Durante décadas, la derecha política y académica ha hecho todo lo posible por negar la huella de los vascones en Nafarroa, atribuyendo a otros pueblos los restos que venían a evidenciar su presencia o tildándolos simplemente de prerromanos.
Pero la realidad es muy tozuda y finalmente, los vascones van emergiendo de la tierra a través de hallazgos como la Mano de Irulegi, el monolito del guerrero de Turbil o el altar romano dedicado por una mujer a la diosa local Larrahe.
De hecho, en suelo navarro han sido localizados cerca de 400 asentamientos de ese pueblo oriundo de Nafarroa y a difundir su existencia y acercarla al público en general está dedicado el libro ‘Excursiones a poblados vascones’, de Juan Mari Martínez Txoperena e Iñaki Vigor, que ha publicado la editorial Pamiela.
En ese trabajo se ofrece una serie de propuestas de excursiones a treinta recintos fortificados de la Edad del Hierro en el herrialde y que fueron construidos hace más de dos mil años. Acompañadas por varias fotografías, de cada una de esas excursiones se ofrece un texto de corte más histórico y arqueológico realizado por Txoperena, quien incluso ha elaborado las recreaciones que muestran cómo serían esos poblados en su época.
Y en otro apartado, Vigor desgrana cómo se accede al correspondiente asentamiento, explicando el camino de forma detallada. Además, cada uno de esos recorridos lleva un código QR que ofrece el track de la ruta para que se pueda seguir con el GPS o el navegador.
La obra cuenta incluso con un listado de los poblados fortificados vascones hallados en Nafarroa hasta el momento, indicando las localidades en que se encuentran siguiendo un orden alfabético. Son por ahora 395, es decir, «más que el número de pueblos que actualmente hay en Navarra», destaca Vigor.
Idea de Vigor
El periodista jubilado de ‘Egin’ y ‘Gara’ fue quien tuvo la idea de realizar este volumen, «porque no había ninguna publicación sobre excursiones a poblados vascones, y eso ya era un gran aliciente».
Ese proyecto que bullía en su mente lo comentó con Txoperena, «a quien conozco desde hace 45 años. Yo creía que en Nafarroa Garaia había 261 poblados vascones, que eran los que Javier Armendáriz había recogido en su tesis doctoral, titulada “De aldeas a ciudades. El poblamiento durante el primer milenio a.C. en Navarra”. Juan Mari se me quedó mirando, encendió su ordenador y me mostró más de un centenar de poblados vascones que había localizado él mismo. Me dejó asombrado. Entonces le planteé hacer el libro entre los dos, y me dijo que sí».
Para decidir cuáles entrarían en la obra, «como Juan Mari ya conocía la mayoría de los poblados vascones existentes en Nafarroa Garaia», Vigor le pidió que «hiciera él mismo la selección, con el criterio de abarcar la mayor parte del herrialde y que no fuesen muy complicados para acceder a ellos».
Por lo tanto, «la mayoría de las excursiones se pueden hacer con txikis, porque no son recorridos muy largos ni con grandes desniveles» y permiten descubrir asentamientos que «si nadie te dice que en ese cerro están los restos de un poblado vascón, ni te enteras».
De hecho, como señala el periodista y autor de varios libros relacionados con la montaña, «en muchos casos ni siquiera los conocen los vecinos del pueblo más cercano, o los conocen, pero no saben de qué se trata. En un caso, algunos vecinos creían que un gran poblado fortificado con 2.500 años de antigüedad, que conserva una muralla impresionante, era un recinto para guardar los cerdos».
En este sentido, Vigor lamenta que «ninguna institución se ha preocupado de limpiarlos y señalizarlos para que los navarros puedan conocer in situ este gran patrimonio histórico, y mucho menos excavarlos. Si en Irulegi apareció la Mano que dio la vuelta al mundo, ¡vete a saber qué pueden aguardar esos cientos de poblados que todavía están sin excavar!».
Del megalitismo a los poblados vascones
Si Txoperena ha sido capaz de descubrir todos esos poblados vascones ha sido gracias a «una vida dedicada a estudiar nuestro pasado. No es algo que nace por generación espontánea».
El experto empezó a cultivar esa afición «con el megalitismo, del que pasé a la cultura romana y estudiando las calzadas, fui viendo asentamientos de la Edad del Hierro. Algunos ya los había localizado en la etapa megalítica anterior, pero ya empecé a tomar notas documentales».
Cuando Armendariz publicó el trabajo al que hacía referencia Vigor, «noté un vacío tremendo en el Pirineo, ya que, para entonces, tenía localizados algunos de los que Javier no había tenido constancia. Así que me propuse hacer una lista e ir tomando coordenadas utilizando los medios modernos».
Una explicación a ese vacío sería, según el experto, que «la cultura anterior a los romanos, la nuestra, no se había estudiado en profundidad, ya que los trabajos se habían centrado en los poblados más grandes y reconocibles, los de la Zona Media y la Ribera, como el caso de la Cruz de Cortes, que fue un hito, porque se excavó de manera sistemática y con unos resultados extraordinarios».
