Silencio de las monarquías árabes ante el choque Israel-Irán
A excepción de Qatar, la mayoría de las potencias árabes guardaron silencio. Una neutralidad asumida con la que buscaban, al mismo tiempo, evitar verse arrastradas a una escalada regional del conflicto y preservar el impulso de normalización iniciado en los últimos años con el Estado hebreo.

Era el escenario que temían las monarquías del Golfo desde el 7 de octubre de 2023: una ofensiva israelí-estadounidense a gran escala contra la República Islámica de Irán. Finalmente se materializó, en dos fases, a partir del 13 de junio: primero con agresión militar israelí de gran intensidad en territorio iraní y, unos días más tarde, con la implicación directa de EEUU. Esta secuencia, que concluyó casi milagrosamente, ha colocado a gran parte del mundo árabe en una posición delicada, particularmente a las petromonarquías del Golfo. Cabe recordar que, mientras Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos normalizaron sus relaciones con Israel en 2020, Arabia Saudí, antes del 7 de octubre y sus consecuencias, seguía el mismo camino, de forma lenta pero segura.
«Los Estados del Golfo están aterrorizados. Saben que una guerra abierta entre Israel e Irán se libraría en parte en su territorio, pero no tienen ni los medios ni la voluntad de intervenir», recordaba un diplomático occidental destinado en Ryad, citado por el “Financial Times” en los primeros días de la guerra.
Como testimonio de esa profunda angustia en el bando árabe, destacan las escasas y extremadamente mesuradas declaraciones desde las capitales del Golfo, incluso cuando las circunstancias señalaban de manera flagrante al agresor israelí. Mientras Emiratos pedía cautela y desescalada, Bahrein condenaba de boquilla los ataques israelíes, y Ryad, por su parte, se limitaba a emitir un comunicado de apoyo al «país hermano» iraní: una postura firme en el tono, pero cuidadosamente desprovista de cualquier compromiso concreto.
La presión aumentó repentinamente cuando EEUU se preparaba para entrar en escena, especialmente entre los dirigentes saudíes y emiratíes, que hicieron todo lo posible por disuadir a Donald Trump de involucrarse en el conflicto. Y no sin razón: estos países temen que su territorio o sus infraestructuras petroleras se conviertan en escenario de represalias por parte de Irán. Sobre todo porque, a pesar del reciente deshielo en las relaciones entre el clan Mohamed Bin Salman (MBS) y su vecino iraní -logrado bajo el patrocinio chino-, la confianza sigue lejos de restablecerse.
Así, en octubre de 2024, a medida que se dibujaban los primeros signos de un enfrentamiento abierto entre Irán e Israel, Teherán lanzó una severa advertencia a los países del Golfo, amenazándoles militarmente si abrían su espacio aéreo a los cazas israelíes. «Mohamed Bin Salman, líder de facto del reino, advirtió al ministro de Asuntos Exteriores iraní de que Ryad reaccionaría de forma decisiva contra cualquier ataque contra sus instalaciones petroleras», recuerda el investigador saudí Ali Shibahi, cercano a la Casa Real.
Como consecuencia, y ante la crisis de las últimas semanas, todos los países del Golfo, sin excepción, han jugado la carta de la neutralidad. Una neutralidad que, en realidad, no es tal: vinculados a Washington por acuerdos de defensa y cooperación militar, estos Estados, que se han convertido en piezas centrales de la arquitectura de seguridad regional establecida por Estados Unidos en Oriente Medio, juegan de facto en el bando israelí-occidental.
QATAR, MEDIADOR HASTA EL FINAL
Gracias a la experiencia acumulada en los últimos años, desde Kabul hasta Gaza, Qatar desplegó una intensa actividad diplomática tras los primeros ataques israelíes contra Irán.
Solicitado tanto por Washington como por Teherán, el emirato qatarí se impuso como principal canal de negociación del alto el fuego, asumiendo sin ambigüedades su papel de mediador. Sin embargo, el 23 de junio, Qatar pasó de mediador a escenario de un desenlace perfectamente coreografiado. Al atacar la base estadounidense de Al-Udeid, y tras avisar a Doha -y, por tanto, indirectamente a Estados Unidos-, Irán decidió cerrar este ciclo con un mensaje de fuerza controlada: la diplomacia del fuego, pero sin cruzar la línea roja.
Una señal perfectamente recibida por la Administración estadounidense, que decidió unilateralmente el fin de las hostilidades, para gran disgusto de Benjamin Netanyahu, cuyo país sufrió graves daños por el impacto de los misiles iraníes y no logró ninguno de sus objetivos iniciales -ni el programa nuclear iraní ha sido destruido por completo, ni el régimen de Teherán ha caído-. Una frustración que sin duda se comparte desde Ryad y Abu Dhabi, donde se observa con irritación cómo ese minúsculo Estado que es Qatar impone, una vez más, su papel de mediador imprescindible en el teatro regional.

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