Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua

‘Empoderío’, un descubrimiento de cine de las mujeres gitanas vascas

Lara Izagirre firma guion, fotografía, dirección y producción de ‘Empoderío’, el documental que estrena en el Festival de Derechos Humanos de Donostia. Y lo ha convertido en una reflexión colectiva sobre el racismo, protagonizada por un grupo de mujeres gitanas de Otxarkoaga en estado de gracia.

Lara Izagirre, la actriz Naiara Carmona y la compositora Paula Olaz, autora de la banda sonora.
Lara Izagirre, la actriz Naiara Carmona y la compositora Paula Olaz, autora de la banda sonora. (Gorka RUBIO)

En el plano secuencia con el que arranca el documental ‘Empoderío’, un grupo de quince mujeres va llegando a un taller de interpretación que se imparte en el centro cívico del barrio bilbaino de Otxarkoaga. Van colgando sus bolsos y chaquetas en un perchero y alguna carga con su hijo, porque a ver dónde lo deja si está enfermo.

El objetivo es ir ganando confianza, pasarlo bien o tener tiempo para ellas mismas. Todo como en cualquier otro curso para mujeres de los tantos que se programan en los centros cívicos de Euskal Herria, pero que, en este, se dota de una característica propia: cuando toca inventarse una situación para dramatizarla y crear una escena, se propone  hablar del racismo que sufre el alumnado gitano en los centros escolares. No en vano, las quince protagonistas son integrantes de la Asociación de Mujeres Gitanas de Euskadi (AMUGE).  

Otra especificidad que tiene este taller, impartido por la actriz Naiara Carmona y la cineasta Lara Izagirre, es que de él ha salido un documental necesario que emociona, divierte y nos hace mirarnos hace adentro, hacia nuestros propios prejuicios respecto a este colectivo.

En el Festival de Derechos Humanos de Donostia (20.00, Teatro Victoria Eugenia) arranca este sábado el viaje de este ‘Empoderío’, el largometraje que, en sus 50 minutos, y en forma casi de carta de amor a las mujeres gitanas vascas, permite conocer a este grupo de mujeres en su viaje de sororidad y empoderamiento; también descubrimos relación de complicidad que se construye entre el equipo de  profesionales que rueda el documental y sus protagonistas. Rodado a lo largo de año y medio por un equipo encabezado por Lara Izagirre –la directora de ‘Nora’ y productora de ‘20.000 especies de abejas’–, la cineasta ha optado por construir el documental a partir de principalmente planos secuencia.

«Lo hice así por una necesidad, porque no podía rodar las quince historias de una en una», apunta. A lo grabado durante el curso, se le han añadido doce minutos filmados tras el viaje que realizaron para presentar el proyecto en Lisboa en la Fundación Calouste Gulbenkian y que resultan cruciales, porque incluyen las reflexiones de los protagonistas sobre lo que han vivido. «Esto interpela al espectador y le hace plantearse muchas preguntas», añade Izagirre.

Ante la cámara, en la ficción, las protagonistas se enfadan de mentira, se ríen, se inventan argumentos –«hace tiempo que no me reía tanto, necesitaba desahogarme»– y también hacen desfilar la realidad descarnada. Xandra Clavería Jiménez dice, por ejemplo, mirando a cámara: «Yo si veo a una mujer gitana que sufre maltrato, siento empatía y me pongo de su parte. Quisiera que el día de mañana, si yo sufriera discriminación, otra mujer no gitana se pusiera en mi pellejo».
Esa discriminación añadida –además de por ser mujeres, por ser gitanas– es una cuestión central en este documental. «Es muy importante en sus vidas –agrega la cineasta–. Además, no suele haber muchos espacios en los que ellas puedan mostrarlo».
Y, junto a ellas, los espectadores soñamos y nos partimos de risa cuando se les plantea que tienen que interpretar una escena en la que el equipo de mujeres de Otxarkoaga ha ganado la liga de Bizkaia de fútbol.

«¡Las gitanas vamos a bajar con la gabarra por la ría hasta Otxarkoaga!», exclaman, metidas en su papel. «¿Qué supondría esto para las niñas gitanas?», les pregunta Lara Izagirre, convertida en una periodista de ficción: «¡Esperanza! ¡Orgullo! ¡Tenerlas como referentes! ¡Que se puede!», se escucha en diferentes voces. Otra añade: «Nuestra meta es cambiar la mentalidad y creemos que con esto lo estamos consiguiendo».

