Trump impone la paz del invasor a Ucrania y a sus aliados europeos
Trump ha cumplido su promesa y anunciado la inevitable negociación para acabar con la guerra. Pero sacrificando a Ucrania y haciendo suyas varias condiciones de Rusia. Está por ver si Moscú no eleva sus exigencias aquilatando el proceso. Lo que está claro es que el plan del magnate no traerá la paz.

Hay que reconocer que, aunque sea un mentiroso compulsivo, Donald Trump cumple, por lo menos a nivel propositivo, lo que promete. Su inmenso ego, y por consiguiente, el electorado que le vota, es su única guía. Dios, América y el bienestar de los estadounidenses son señuelos que este descreído evoca para conseguir sus objetivos narcisistas, que incluyen, cómo no, el dinero.
Otra cosa es que cumpla lo que ha prometido y ordenado ejecutar. Dejando a un lado la cuestión de la caza y deportación de inmigrantes sin papeles –Trump es muy valiente con los débiles–, está por ver que haga realidad todos esos proyectos con los que encandiló a un votante que pide culpables de su malestar económico y de su nostalgia existencial por una época en la que los negros eran negros y las mujeres, no personas con iguales derechos.
Un votante que, para ello, no ha dudado en elegir a un gobierno donde mandan los mayores multimillonarios (Elon Musk...) y que ha resucitado la doctrina Monroe –Canal de Panamá– en Latinoamérica y amenaza con extender su intervencionismo a Canadá y Groenlandia.
Y eso que, al margen de China, donde ha dado nuevo impulso a una guerra comercial que inició en su primer mandato, y que su sucesor, Joe Biden, hizo suya, sus anuncios de aranceles son hasta ahora amenazas con las que ha logrado otros objetivos o que ha congelado en el tiempo para negociar, sabedor quizás de que pueden convertirse a la larga en un boomerang.
Sus seguidores no exigen sensatez al político más poderoso del planeta, sino que les alimente la libido con bravuconadas a cada cual más increíble.
La de deportar a los gazatíes para construir un resort en la Franja es, además de un crimen de guerra, un proyecto que arramblaría con dos regímenes que, descontado su gendarme israelí, son aliados de EEUU: Jordania y Egipto.
Está por ver si el megaproyecto inmobiliario que promueve un empresario que arruinó varias empresas antes de entrar en política sea realidad algún día. Lo que sí ha conseguido es herir de muerte al alto el fuego en Gaza y reforzar al sionismo a niveles nunca vistos. Y ya es decir.
Trump prometió también que si era elegido acabaría con la guerra en Ucrania en 24 horas. Acusaba a Biden de haber forzado a Rusia a invadirla y de dilapidar cientos de miles de millones de dólares para «satisfacer al mejor embaucador de todos los tiempos», el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski. Cree el ladrón que todos son de su condición.
Ha pasado casi un mes desde su regreso a la Casa Blanca, pero, más allá de la cuestión de los tiempos –que son importantes y lo serán más en el dossier que ha abierto el presidente estadounidense–, todo final de la guerra presupone una negociación.
Y hay que reconocer también que ha sido Trump quien ha puesto la firma a unas negociaciones que los analistas consideraban ineludibles y a las que solo había, y hay, que poner fecha –dejando a un lado a los halcones en ambos bandos, el ruso y el ucraniano y proKiev–.
Ni Biden ni la UE lo hicieron y, quizás seducidos por el éxito de la contraofensiva ucraniana de 2022 y las fallas estructurales del Ejército ruso, se quedaron atrapados y no se atrevían a instar a Zelenski a prepararse para negociar con el presidente ruso, Vladimir Putin, a quien ellos mismos habían intentado convertir en un paria internacional.
Trump ha mostrado determinación y ha dicho lo que sotto voce compartían la mayoria de los aliados europeos. Que, contra la insistencia de Kiev de reivindicar su integridad territorial, Ucrania se verá obligada a renunciar a parte de su territorio, como mínimo, a Crimea, una línea roja y estratégica para Moscú.
Y que la perspectiva de que Ucrania entrara en la OTAN era más un desafío a Rusia que una posibilidad real. El problema es que verbalizar ambas obviedades e imponerlas a Ucrania supone dejarle sin baza alguna.
Trump ha matizado que es posible que no tenga que renunciar a todos los territorios bajo control de Rusia, que incluyen prácticamente todo el Donbass (Kiev mantiene su bandera sobre parte de Donetsk, incluidas las ciudades de Kramatorsk y Sloviank), y a buena parte de las provincias sureñas de Jerson y Zaporiya.
