«Hay que poner el relato sobre la mesa y no darle la espalda a Lemoiz»
Las ruinas de la central nuclear de Lemoiz, con toda su carga de memoria, se despliegan a tamaño real en la Alhóndiga de Bilbo, a través de las proyecciones fotográficas de ‘1:1’. Durante cuatro años Ixone Sádaba ha mirado y recorrido este ‘melón’ de nuestro pasado, para sacarlo a la luz.

Cuántas ruinas sin cerrar en este país. Lo he pensado ante su trabajo sobre Lemoiz, que me han recordado el edificio de ‘Egin’, sobre el que usted también ha trabajado, ¿no?
Hice una pieza y esa instalación la adquirió Artium. Cuando hice mi exposición en la sala Rekalde, en 2017, en una de las piezas, recuperé todos los números publicados de ‘Egin’, en unos palets. Y la idea era que la ideología tiene una forma.
Los objetos tienen memoria.
Es la recuperación de patrimonio a través del arte. También hay un proceso de enfrentarte a tu pasado, porque si no lo ves lo puedes dejar atrás, pero cuando te lo ponen delante, con esa evidencia tan grande, es como ‘¡uf!’.
A mí, me ha recordado las manifestaciones, las grandes protestas populares y aquella frase de Arzalluz de que sin energía atómica no íbamos a comer más que berzas...
Luego además está aquella manifestación, la de las 500.000 personas, en 1976. Yo digo que aquello fue como el Burning Man; ahí nacieron hasta hijos.

Ahora llega esta exposición; en octubre, la de Marisa González y la arquitecta Carmen Abad prepara otra desde otro punto de vista diferente. No sé si hay una confluencia de espacio-tiempo, pero Lemoiz vuelve a estar de actualidad.
Sí, y luego está Akaitze [Kamiruaga], una chica de Armintza, que ha hecho el documental sobre la romería de Andramari [‘Lemoizko Sarakoetxe. Lehenaren itzala gogoan’, sobre la romería que desapareció por la central]. No sé qué pasa, pero en mi caso, directamente si durante la pandemia no llego a dar aquel paseo en moto, en el que pasé por la central...
Tampoco fui capaz de hacer mucho más durante la cuarentena, porque estaba sola con mi hijo. Lo único que conseguí fue escribir es este proyecto y, si no me llegan a haber dado la beca, igual no lo hubiera empezado, porque, ¿para qué voy a abrir este melón? Pero una vez que te la dan, tienes la responsabilidad de cumplir con ella.
Son investigaciones en las que te dan una beca para un año, pero es imposible hacerlo en solo ese tiempo: porque el espacio hay que vivirlo, hay que comprenderlo, y hay que ver no solo el espacio, sino el entorno y quién lo habita. Por ejemplo, Urruti, el cabrero que ha fallecido este año, era el único que no vendió el caserío. De hecho, se escapaban las cabras por Lemoiz y, si sacabas un bocadillo, te aparecía una cabra. A Urruti iba a visitarle, pero, curiosamente, nunca le he sacado una foto.
¿El planteamiento cuál es: hablemos de Lemoiz de una vez?
Yo no planteo directamente qué hay que hacer. Pero sí creo que si hay un trabajo de recuperación de memoria, para que cada uno, desde su experiencia, que lo mire desde donde lo tenga que mirar. Por eso hay diferentes alturas [en las salas], porque cada uno tiene una relación y una experiencia propia, desde las familias que perdieron sus casas, sus tradiciones y su entorno hasta quien ha perdido seres queridos, y hasta los trabajadores, que también han sufrido mucho. También está el entorno no humano, porque hay violencia medioambiental allí. Este es un relato que no va a contentar a nadie, pero es ponerlo sobre la mesa y no darle la espalda a Lemoiz, sino mirar a nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro y ver cómo nos relacionamos con el mundo.
De las imágenes, se percibe el espacio como apabullante.
Ha sido un trabajo agotador, no solo por su tamaño. No hay distancias, se te viene encima.
¿Y, por dentro, cómo es?
Son tantos edificios y tantos recovecos... y gran parte del sitio está oscuras. Hay muchos pasillos por los que caminar para llegar a los sitios. Subes, bajas, subes, bajas, es como un laberinto.
Habría que exponerla en Lemoiz.
[Risas] Sería la meta exposición.
A lo largo de todo este tiempo, ha habido diferentes propuestas para el entorno de la central. Yo, tras verla de nuevo, la derribaría. ¿Usted qué haría?
Yo haría un centro de investigación del antropoceno. Creo que aquí podrían venir biólogos, historiadores, politólogos...

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