La cineasta: «Yo les digo que si ven esta película personas totalmente racistas, seguirán siéndolo. Pero quienes no os conocen y que no son racistas de corazón, pero no han tenido una relación con vuestra comunidad, se quitarán prejuicios»

Plano secuencia final y, de nuevo, el perchero aparece ante en el plano secuencia –hay alguna sorpresa, pero no haremos spoiler– y hay abrazos colectivos, gritos de «I love you!», muchas risas  y una constatación: «Nos hace falta otra temporada». El curso se les ha hecho corto. También el filme a sus espectadoras.


Janire Goikoetxea (tercera por la derecha), durante en el rodaje. (GARIZA PRODUCCIONES)

 

 

JANIRE GOIKOETXEA:

«EL RACISMO LO NOTAMOS EN EL SILENCIO; SE HABLA DE NOSOTRAS, PERO SIN NOSOTRAS»

Janire Goikoetxea Ozala es una de las participantes en este proyecto, plasmado en el emocionante documental de Lara Izagirre. Es clara y certera en sus respuestas, y reconoce que «la gran lección [de esta experiencia] es que lo personal es político».

¿Qué han descubierto de ustedes mismas al participar en el taller de improvisación del que surgió el documental?

Lo que más hemos descubierto es la fuerza que tenemos cuando nos permitimos ser nosotras mismas, sin filtros ni miedos. A veces vamos por la vida con tantas capas encima, que ni siquiera nos damos cuenta de lo mucho que valemos. El taller nos ha hecho reír, llorar, reflexionar… y, sobre todo, nos ha ayudado a confiar más en nosotras, a ver que tenemos mucho que contar y que nuestra voz importa.

¿Y el documental, les ha sorprendido en algo? ¿Han sacado alguna lección?

Ver el documental ha sido como vernos desde fuera, y eso impacta. Nos hemos dado cuenta de lo potentes que somos como grupo, de la energía que transmitimos cuando estamos juntas. Nos ha sorprendido lo sinceras que fuimos delante de la cámara, sin miedo a mostrar nuestras emociones. La gran lección es que lo personal es político: nuestras vivencias, nuestras historias, son herramientas para transformar el mundo, para cambiar las cosas.

Uno de los mensajes más impactantes es que ustedes sí empatizan con la problemática de otras mujeres, pero que, por contra, las mujeres no gitanas no empatizamos con ustedes y su problemática. ¿En qué lo notan principalmente?

Lo notamos en el silencio. En que muchas veces nuestras luchas no se incluyen cuando se habla de feminismo. Se habla de nosotras, pero sin nosotras. También lo notamos en los prejuicios antigitanos que siguen ahí: que si no estudiamos, que si nos casamos jóvenes, que si somos conflictivas, ladronas… 

Todo eso pesa, y hace que se nos vea como ‘las otras’, no como compañeras. Nosotras sí entendemos el machismo que viven otras mujeres, pero sentimos que el racismo que sufrimos no se reconoce como una lucha prioritaria dentro del feminismo, cuando es una de las principales violencias que vivimos.

¿Cómo o qué tendríamos que hacer las mujeres no gitanas para dejar de ser racistas?

Lo primero, escucharnos. No dar por hecho, no hablar por nosotras, sino preguntarnos y estar dispuestas a aprender desde la humildad. También es importante revisar los privilegios y los prejuicios que tenéis interiorizados, porque a veces el racismo no es solo insultos o discriminación directa, sino actitudes, bromas, desconfianzas… Ser aliada significa posicionarse, defendernos cuando no estamos y crear espacios donde podamos estar sin sentirnos juzgadas.

¿Y como colectivo o grupo, están más unidas después de participar en esta experiencia? ¿Siguen haciendo actividades juntas?

Sí, muchísimo más. Este taller, así como los viajes y vivencias compartidas, nos han unido aún más. Además, nuestra cultura ya es comunitaria y, desde ahí, también nos reconocemos. Pero en el taller nos hemos conocido más allá de lo superficial, hemos compartido miedos y sueños, y eso une mucho. Seguimos en contacto porque muchas seguimos participando en los cursos que organiza AMUGE, y lo más bonito es que sabemos que estamos ahí las unas para las otras. Hemos creado algo que va más allá del taller: una comunidad de mujeres gitanas. 

Y no solo entre nosotras. También se ha creado una relación muy especial con el equipo de Lara Izagirre, que han sido mucho más que profesionales: nos han cuidado, nos han escuchado, y han formado parte del grupo como una familia más. Esa conexión también ha sido clave para que el proyecto saliera tan auténtico y con tanto cariño.