«No deberíamos establecer un vínculo entre trastorno y creatividad o arte»
Nacido en Ciudad de México en 1991, actualmente trabaja en el área de neurología del hospital UKB de Berlín. Colaborador de publicaciones como ‘Mercurio’ o ‘Nexos’, acaba de publicar su primer libro, ‘Mentes geniales’.

En ‘Mentes geniales’, Mario de la Piedra Walker recurre a varios ejemplos de pintores, escritores y filósofos para hablar de cómo funciona el cerebro en los procesos de creación, así como del origen de ciertos trastornos y patologías.
En el capítulo introductorio del libro usted afirma que resulta irónico que la sociedad actual ponga en duda el valor del arte cuando es justamente el arte lo que define a nuestra especie. ¿Fue esa la idea que le llevó a escribir ‘Mentes geniales’?
Siempre he estado muy interesado en ver qué es lo que nos define como especie, más allá de ese antropocentrismo que nos lleva a pensar que somos únicos y geniales. Entonces, realizando esta investigación me di cuenta de que cuando surgen los primeros homínidos hace 300.000 años no ocurren demasiadas cosas y que no fue hasta hace 50.000 años cuando hay un cambio tremendo, con la aparición del pensamiento simbólico, de las primeras pinturas rupestres. Entonces, esa necesidad de dar un paso atrás para ver el mundo, reflexionar sobre él y representarlo, es lo que yo creo que nos define como especie. Por eso me rebela escuchar esos discursos que ponen en duda que las instituciones tengan que subvencionar el arte o la cultura: eso equivale a negarnos a nosotros mismos.
¿Definiría su obra como un libro sobre neurociencia que habla sobre arte o como un libro sobre arte que habla sobre neurociencia?
Es un libro que, sobre todo, habla de obsesiones (risas). Yo lo siento como un tributo a los artistas que me han inspirado y a los científicos que me han inspirado. Porque lo cierto es que antes de entrar en la universidad tuve mis dudas de si hacer una carrera de ciencias o de humanidades, me interesaban ambas parcelas y, aunque finalmente me decanté por la medicina, fue una tensión que siempre estuvo ahí. Luego me encontré con grandes profesores y con grandes divulgadores que me hicieron ver que no son mundos distintos, que, de hecho, son mundos que se pueden integrar y que se deben integrar si queremos tener una imagen del ser humano completa, en todas sus facetas.
«Me rebela escuchar esos discursos que ponen en duda que las instituciones tengan que subvencionar el arte o la cultura: eso equivale a negarnos a nosotros mismos»
De hecho, se trata de una separación un tanto artificial, ¿no?
Y no solo eso, sino que cada vez tendemos más a la especialización. En la universidad nos empujan a especializarnos en parcelas del saber cada vez más concretas y terminamos por perder de vista quiénes somos realmente y dónde estamos.
Uno de los temas en los que más incide en el libro es en cómo nuestro cerebro gestiona la información y los estímulos que esta conlleva. En una época como la actual, en la que estamos saturados de información, ¿cómo incide esto sobre la salud mental?
Si pensamos que nuestro cerebro es una masa de 1.300 gramos con 100.000 millones de neuronas, más que estrellas hay en el firmamento, resulta impresionante pensar cómo gestionamos todas la información que recibimos y cómo creamos una realidad a partir de ella. Es decir, que no hay riesgo de sobresaturación porque nuestro cerebro ya está lo suficientemente sobresaturado. El tema es que, actualmente, la expansión de los medios de comunicación y la proliferación de mensajes contradictorios está generando un efecto psicológico en todos nosotros. Por ejemplo, cada vez nos cuesta más desarrollar la atención, de ahí que muchas veces nos quedemos en el titular. Y eso también afecta a nuestra capacidad para consolidar memorias.

