Natxo Matxin
Redactor, con experiencia en información deportiva

Aizarotz, demostración palpable de que hay fórmulas para contrarrestar el despoblamiento rural

Desde 1990 no se constituía un nuevo concejo en Nafarroa. Aizarotz ha tenido ese honor, aunque se lo ha peleado ante las reticencias de una Administración foral contraria a nombrar nuevas figuras jurídicas locales. Como pueblo con una población muy joven, se enfrenta a toda una serie de retos.

La realización de este reportaje coincidió con el inicio festivo del pueblo. Los más txikis se encargaron de lanzar el chupinazo.
La realización de este reportaje coincidió con el inicio festivo del pueblo. Los más txikis se encargaron de lanzar el chupinazo. (Gorka RUBIO | FOKU)

Un balcón repleto de txikis preparados para lanzar el chupinazo festivo es la viva imagen del actual Aizarotz. Una estampa que es la envidia de las numerosas zonas despobladas de Nafarroa, que ven cómo día a día languidecen ante la falta de nuevas generaciones correteando por sus calles.

Tan diferente situación es fruto de un aventurado y ambicioso proyecto impulsado a principios del presente siglo y modelado en aquel momento por el Ayuntamiento del valle, quien vio peligrar la existencia del centro escolar ante el descenso continuado de población joven. Benito Alberro, alcalde por aquel entonces, recuerda que el plan inicial «eran chalets de lujo ubicados en un paisaje idílico», una idea diametralmente opuesta a lo que se perseguía, «pues teníamos otro objetivo diferente, que era repoblar la zona y traer gente joven aquí».

Eran tiempos de bonanza en el sector del ladrillo y, aunque con ciertas reticencias, la inmobiliaria aceptó las condiciones, «porque vieron que también iban a ganar dinero de esta manera», explica Alberro. En principio, el proyecto iba a desarrollarse en tres fases, pero finalmente se materializó en solo una, a la vista del éxito que tuvo la venta de los inmuebles construidos.

En concreto, se levantaron hasta 130 viviendas con un precio asequible «para gente con un nivel económico de trabajador normal y que se quedase a residir, no nos interesaba que esto fuese un pueblo-dormitorio». Además, visto el éxito obtenido, se arrancó el compromiso de que también se construyese un frontón, un espacio que hiciese las veces de centro cultural, sociedad y bar, un depósito de agua y unas 60 huertas con su correspondiente almacén.

«Con todo ello, lográbamos que hubiese unos mínimos, no solo para habitar, sino también para impulsar la socialización entre los vecinos. Había esparcimiento, deporte y cultura», recuerda Alberro. Fue en 2004 cuando llegó la primera hornada de nuevos habitantes y, en poco tiempo, se pasó de casi cerrar la escuela a llenar un autobús entero. «Era todo un espectáculo ver a primera hora de la mañana a medio centenar de críos con sus mochilas esperando al transporte», apunta.

Alberro: «Era todo un espectáculo ver a primera hora de la mañana a medio centenar de críos con sus mochilas esperando al transporte»

Uno de aquellos niños, que ahora tiene 20 años y fue uno de los primeros nacimientos del nuevo Aizarotz, es Unai Elizalde. «Somos unos cuantos los que formamos parte de la quinta de 2005, algo normal teniendo en cuenta que es el año siguiente a la instalación de las primeras familias», confirma con una lógica aplastante al referirse a su generación.

Polo de atracción juvenil

Esa explosión natal no solo permitió que la localidad tuviese una media de edad muy baja, sino que también se convirtió en un polo de atracción para el resto de la población infantil y juvenil del valle. «Lo habitual es que la gente joven, también la de otros pueblos, quede en Aizarotz para realizar actividades conjuntas, especialmente durante el verano», confirma.

De talante inquieto y participativo, Unai Elizalde apunta que ya desde hace unos cuantos años forma parte de la comisión festiva y ha participado en reuniones del pueblo, al principio en calidad de oyente. Ello le convierte casi en una excepción, porque «si algo cuesta entre los jóvenes, es organizarse, participar y aportar en la elaboración de iniciativas, aunque poco a poco eso está cambiando de manera más reciente», explica.

Iurramendi, Andrés, Llop, Elizalde y Alberro, vecinos de Aizarotz. (Gorka RUBIO | FOKU)

Comparte labor en dicha comisión festiva Alesandra Andrés, quien aterrizó en Aizarotz en 2017. De origen argentino, conoció a un chico navarro, que ahora es su pareja, y ambos comenzaron a vivir en la Patagonia, pero con el paso del tiempo regresaron y fijaron su residencia en Sarriguren, lo que no terminaba de llenarle.

«Le comenté que debíamos buscar algo más parecido a la Patagonia y descubrimos Aizarotz. En principio, alquilamos un piso con nuestras niñas muy pequeñas y, más tarde, ya nos compramos casa aquí. Es la mejor decisión que hemos tomado, mis hijas no se quieren ir de aquí para nada», relata. Trabaja en la tienda de Jauntsaras, «al lado de casa», un proyecto que da empleo a diez personas.

Bastante antes, hace unos 16 años, llegó Laia Llop, aunque en un principio la nueva urbanización no le entró por los ojos. De una ciudad muy grande, como Barcelona, pasó a vivir en Udabe «y cuando pasaba por Aizarotz me parecía feo, poco acorde al entorno y al estilo de los pueblos de por aquí». Cambió de opinión cuando comenzó a trabajar en la taberna del pueblo. «Conociéndolo ya desde dentro, le vas viendo su encanto, y para los críos, tenía dos hijos pequeños, era un paraíso», rememora.