Pero el efecto de su anuncio sigue ahí. Y enlaza directamente con el hecho de que Trump no ha decidido la apertura de negociaciones tras departir con Zelenski –a quien llamó después– sino tras hablar solo con Putin, un amigo a quien no cesa de alabar.
Por contra, el magnate lleva días elevando el listón de las exigencias a Zelenski. Comenzó exigiéndole las tierras raras ucranianas, forzándole a levantar su –por otro lado, presuntuoso– veto al inquilino del Kremlin, luego le impuso que convoque elecciones antes de fin de año y ahora se niega a recibirle porque «no es un presidente legítimo».
Todo ello pese a que Zelenski ha hecho todo menos besarle el trasero y no ha dudado para ello en minimizar la importancia de la ayuda que le ha suministrado la Unión Europea todos estos años, mayor que la estadounidense.
Siguiendo con Zelenski, es evidente que no tiene buena prensa en Europa, tampoco entre sectores de la izquierda.
Es cierto que ha cometido errores y actuado con una prepotencia a la hora de exigir apoyo que ha llegado a enervar a cancilleres europeos.
Pero convendría recordar que se ha visto forzado a ello, y a bailar ahora ante Trump, porque es consciente de la inferioridad militar, demográfica y económica de Ucrania frente a una Rusia que, no se olvide, ha invadido parte de su país y niega incluso su derecho a existir como Estado.
Trump ha decidido tomar partido por Rusia, condenando a Ucrania al ostracismo. No es nuevo. Hace dos semanas hizo lo mismo al hacer suyas las exigencias de Netanyahu y al dejar totalmente a un lado, en el sentido físico y político, no ya solo a Hamas sino al pueblo palestino. Es su manera de imponer la «paz».
Pero, cuidado, que esa estrategia tiene sus riesgos.
El Kremlin ya ha dicho que no tiene prisa y que quiere incluir en la negociación su exigencia de un nuevo acuerdo de seguridad que impida la ampliación de la OTAN hacia sus fronteras y la retirada de tropas y armamento aliado de los países vecinos que han ido entrando en la organización militar atlántica.
Otra de las razones del acompasamiento ruso se explica por su intención de completar el control de todo el Donbass. Al ritmo actual necesitaría meses, pero Moscú confía en el desplome del Ejército ucraniano.
Quizás ello no case con la intención de Trump de que Ucrania le ceda sus tierras raras, muchas en zonas del frente en disputa, lo que puede convertirse en un problema para su plan.
De momento, Trump considera que EEUU no tiene interés estratégico alguno en esa guerra y busca un acercamiento con Rusia que saque a esta del abrazo de China, el rival de la hegemonía «americana».
Considera, asimismo, que uno de los intereses de EEUU, romper el suministro de energía de Rusia a Europa y convertir a esta en importadora de la suya, se ha cumplido.
Pese a que la UE le compra el petróleo y el gas, Trump la ningunea y niega papel alguno en la negociación, mientras le endosa las garantías de seguridad (200.000 soldados de interposición) que por su parte pide Ucrania.
No es lo único que le exige. Quiere que los países aliados de la UE incrementen su gasto militar hasta un 5% (más que el de EEUU) pero comprándole armas para que gestionen en solitario no solo Ucrania, si no las amenazas que algunos de ellos –los que tienen la experiencia de haber vivido bajo la égida de la URSS en el Pacto de Varsovia– ven en el recobrado expansionismo ruso.
Y Trump amaga si no con abandonar la OTAN. Como si EEUU fuera a prescindir de su palanca para mantener atados a los europeos.
La UE, que ya mostró su pacatería y ausencia de política internacional autónoma al no salir al paso del genocidio de Gaza, no sabe cómo reaccionar al órdago ucraniano de Trump, quien le ha puesto la guinda con su amenaza arancelaria.
Con ello, aumenta el desprestigio de las instituciones comunitarias. Un desprestigio que da alas a la ultraderecha euroescéptica, esa a la que los Estados Unidos de Trump y Vance, y Putin, alimentan para dividir más a Europa.
Va a resultar que el final que Trump diseña para el fin de una guerra que Rusia lanzó contra Ucrania para desnazificar el país puede ayudar a nazificar a los países europeos de la mano del auge de la extrema derecha. Paradoja. O no.

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