En su libro desarrolla varios ejemplos de artistas y creadores que vivieron padeciendo distintos trastornos neurológicos. No sé si a estas alturas se puede definir un patrón cerebral que defina la creatividad.
Hay que ser claros: los trastornos mentales pueden ser completamente alienantes y también depende mucho el contexto social en el que se desarrollan. Como tal, no deberíamos establecer un vínculo entre trastorno y creatividad o arte. Pero lo que sí es verdad es que muchos trastornos mentales dependen de variaciones genéticas que tienen que ver con ciertos neurotransmisores como la dopamina. Entonces, en familias donde tal vez haya esta variación genética, aquellas personas que no están afectadas por la enfermedad sí que pueden llegar a desarrollar una manera de procesar la información que les puede llevar a ser más curiosos o más creativos. Pero esto tampoco tiene que ser una regla. Si en algo insisto en el libro es que no hay un factor que despierte la genialidad en los artistas, no hay una chispa que prenda, por así decirlo. Al contrario, creo que todos nosotros somos capaces de ejercer la creatividad y que muchas veces tiene que ver con el contexto.
Al hilo de esto, me llama la atención cómo en todos los ejemplos de artistas femeninas que recoge en su libro, sugiere que la creatividad de todas estas mujeres estuvo orientada a cuestionar patrones patriarcales.
En su caso, esa creatividad tiene mucho que ver con una rebeldía, muy bien entendida, contra una opresión milenaria que se ha ejercido sobre las mujeres. Frente a eso, es lógico que el cerebro de esas creadoras generase algún tipo de reacción de resistencia. Lo que intento decir es que cuando hablamos de suicidio y de depresión, obviamente, hay factores biológicos importantes, pero en el caso de estas mujeres, si no hubieran vivido esos factores sociales de estrés como son los abusos o el machismo, probablemente no hubieran desarrollado esas enfermedades psiquiátricas.
La mayoría de los creadores y creadoras de los que habla en su libro serían un ejemplo de resiliencia si no fuera porque, como usted mismo apunta, se trata de un concepto al que hemos terminado por vaciar de significado.
Hemos manoseado demasiado esta palabra y, de hecho, hay un filósofo, Diego Fusaro, que la cuestiona mucho desde una perspectiva que a mí me parece muy interesante: ‘Como ahora la resiliencia es un valor, tenemos que permitir que el sistema nos oprima y nos exprima al máximo para satisfacer las necesidades productivas del mercado’. Polémicas al margen, lo que sí es cierto es que la resiliencia es un concepto biológico y psicológico que existe y que, por otra parte, no es nada excepcional ni supone un valor añadido. Al contrario, es lo normal. Después de haber pasado por situaciones de estrés, lo habitual es que recuperemos cierta estabilidad neuronal y psicológica. Lo extraño sería no ser resiliente.
«Cada vez nos cuesta más desarrollar la atención, de ahí que muchas veces nos quedemos en el titular. Y eso también afecta a nuestra capacidad para consolidar memorias»
Quizá lo que sucede con el concepto de resiliencia es que el mercado ha acabado por apropiarse de él, lo mismo que se apropió de un personaje como Frida Kahlo y de todo lo que representa, que es algo que usted también aborda en el libro cuando se aproxima a dicho perfil.
Yo llegué a este personaje con mucho cuidado porque no quería parecer el típico mexicano que explota el nombre de Frida Kahlo como paradigma de mexicanidad, precisamente por eso, porque antes de investigar sobre ella, para mi Frida era una marca, un objeto de merchandising, y luego te das cuenta de que ella no es eso, sino que eso es en lo que la hemos convertido. Ella usó el arte como paliativo frente al dolor, pero en su existencia no solo hubo dolor sino un deseo de vida muy grande. Esa necesidad de ver en sus cuadros una expresión de su sufrimiento y de percibirla a ella como víctima, habla más de nosotros como sociedad que de Frida como artista.
¿Hasta qué punto esa mitificación del artista o de aquel que sufre trastornos redunda en el estigma de las enfermedades mentales?
Las enfermedades mentales muchas veces generan incomprensión. Hemos abusado del término ‘locura’ para intentar definir aquello que no entendemos, sin cuestionar si se trata de un trastorno, de una patología o de simples rasgos de personalidad. Dicho esto, tampoco creo que ayude mucho la mitificación de todos estos artistas hasta el punto de llenar de tragedia su experiencia personal, porque las enfermedades mentales, lejos de definir únicamente a los genios, son algo bastante común. Hasta un 10% de la población mundial padece algún tipo de enfermedad mental. Entonces el reto está en saber cómo podemos integrar a estas personas en la sociedad y el mitificarlos solo los aliena.
Y, a la inversa, más allá del estigma también está el peligro de la romantización, ¿no? Me refiero al hecho de tomar al artista atormentado como ejemplo de alguien que, a pesar de sus dificultades, ha sabido sobreponerse a ellas y triunfar…
Sí, totalmente de acuerdo. De hecho, cuando empecé con este libro muchos me decían: ‘Bueno, ¿y cuál es ese rasgo de genialidad que define a los grandes artistas?’. Y yo precisamente quise insistir en que no hace falta vivir atormentado para ser creativos, que todos estamos en disposición de serlo. Pero, por otro lado, rebelándome contra esa idea de romantización, también quise poner el foco sobre el arte marginal o sobre el arte indígena y llamar la atención sobre todas esas manifestaciones alejadas del canon y de aquello que consideramos que debe ser arte.
«Esa necesidad de ver en sus cuadros una expresión de su sufrimiento y de percibirla a ella como víctima, habla más de nosotros como sociedad que de Frida como artista»
¿Cree que tendemos a confundir lo admirable con lo ejemplar?
Sí, y con los grandes artistas pasa mucho. Sobre todo si atendemos a sus vidas privadas. Ser un genio no implica tener que servir de ejemplo. Ahí tienes el caso de Picasso, que en su vida personal tenía comportamientos injustificables. El arte, muchas veces, no está exento de un cierto individualismo, pero a mí el arte que me interesa explorar es aquel que no implica una plática con el yo sino una voluntad de comunicación con el otro, es decir, aquel arte que está guiado por la empatía.
Pero ¿no cree que, justamente, en la sociedad actual, vivimos dominados por ese individualismo?
En nuestra sociedad sí, pero por ejemplo en Oriente tenemos culturas que son cooperativistas. En nuestro caso ese individualismo se debe más a sistemas económicos que hemos creado que a nuestra propia naturaleza. Sistemas donde la competencia parece que sea la única forma de relacionarnos. Y, sin embargo, lo que nos define como humanos no es competir, sino nuestra condición de seres gregarios que se juntan para compartir historias. Y es a través de esas historias, de los libros, de las pinturas, del arte en general, como llegamos a entender no solo a los demás sino también a entendernos mejor a nosotros mismos.
Entonces, ¿el arte es una herramienta para la empatía?
El término empatía, etimológicamente significa eso, la capacidad para llevar el pathos, es decir, el dolor de los demás, dentro de nosotros. Y lo que hace que surjan nuevas ideas es estar en contacto con ideas que no son las nuestras.

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