 Llop: «Conociéndolo ya desde dentro, le vas viendo su encanto, y para los críos, tenía dos hijos pequeños, era un paraíso»

Ambas destacan que el proceso de aclimatación fue «sencillo y rápido», porque «todos éramos de fuera y teníamos, más o menos, la misma edad, en situación de tener hijos o ya con algunos pequeños, como si fuéramos una gran familia». En tono jocoso, Llop califica la repoblación como «experimento sociológico». «Accedimos a una vivienda, llevamos a nuestros hijos a la escuela, nos dieron lotes de leña, nos adjudicaron unas huertas... se estaba un poco a la expectativa de ver cómo nos comportábamos. Y aquí estamos», describe entre risas.

Un nuevo concejo, 35 años después

Más de dos décadas después de aquellos inicios, la población de Aizarotz ha quedado estabilizada en torno a los 185 habitantes, un volumen lo suficientemente importante como para que disponga de una figura jurídica propia. Y esa reivindicación prácticamente desde el principio de conformarse como concejo comenzó a tomarse más en serio allá por 2016, con Uxue Barcos como presidenta del Gobierno de Nafarroa.

Sin embargo, el cambio de legislatura, ya con María Chivite ocupando el sillón presidencial, ralentizó el proceso. «No solo cabe aplicar el principio de que las cosas de palacio van despacio, sino que el PSN estaba justo por la labor contraria, la de simplificar la administración, apostando por la desaparición de los entes locales más pequeños para agruparlos en torno a ayuntamientos o mancomunidades», comenta Eneko Iurramendi, quien comenzó a vivir en la localidad en 2006 y que ha sido uno de los vecinos que más ha peleado este asunto, aunque la petición formal la realizase el Ayuntamiento de Basaburua.

Concierto en el inicio festivo de la localidad. (Gorka RUBIO | FOKU)

«A base de dar la pelmada y del apoyo que recibimos tanto del grupo parlamentario de EH Bildu, en la figura de Adolfo Araiz, como del Ayuntamiento del valle se logró un principio de acuerdo», durante el actual mandato del Ejecutivo foral. Incluso previamente se presentaron algunos informes técnicos, que «confirmaban la viabilidad del órgano concejil», un último trámite que terminó de decantar la balanza del lado de la demanda vecinal.

Aizarotz es un pueblo curioso. No tiene iglesia, ni cementerio, ni comunal. Sus competencias van a quedar limitadas al mantenimiento de calles, alumbrado público, gestión de la casa de cultura y organización de las fiestas, pero la nueva figura jurídica concejil también servirá para vehiculizar toda una serie de demandas. Para empezar, que haya expectativas laborales. «En Basaburua hay donde vivir, pero ¿hay con qué vivir?», se pregunta Alberro. Ciertos pasos se están dando, aunque lentos. De momento, se ha calificado un terreno como industrial y parece que alguna de sus parcelas ya está apalabrada para que sea ocupada por empresas.

Las competencias de Aizarotz van a quedar limitadas al mantenimiento de calles, alumbrado, gestión de la casa de cultura y organización de las fiestas, pero la figura jurídica concejil también servirá para vehiculizar diferentes demandas 

También que haya vivienda para esas jóvenes generaciones que han surgido y que ya la están reclamando, empezando por que sean utilizados aquellos inmuebles de la propia urbanización que están deshabitados, además de disponer de espacio público para edificios de nueva construcción. Y a ello hay que añadir el tema del transporte público, ya que Aizarotz se ha quedado aislado de las líneas de autobuses existentes. «Ya se nos ha consultado y tenemos que elegir si queremos estar conectados con Irurtzun y el eje de la autovía de Leitzaran o preferimos hacerlo con Ultzama y la N-121-A», aclara Iurramendi.

Esa carencia de accesibilidad ha tratado de ser resuelta con cierto ingenio, como la idea que se le ocurrió en 2014 al vecino Patxi Miranda, creando un grupo de Whatsapp, bajo la denominación ‘Joanetorri’, para coordinar y aprovechar los desplazamientos en coche de ida y vuelta a Iruñea. En ese poco más de una década, hasta en 3.500 oportunidades se ha conseguido compartir vehículo, una cifra nada desdeñable.

Durante los dos próximos años, a la espera de las próximas elecciones, este concejo funcionará como una especie de gestora integrada por cinco personas, entre las que estarán aquellas que han mostrado una mayor implicación en las comisiones ciudadanas del pueblo, léase fiestas, obras y huertas, por poner algunos ejemplos. «Lo ideal sería que para dichos comicios se presenten dos o más candidaturas y que luego se voten a las personas», comentan casi al unísono Iurramendi, presidente de dicha comisión gestora, y Alberro.

Y no quieren dejar pasar la oportunidad para poner el acento en el hecho de que se ha trabajado en la recuperación poblacional de Aizarotz de manera integradora. «No hemos venido aquí solo porque se nos dio la oportunidad de vivir en un entorno natural privilegiado, sino que hemos adquirido el compromiso de preservarlo. También con el idioma que se ha hablado de siempre en el valle, por eso hay clases de euskara para adultos. Ese respeto debe mantenerse», apostilla Iurramendi.