Por ese motivo, «parecía que en la montaña no había ese tipo de asentamientos, pero lo que ocurría era que no se había investigado, porque ahora tenemos localizados en esa zona más de 130 poblados vascones». Gracias a ese trabajo, «nos hemos dado cuenta de que la zona pirenaica estaba tan romanizada como la Ribera».
Aunque «de Pamplona para arriba hay muy pocas excavaciones, se van dando avances y los resultados están cambiando nuestra visión del pueblo vascón, sobre todo en el Pirineo, porque cambia el territorio, la orografía, la vegetación, pero el resto viene a ser lo mismo. Las dimensiones son distintas porque en la montaña no pueden tener las de los asentamientos de la Ribera, donde hasta los dólmenes son más grandes, aunque en el Pirineo hay muchos más, pero más pequeños».
Como se recoge en el libro, esos asentamientos «fueron denominados por los romanos ‘oppidum’. En castellano se ha generalizado la palabra ‘castro’, pero se trata de una denominación extraña en Navarra, donde la abundante toponimia no ha dejado ni un solo caso en el que aparezca castro. Sí aparecen numerosos ‘murus’ y ‘gaztelus’, tal como los han denominado los propios vecinos a lo largo de los siglos».
Esa red de poblados fortificados en realidad sería la punta del iceberg, ya que, según indica Txoperena, «además existían cientos de asentamientos tipo granjas, donde la gente vivía en zonas más accesibles para poder trabajar y cosechar, donde había pastizales para el ganado».
Y en momentos de peligro, «se refugiaban para defenderse en los poblados fortificados, que también servían para controlar las vías pecuarias, los curso de agua y para vigilar los lugares por los que podían llegar posibles invasiones».
Txoperena apunta que en su construcción «participaban todos los vecinos de la zona, porque son tremendos. Suelo comentar que ahí nació nuestro auzolan, ya que las fortificaciones las construían entre todos. Y las que residirían habitualmente en ellas serían las élites que se irían formando y que eran las encargadas de la defensa».
Ejemplos destacados
De todos esos poblados vascones, el más conocido es el de Irulegi, en el valle de Aranguren, gracias al destacado hallazgo de la Mano, que ha disparado el interés por los primitivos habitantes de Nafarroa. El de esa pieza es el más renombrado, pero no es el único de los descubrimientos que han deparado las excavaciones que se han realizado en este tipo de lugares.
Así, también figura en el libro Arriaundi, en Xulapain-Itza, donde fue localizado el altar votivo de época romana dedicado por una mujer a la diosa vascona Larrahe, dentro de las ruinas de un monasterio que fue levantado en el emplazamiento del poblado vascón. Esta última era una práctica habitual, ya que en muchos de esos lugares se terminaron construyendo edificios religiosos, como ermitas, o castillos reutilizando el material existente, como en el caso de Garaño, Irulegi o Monjardín.
Otro ejemplo es el de Turbil, en Beire, y que se trata de un importante oppidum que sería «un centro de poder» y donde, extramuros del poblado, fue localizado en 2010 «un monumento iconográfico de gran tamaño conocido como el ‘guerrero armado de Turbil’». Se trata de «una estatua-menhir que se halló incompleta, partida intencionadamente en varios trazos y que fue restaurada y colocada en el Museo de Navarra, pero una réplica exacta se colocó en el mismo lugar en que apareció la original».
Por su parte, El Castellar, en el término municipal de Xabier, encarna al tipo de fortificación levantada en una cumbre, como suele ser habitual en el solar vascón, donde se solían «aprovechar acantilados naturales» para crear un enclave que, además, era protegido con «una recia muralla rodeando la cresta y reforzando con fosos las zonas de aproximación más accesibles y utilizando la piedra que generaba su cava para construir la muralla», señala Txoperena.
Otro caso parecido sería el de Gazteluzar, en Gesalatz, que es el poblado vascón que «conserva sus estructuras en mejor estado» de todos los localizados hasta ahora en Nafarroa, según destaca el experto.
En Kasteluzarra, ubicado en Etaio, estaríamos ante un poblado que habría albergado «un espacio ritual», ya que se han encontrado «varias cazoletas talladas en la roca, algunas con finas canaletas y otras sin ellas, además de entalladuras de utilidad indeterminada, cruces grabadas y trazos enigmáticos de difícil interpretación», indica Txoperena.
Por sus dimensiones, también destaca el poblado de San Gregorio, en Cabanillas, que cuenta con «una muralla de excelente construcción», de unas notables dimensiones incluso hoy en día y que fue «levantada con grandes bloques de caliza del lugar».
Estos son solo algunos de los jugosos datos que ofrece un libro cuyos autores consideran que «puede servir para despertar o acrecentar la curiosidad de los navarros, de los vascos en general, sobre aquellas fortificaciones que sirvieron de defensa de los vascones en la Edad del Hierro». Y que conformaban un conjunto de «ciudades indígenas que ya articulaban este territorio como organizaciones de carácter estatal».

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