stefan Uterloo y el resto de presos de Panorama fueron capturados en 2019 durante la batalla de Baghouz, el último reducto del califato situado en una zona remota del este de Siria cercana con Irak. «La cárcel alberga a los altos mandos del Estado Islámico que fueron los últimos en rendirse. Por motivos de seguridad, no facilitamos cifras exactas de la población reclusa», explica Demhat, el responsable de las kurdo-árabes Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) que desde 2022 dirige el centro penitenciario de nueva construcción, después de que ese año hubiera un motín. «Para sofocarlo fue necesaria una operación militar que se prolongó durante diez días. La antigua prisión quedó totalmente destruida», recuerda el funcionario.
«Aunque he visto cómo el ISIS mataba, nunca he empuñado un arma. Desde que me separaron de mi madre he sobrevivido en la calle pidiendo limosna. En varias ocasiones me cogieron y me hicieron daño», afirma el joven surinamés. «Quienes en tiempos del califato eran niños no tienen la culpa de haberse radicalizado, pero ahora son potenciales combatientes adultos. Aunque son niños, tenemos información de que todos ellos han participado en acciones del grupo», asegura el responsable penitenciario.

Según Amnistía Internacional, el autogobierno kurdo del noreste de Siria tiene bajo su custodia a más de 56.000 personas detenidas arbitrariamente y de forma indefinida. Cerca de 11.500 hombres, 14.500 mujeres y 30.000 menores están recluidos en al menos 27 centros de detención y en dos campos: Al-Hol y Al-Roj. La ONG que trabaja en la defensa de los derechos humanos señala que las autoridades kurdas son el principal aliado de Estados Unidos y de la coalición internacional en la lucha contra el Estado Islámico, y que Washington está implicado en el diseño de estos sistemas de detención.
«No, nunca he visto a ningún abogado. Mi familia está en Holanda y me gustaría que enviaran a alguien para poder explicar mi situación», se apresura a decir Uterloo, consciente de que la conversación con el periodista será corta. Consultado por GARA, el Ministerio de Exteriores neerlandés afirma no conocer el caso, pero que lo investigará.
«Varias ONG imparten programas de desradicalización, pero esta gente tiene la mente muy cerrada y solo piensan en la yihad. Cualquier avance del niño, es contrarrestado por la familia»
Sin asistencia legal, con cero cargos presentados en su contra ni juicio alguno en el horizonte, el limbo legal en el que se encuentran puede perpetuar su situación sine die. En este sentido, las autoridades kurdas reconocen tener competencias y recursos muy limitados al no ser un Gobierno reconocido internacionalmente. También indican que solo unos cientos de miembros del ISIS y sus familiares han sido repatriados por sus países de origen y que la gran mayoría de Ejecutivos se desentiende.
Desradicalización ineficaz
Entre 2014 y 2015, momento álgido del califato, el ISIS publicó una serie de vídeos propagandísticos en los que sus «niños» mataban a gente y enseñaban las técnicas de combate en las que habían sido adiestrados. A medida que los yihadistas iban perdiendo territorio y efectivos, la utilización de niños soldados aumentó.
Rashid Omar, responsable del campo Al-Roj donde viven 2.647 mujeres y 1.694 menores familiares de miembros del Estado Islámico, señala que entre los años 2021 y 2022 enviaron a 21 niños de entre 13 y 15 años a centros de rehabilitación. «Varias ONG imparten programas de desradicalización, pero esta gente tiene la mente muy cerrada y solo piensan en la yihad. Cualquier avance del niño, es contrarrestado por la familia», subraya Rashid. El director de Al-Roj señala que los separan a esa edad de las familias porque a veces se conciertan matrimonios infantiles. «Tenemos un niño de 13 años que es padre de dos criaturas», explica.
«Los prisioneros no tienen ninguna información del exterior. No saben que Bashar al-Assad ha caído ni que [Abu Mohamed] Al-Golani es quien gobierna en Damasco. Podría resultar muy peligroso. Tenemos prisioneros que son una amenaza para el mundo», concluye el director de la prisión Panorama.

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